Cartas al director

En nombre de la competitividad

Vivimos en un mundo cada vez más exigente donde, según el discurso oficial, solo cabe una salida: aumentar nuestra competitividad. Un principio muy loable si no se olvida una regla básica: que detrás de los números hay personas. En nombre de la competitividad hemos acabado con la creatividad en las escuelas. Los talentos innatos de cada niño son despreciados por una preeminencia cada vez mayor de las "asignaturas instrumentales", ignorando las inteligencias múltiples y a expertos como Ken Robinson que señalan la contradicción de anular las habilidades e inclinaciones individuales en un mundo c...

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Vivimos en un mundo cada vez más exigente donde, según el discurso oficial, solo cabe una salida: aumentar nuestra competitividad. Un principio muy loable si no se olvida una regla básica: que detrás de los números hay personas. En nombre de la competitividad hemos acabado con la creatividad en las escuelas. Los talentos innatos de cada niño son despreciados por una preeminencia cada vez mayor de las "asignaturas instrumentales", ignorando las inteligencias múltiples y a expertos como Ken Robinson que señalan la contradicción de anular las habilidades e inclinaciones individuales en un mundo cuyo futuro a diez años nadie es capaz de predecir. Más evidentes se han hecho sus excesos en la calidad laboral. El "progreso" ha traído unas condiciones cada vez más esclavas, con la complicidad del FMI que nos anima a seguir bajando los salarios. En esta coyuntura muchos ciudadanos buscan una mayor autosuficiencia mediante paneles solares, huertos ecológicos, etc. con los que poder ralentizar el ritmo de vida sin comprometer la estabilidad de sus familias. Y se encuentran con que el Gobierno impone un gravamen al autoconsumo para mantener el oligopolio de nuestras multinacionales energéticas.

¿Para cuándo un sistema que anteponga el capital humano al empresarial? ¿Para cuándo una economía más humanizada? No pido, como Groucho, que paren el mundo para bajarme. Pido que lo ralenticen. Para quedarme.— Fernando Menéndez García.

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