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Segundo de pandemia: así se lucha a diario para mantener la escuela abierta

25 representantes de la comunidad educativa explican cómo está funcionando el sistema de enseñanza: muchos problemas y alguna esperanza

Clase de sexto de primaria en el colegio Mare Nostrum, en Valencia, este jueves.
Clase de sexto de primaria en el colegio Mare Nostrum, en Valencia, este jueves.Mònica Torres
Ignacio Zafra

¿Cómo está siendo el segundo curso escolar de la pandemia? EL PAÍS ha preguntado a 25 miembros de la comunidad educativa, los cuales, en su mayoría, representan a muchas otras personas: delegados de alumnos, consejeros de Educación, presidentes de asociaciones de directores, y responsables de federaciones de madres y padres. Sus voces componen el relato de una lucha diaria por mantener en marcha el sistema educativo ante una acumulación de problemas del tamaño de una montaña, y contiene también algunos motivos para la esperanza.

Los centros resisten mientras cierran en los países del entorno

Casi todos los entrevistados coinciden en destacar un hecho que nadie en verano daba por asegurado. “Dadas las circunstancias terribles en las que nos encontramos, lo primero que hay que decir es que está yendo mejor de lo que esperábamos, porque se ha conseguido mantener la escuela abierta. Ese era nuestro primer objetivo para no volver a repetir la educación exclusivamente telemática del final del curso anterior, que todos consideramos perjudicial para nuestros hijos e hijas”, afirma Albert Lobo, presidente de la federación de asociaciones de padres de Baleares. “Yo pensaba”, añade Francisco Santana, presidente de los directores de institutos públicos de Tenerife, “que no íbamos a pasar del primer mes de clase sin que nos volvieran a confinar”.

El éxito ha acabado asumiéndose como algo normal. Pero los centros educativos españoles han permanecido abiertos los seis meses que llevamos de curso mientras buena parte de Europa y otros países desarrollados, como Estados Unidos o Israel, se han visto forzados a imponer cierres totales o parciales. “Según los últimos datos facilitados por las comunidades autónomas, el 99,3% de los grupos están funcionando y solo el 0,7% están confinados”, señalaba el jueves una portavoz del Ministerio de Educación. Los expertos atribuyen el aguante que está demostrando la escuela y la baja contagiosidad de los niños al clima, que a diferencia de lo que sucede en otros países está permitiendo mantener la ventilación natural sin grandes problemas, y a las medidas de prevención aprobadas por el Gobierno y las autonomías en la Conferencia Sectorial de Educación.

Primaria y secundaria, impactos distintos

Las condiciones extraordinarias que ha impuesto el virus están teniendo un coste menor en infantil y primaria que en secundaria, según coinciden varios entrevistados. Los alumnos más pequeños van, en general, todos los días a clase, lo que tanto a nivel educativo como respecto a su necesidad de socializar supone un cambio enorme respecto a la etapa del confinamiento. La mayoría de los adolescentes (depende de la comunidad, el curso y el centro) lo están haciendo, en cambio, en jornadas alternas, enfrentándose al denso currículo español de la secundaria en una modalidad híbrida, presencial y en línea.

Un grupo de alumnos en el antiguo auditorio del instituto Eduardo Pondal, en Santiago de Compostela, ahora convertido en aula, este viernes.
Un grupo de alumnos en el antiguo auditorio del instituto Eduardo Pondal, en Santiago de Compostela, ahora convertido en aula, este viernes.OSCAR CORRAL

“La enseñanza es presencial por definición. El alumno lo necesita para asimilar bien lo que se le explica. El soporte digital está bien, pero es un apoyo que se ha convertido en protagonista. Los alumnos están teniendo que ser en gran parte autodidactas. Y, como ya ocurrió el curso pasado, está sufriendo mucho más el alumnado desfavorecido”, afirma Esteban Álvarez, presidente de los directores de instituto de Madrid. La equipación tecnológica de que disponen los centros y los alumnos ha mejorado mucho en un año, y pese a ello “aún surgen problemas a diario”, lamenta Mila Madiedo, presidenta de la asociación de los directores asturianos.

La atención a los alumnos en cuarentena, sobre todo cuando solo lo está una parte de la clase y el resto continúa su aprendizaje a velocidad de crucero (como suele suceder en los institutos), está resultando “claramente insuficiente”, denuncia Lidón Gasull, presidenta de la Federación de Asociaciones de Madres y Padres de Cataluña.

“No hay planes para cuando estamos confinados. Yo en diciembre tuve que estar 18 días en casa porque di positivo. Hubo profesores que se preocuparon y me fueron diciendo lo que estaban dando, pero otros no. Y en cualquier caso, estando solo no avanzas al ritmo de la clase. Hay asignaturas que son más fáciles de comprender, pero en otras, con el libro, sin una explicación del profesor, te quedas prácticamente igual. Economía, por ejemplo, no tenía por dónde cogerla. Ni Matemáticas, en la que si te pierdes una clase te cuesta una semana o dos recuperarla y entender lo que viene detrás”, dice Enrique Martínez, que estudia primero de bachillerato en un instituto de Paiporta (Valencia) y es uno de los representantes estudiantiles en el Consejo Escolar del Estado.

Profesores más aislados, clases más tradicionales

La covid ha hecho más difíciles las relaciones entre los docentes, una profesión que ya de normal adolece de falta de trabajo en equipo. Las salas de profesores están mucho más vacías y las cafeterías de los institutos, ahora cerradas, han dejado de ser lugares donde los profesores se encontraban, intercambiaban información y resolvían cosas, cuentan los docentes.

“El debate de los claustros ha quedado relegado a las pantallas y tiende a ser más frío, se ha perdido la interacción de la presencialidad, y los espacios informales de aprendizaje entre los profesionales han desaparecido”, resume Pilar Gargallo, presidenta de la Federación de Movimientos de Renovación Pedagógica de Cataluña. Las consecuencias son menores en primaria, donde es central la figura del tutor de grupo, y tienen más trascendencia en secundaria, una etapa en la que el objetivo de ocho profesores es el mismo alumno, y su trabajo, aseguran, resulta ahora más disperso.

La forma de dar clase también ha cambiado, incluso en los niveles que mantienen la plena presencialidad, afirma Vicent Mañes, maestro de Inglés y presidente de la federación de directores de colegios públicos Fedeip: “Las dinámicas de aprendizaje cooperativo y las metodologías activas, así como la posibilidad de compartir espacios y materiales las hemos tenido que sustituir por un trabajo mucho más individualizado, y hemos ido introduciendo el trabajo telemático para que los alumnos estén acostumbrados en caso de que se produzca un confinamiento”.

Bajada del nivel de los alumnos

La opinión general es que la pérdida generada por los cinco meses que los alumnos pasaron fuera de los centros ha tendido a recuperarse en primaria, pero no en secundaria.

“A inicio de curso apreciamos que los niños tenían mayor dificultad para coger el ritmo de trabajo y que había disminuido su autonomía para hacer las tareas, pero ahora ya están trabajando a buen ritmo. A los de primero de primaria, por ejemplo, les costó un poco más la lectoescritura, pero como es una cuestión de hábitos, ahora ya van al ritmo habitual”, resume Fran Lires, presidente de los directores de colegios gallegos de infantil y primaria. “En secundaria y bachillerato”, asegura, en cambio, Iosu Mena, presidente de los directores navarros de instituto, “sí se está notando un descenso respecto a otros años, ellos mismos lo notan”.

Varios docentes observan entre los alumnos adolescentes lo que describen como falta de concentración, la mella de un año de pandemia. “El curso está siendo muy difícil, mucho más de lo que imaginábamos. Pensábamos que iba a ser una cuestión de recuperar los conocimientos que no aprendieron en el último trimestre del curso pasado. Pero nos estamos encontrando con una cuestión de actitud. No sale en una primera conversación, pero cuando llevas un tiempo hablando con ellos te das cuenta de que están bastante más afectados de lo que parece por la situación. Nos estamos encontrando con problemas de angustia y ansiedad”, afirma Álvarez, que dirige un instituto del norte de Madrid. “En estas circunstancias, no basta con haber declarado orientativos los criterios de calificación, como se ha hecho, habría que haber reducido los contenidos y haber ido a lo esencial. Esto no se va a solucionar en un trimestre, ni siquiera en todo el curso. Superar los efectos de esta situación va a costar tiempo”, añade.

Varios alumnos, en el colegio Mare Nostrum de Valencia.
Varios alumnos, en el colegio Mare Nostrum de Valencia.Mònica Torres

Seis meses de sobresfuerzo

La aplicación de las medidas de prevención, esto es, el lavado de las manos, la ventilación de las aulas, las salidas por turnos al recreo, las entradas y salidas escalonadas de los centros, y la aplicación de los protocolos sanitarios cuando se detecta un positivo o una sospecha de positivo en un aula supone, según sus responsables, un pesado lastre. “Proteger a nuestro alumnado y a nosotros mismos es una tarea diaria que consume mucho esfuerzo y exige una gran dedicación a lo largo de la jornada lectiva”, dice José María Bando, director del CEIP La Esperanza, en Cantillana, Sevilla. Los confinamientos de los grupos burbuja están implicando, además, problemas de conciliación para las familias a los que los poderes públicos no han dado respuesta, señala Leticia Vázquez, responsable de la federación de Ampas andaluza.

El esfuerzo adicional de los docentes, prosigue Ana Delgado, secretaria general de Enseñanza de CC OO en Castilla-La Mancha, empezó antes que el curso, con la preparación de programaciones (el diseño de cómo serán las clases a lo largo del año) “en modo presencial, semipresencial y confinado”. Y al estrés que se vive en los centros contribuyen en algunas comunidades “las bajas constantes e intermitentes que no son cubiertas y a las que se tiene que dar respuesta sin los medios humanos necesarios”, afirma Teresa Jusdado, responsable de enseñanza de UGT en Madrid.

A principio de curso, a muchos profesores les preocupaba que la mascarilla dificultara el aprendizaje, pero ahora, pese a la incomodidad, la mayoría lo ha normalizado, y lo mismo ha sucedido con los alumnos. “Los niños, niñas y adolescentes han sido los primeros en darnos una lección en su uso diario y constante”, afirma la maestra Pilar Gargallo. “La mascarilla la llevo bien menos en clase de Educación Física, en la que hoy, por ejemplo, no podía respirar”, comentaba el jueves Ana Spottorno, alumna de sexto de primaria en un colegio de Madrid.

La carga de trabajo también se ha disparado a cotas nunca vistas en los despachos de los gestores autonómicos. “Lo más difícil”, afirmaba el martes Carlos Gimeno, consejero de Educación de Navarra, “es que más allá de que planifiques, establezcas recursos e intentes tenerlo todo controlado, el contexto es extremadamente frágil y cambiante. Por ejemplo, ahora mismo tenemos un nivel muy bajo de aulas confinadas, 16 grupos confinados, el 0,54% del total. Pero nueve o 10 grupos son del mismo centro. Es decir, que al mismo tiempo tenemos el brote más importante que hemos tenido en toda la pandemia”.

El curso como carrera de fondo

“Los equipos directivos y los claustros están cansados. Ya sabíamos que esto iba a ser una carrera de maratón, no un esprint, y ahora empieza a pasar factura y hay que medir bien los esfuerzos, por ejemplo en burocracia y formación”, advierte Iñigo Salaberria, presidente de la asociación de directores de colegios e institutos públicos vascos Sarean.

Al papeleo adicional que ha traído la pandemia, se suma en algunos territorios lo que los docentes consideran una mala coordinación entre las consejerías de educación y sanidad. “Los directores en ocasiones nos sentimos desbordados por la necesidad de tomar decisiones en temas que no nos competen relacionados con la salud”, afirma, entre otras, Sofía Espinar, directora del colegio Las Dunas, en el Puerto de Santa María, Cádiz.

Un salto digital impensable hace un año

No todo es negativo en el balance del curso que hacen sus protagonistas. El avance que más destacan es la transformación tecnológica, que el sistema ha recorrido a una velocidad que habría sido imposible sin el trauma que generó el cierre de los centros educativos durante tres meses el año pasado.

La digitalización empezó a extenderse como una forma de garantizar la continuidad de la enseñanza en caso de un nuevo confinamiento general. Este de momento no se ha producido, pero la mayoría de entrevistados creen que se trata de un cambio que no tiene vuelta atrás. “La pandemia ha servido para darle un impulso importante a la educación online y a la digitalización de nuestro sistema educativo. Tanto a nivel material, ampliando el equipamiento de las aulas, como en la digitalización del alumnado, el profesorado y las familias”, dice Rocío Lucas, consejera de Educación de Castilla y León.

“Una parte del profesorado era objetora de conciencia respecto a los ordenadores”, continúa Carlos Utrera, presidente de la asociación de inspectores de educación Adide en Madrid, “y ahora en la mayoría de sitios están aprendiendo a usar programas. Y se hacen tutorías por videoconferencias con las familias, lo que facilita la asistencia de algunos padres que antes, por la hora a la que se ponían, no podían hacerlo”.

“En algunos centros se ha conseguido incluso que el 100% del profesorado participe en el plan de formación”, añade Francisco Santana, responsable de la asociación de directores de instituto de Tenerife. “Y también ha mejorado la calidad de vida de muchos docentes, que viven lejos del centro y ahora participan en las reuniones por videoconferencia”.

Menos alumnos por aula

Entre las pocas ventajas que la comunidad educativa aprecia en el extrañísimo curso escolar es que las medidas de prevención han reducido el número de alumnos por aula en buena parte de los grupos. Y que los centros cuentan con más maestros: se han contratado 39.000 profesores adicionales, según el cálculo de los sindicatos. “La bajada de ratios está permitiendo una atención más personalizada por parte de los tutores. Los resultados han bajado en los cursos con educación semipresencial, pero han mejorado en los que no la están haciendo”, afirma Albert Lobo, presidente de la federación de padres de Mallorca.

Clase de la ESO en el instituto Eduardo Pondal, en Santiago de Compostela.
Clase de la ESO en el instituto Eduardo Pondal, en Santiago de Compostela.OSCAR CORRAL (EL PAÍS)

Ir al instituto día sí, día no tiene muchos inconvenientes. Pero para los alumnos más organizados y autónomos tiene una parte buena: la jornada que van a clase son la mitad que en un curso normal. “Con 12 personas la verdad es que se trabaja muy bien, el trato con los profesores es mucho más directo”, admite el estudiante Enrique Martínez.

La escuela, reforzada

La pandemia y la capacidad para adaptarse rápidamente a ella también han reforzado, según varios entrevistados, la imagen de la escuela ante la sociedad y ante sí misma. “Ha generado confianza. Y ha puesto de manifiesto la importancia de la planificación educativa, el poder de lo público, y el hecho de que nada puede sustituirlo a la hora de garantizar la igualdad de oportunidades”, cree el consejero navarro Carlos Gimeno.

“En estos meses se ha producido un reencuentro entre las escuelas y las familias. Y a los docentes nos ha servido para darnos cuenta de la importancia de nuestra labor”, concluye Iñigo Salaberria, presidente de la asociación de directores vasca Saeran. “Ha sido una sacudida que nos ha sacado del letargo”.

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Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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