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La encrucijada verde del BCE o cómo frenar el cambio climático

Monika Piazzesi, profesora de Economía en Stanford, califica de “paso acertado” el cambio en la política monetaria

Monika Piazzesi
Monika Piazzesi, profesora de economía en Standford, en una imagen de 2021.

La neutralidad es un objetivo difícil de lograr. El Banco Central Europeo (BCE) lleva años invocándola para comprar deuda en los mercados secundarios siguiendo el criterio de proporcionalidad: las empresas que tienen más obligaciones en circulación son también las que más apoyo reciben por las intervenciones de la autoridad monetaria. ¿Pero no es eso un agravio para las que piden préstamos tradicionales en vez de financiarse con títulos negociables? ¿O para las que prefieren vender acciones antes que emitir deuda?

Según Monika Piazzesi, profesora de Economía en la Universidad de Stanford, uno de los efectos secundarios de esa supuesta neutralidad es que las empresas que más CO2 emiten son también las que más ayuda financiera reciben por las gigantescas inyecciones de liquidez del BCE (el llamado quantitative easing). Como publicó en abril en la versión preliminar de un paper (trabajo de investigación) junto a Melina Papoutsi (BCE) y a Martin Schneidaer (Stanford), “las empresas del sector energético y de ciertos sectores manufactureros tienen mayor emisión relativa de CO2 y también mayor emisión relativa de obligaciones negociables”, mientras que “en empresas de servicios más limpias hay mayor importancia relativa de préstamos y acciones”.

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El resultado es que en la cartera de inversiones del BCE las empresas que más emiten están sobrerrepresentadas frente a las compañías de energía limpia, que por su propia naturaleza incipiente dependen del mercado de acciones para crecer. Dicho de otro modo: el organismo que dirige Christine Lagarde está dando ventaja, en términos de coste de capital, a las principales responsables del calentamiento.

Piazzesi, que en junio habló sobre este tema en las conferencias JEEA-Fundación BBVA, cree que una solución posible es ampliar el terreno de juego de la nueva política monetaria para incluir en las intervenciones del BCE la compra de acciones de empresas de energía limpia, “como ya hace el Banco Central de Suiza”. “En un mundo ideal, la política monetaria no tendría que preocuparse por el clima y podría ceñirse exclusivamente a las fricciones financieras porque los Parlamentos habrían aprobado impuestos al carbono que de verdad sirviesen para reducir las emisiones”, explica desde California durante una entrevista por Skype. “Pero no vivimos en ese mundo ideal”.

Lagarde viene hablando del llamado green quantitative easing desde que ocupó la presidencia del BCE en 2019, pero ha habido que esperar dos años hasta la resolución publicada el pasado mes de julio para que el organismo mencionase la posibilidad de “considerar el cambio climático en su marco de política monetaria”, un primer matiz que permitiría al BCE dejar de subvencionar el capital de empresas que no se pliegan a los objetivos climáticos de la Unión Europea.

Baño de realidad

Aunque menos audaz que comprar acciones de empresas limpias, “es un paso en la dirección adecuada”, dice Piazzesi. “Junto al mandato verde anunciado por el Banco de Inglaterra y a la decisión hace un mes del Banco de Japón de abrir un programa de créditos a bancos que financien inversiones verdes, da la impresión de que los bancos centrales están dándose cuenta poco a poco de que sus acciones de política monetaria son inversiones directas gigantescas y que eso implica una responsabilidad”.

El razonamiento habitual para incluir al cambio climático dentro del mandato de los bancos centrales es el efecto que el calentamiento global tendrá, y tiene, en la economía. Pero como argumentaba el semanario The Economist, una pandemia también afecta a la economía y a nadie se le ocurre decir que las autoridades monetarias deban facilitar la financiación de empresas médicas o farmacéuticas. Piazzesi reconoce la complejidad de la decisión, pero subraya la coincidencia de todos los expertos en la necesidad de transitar hacia una economía con menos emisiones. “Por supuesto, si una se pone a pensar en todos los problemas que enfrenta la economía, no puede pedirle al banco central que los resuelva todos, pero lo cierto es que los ciclos electorales hacen que a nuestros Parlamentos les cueste pensar en el largo plazo, mientras que los bancos centrales pueden tener a economistas pensando en estas cosas porque no tienen estas presiones electorales, son tecnócratas”.

Esa independencia del ciclo electoral es el atributo que permite a los bancos centrales guiar su política monetaria por unos criterios relativamente fijos y sin temor a presiones políticas. Pero aumentar las competencias de tecnócratas no electos es una decisión que también se puede leer como un déficit democrático. “Eso es cierto”, dice Piazzesi. “Mi trabajo es solo sobre la eficiencia económica, pero es verdad que todo esto tiene una cuestión de política económica que hay que valorar”.

Los bancos centrales de Inglaterra, Francia y Países Bajos también están estudiando métodos para incorporar los riesgos climáticos en las pruebas de estrés que deben pasar los bancos. Una medida imprescindible, según Piazzesi, cuando se piensa en las hipotecas de mercados como el de Miami, donde los precios de las propiedades siguen siendo muy altos pese a las dudas que hay sobre las posibilidades de la ciudad si sube el nivel del mar; o cuando se piensa en grandes empresas de hidrocarburos que tal vez no sobrevivan en la nueva economía. “Los bancos hacen préstamos a estas empresas y eso es un riesgo climático, por eso es tan importante entender sobre qué riesgos asociados con el clima están sentados nuestros bancos”.

¿Y si el BCE siguiese el ejemplo de Suiza y añadiera la compra de acciones de empresas limpias a sus intervenciones? Según Piazzesi, aumentaría su riesgo, pero no sería la primera vez que eso ocurre. “Ya aumentó durante la crisis de deuda soberana cuando compró bonos de Italia y España. Y ahora también está aumentando cuando compra obligaciones emitidas por Volkswagen, Fiat y otras empresas. Comprar acciones significaría aún más riesgo, pero todo es una cuestión de grados. Lo que verdaderamente hay que preguntarse es qué se quiere hacer. Si de verdad se quiere bajar el coste de capital en la economía, tiene que intervenir de forma inteligente. No se puede limitar a comprar obligaciones en los mercados secundarios”.

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