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Lagarde: “Somos más optimistas que hace tres meses”

La subida de los precios y la recuperación no hace cambiar de rumbo a la entidad, que ha decidido este jueves seguir con las compras de activos “para evitar un endurecimiento de las condiciones de financiación”

Álvaro Sánchez
Christine Lagarde, presidenta del BCE, en rueda de prensa en marzo de 2020.
Christine Lagarde, presidenta del BCE, en rueda de prensa en marzo de 2020.GettyImages

Optimismo, pero con cautela. El Banco Central Europeo ha revisado al alza este jueves sus previsiones económicas. Y la conclusión es que las cosas pintan algo mejor que hace tres meses: los países del euro crecerán este año un 4,6% y un 4,7% el siguiente —en marzo la entidad auguraba un crecimiento del 4% para 2021 y del 4,1% en 2022—. Para 2023, mantiene el dato invariable en el 2,1%. El buen ritmo de la campaña de vacunación, que Fráncfort espera sirva para relajar las restricciones en la segunda parte del año y profundizar así en la mejora del sector servicios, está detrás del progreso. Las perspectivas escenifican la confianza en la fortaleza de la recuperación por el esperado repunte de la demanda doméstica y global, pese a que la presidenta del BCE, Christine Lagarde, citó la presencia de las variantes del virus que van surgiendo como una de las sombras. Lagarde reconoció, sin embargo, que hay signos de un fuerte rebote en el segundo trimestre. “Somos más optimistas en nuestras proyecciones que hace tres meses”, afirmó.

El BCE anunció también que mantendrá su ritmo de compra de activos intacto mientras espera que la recuperación siga ganando tracción en el doble frente monetario y fiscal, con la economía apoyándose también en la tantas veces pospuesta llegada de los fondos del plan de recuperación europeo, ahora por fin ratificado por todos los Estados miembros. En la nota difundida por el BCE este jueves tras la reunión de su Consejo de Gobierno no hay ni rastro de la palabra tapering que alude a la retirada gradual de estímulos—, y quizá el término más temido por los mercados ahora mismo, por el complicado juego de equilibrios que supone retirar las ayudas sin hacer descarrilar la recuperación. La inquietud que genera llega hasta el punto de que algunos analistas incluso se referían a ella como “la palabra que empieza por T”, y en la víspera recomendaban al banco evitar pronunciarla y aplazar la discusión para más adelante, para evitar así un impacto incierto en las Bolsas, las primas de riesgo y la cotización del euro.

“El Consejo de Gobierno seguirá efectuando compras netas de activos en el marco del programa de compras de emergencia frente a la pandemia (PEPP) con una dotación total de 1,85 billones de euros al menos hasta el final de marzo de 2022 y, en todo caso, hasta que considere que la fase de crisis del coronavirus ha terminado”, reza el texto, prácticamente calcado al de marzo. Eso significa que las compras, pese a la incipiente recuperación en marcha, continuarán a un ritmo “significativamente más elevado” que en el primer trimestre: —el BCE compró alrededor de 80.000 millones de euros en deuda al mes en el segundo trimestre, frente a los 62.000 del anterior—. La decisión, esperada por los mercados, apenas ha provocado cambios en las Bolsas e hizo revalorizarse ligeramente el euro frente al dólar.

La entidad insiste en que no gastará por completo ese programa de estímulo “si las condiciones de financiación favorables pueden mantenerse” con cantidades inferiores. Además, retrasa cualquier movimiento de los tipos de interés hasta que la inflación alcance “una convergencia sólida” con su objetivo, es decir, un nivel inferior, aunque próximo, al 2%, y eso se refleje también en la inflación subyacente —que no tiene en cuenta los alimentos frescos ni los productos energéticos por ser los más volátiles—.

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Inflación coyuntural

Las presiones inflacionistas de las últimas semanas no han hecho cambiar de opinión al banco, que se aferra a la idea de que la subida de los precios —el IPC tocó el 2% en mayo, por encima del objetivo de la entidad—, no es una tendencia, sino una cuestión temporal que se irá desinflando, culpa de cambios como la vuelta a su nivel normal del IVA alemán, los cuellos de botella en las cadenas de suministro y sobre todo, el precio de la energía. Aunque sí le ha hecho rectificar sus previsiones sobre inflación, que ahora son del 1,9% para este año (cuatro décimas más) y el 1,5% el siguiente (tres décimas más).

Las voces que reclaman un cambio de políticas para hacer frente a la inflación, sin embargo, son minoritarias. Incluso Olaf Scholz, ministro de Finanzas alemán, un país habitualmente beligerante con ese fenómeno económico por el daño que provoca a sus ahorradores, le ha restado importancia en las últimas horas, utilizando el mismo arsenal argumental que el BCE, esto es, que después de meses de restricciones que causaron caídas en los precios, es lógico que suban cuando la economía se recupera, pero tenderá a la estabilización y no se trata de un problema que haya llegado para quedarse.

Los bancos centrales viven sumidos en un constante dilema. El miedo a pasarse, el miedo a quedarse cortos. Y algunos países ya han actuado: en abril, el banco central de Canadá retiró los estímulos de la era pandémica y señaló que los tipos podrían comenzar a subir en 2022. Fue el primer país del G-7 en hacer algo así, pero otros estudian un camino parecido: el banco central noruego planea subirlos en el tercer o cuatro trimestre de este año. Y Nueva Zelanda y Corea del Sur han sugerido que en su agenda está tomar medidas similares.

El ejemplo de Estados Unidos puede servir a Lagarde de contrapeso frente a los halcones que quieran tomar ese ejemplo, aunque hay quien advierte contra un exceso de seguidismo. La inflación al otro lado del Atlántico se situó en mayo en el 5%, más del doble que la de la zona euro. En plena expansión fiscal de la Administración de Joe Biden —cheques a millones de ciudadanos incluidos—, con los precios de la vivienda y los coches de segunda mano en pleno boom, la Reserva Federal no ha cambiado su discurso de que la subida de los precios será solo un mal temporal y no estructural, y mantiene las compras de bonos, pero se desconoce si la tolerancia a la inflación está cerca de rebasar el vaso, y no se descarta que la Fed comience a comunicar su estrategia de reducción gradual de estímulos en su simposio de Jackson Hole en agosto. Un nuevo frente puede añadir leña al fuego: la inflación china ha despertado, y se teme que si repercute esa subida en los precios de las cuantiosas mercancías y servicios que envía al exterior, Pekín sea también, a partir de ahora, una exportadora de inflación.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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