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ESTADOS UNIDOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por qué los republicanos no pueden ser populistas

Los conservadores están haciendo un favor a los demócratas al aferrarse a ideas económicas desprestigiadas

Paul Krugman
Votantes de Trump en Virginia apoyando la industria del carbón en 2018.
Votantes de Trump en Virginia apoyando la industria del carbón en 2018.MANDEL NGAN

El Plan de Rescate Estadounidense del presidente Biden es increíblemente popular, incluso entre los votantes republicanos. Desconocemos aún los detalles de la próxima gran iniciativa demócrata, pero cabe esperar que consiga una buena aceptación en las encuestas, ya que sabemos que combinará cuantiosos gastos en infraestructuras con subidas de impuestos a las grandes empresas y a los ricos, y ambas medidas son populares.

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Sin embargo, es probable que el próximo programa no reciba ni un solo voto republicano en el Congreso. ¿Por qué los representantes republicanos siguen aferrados a políticas económicas de derechas que favorecen a los ricos y perjudican a la clase trabajadora? Debo advertir que no voy a dar una respuesta satisfactoria a esta pregunta. El objetivo del artículo de hoy es, más bien, defender la importancia de la cuestión en sí. Si pregunto por qué los republicanos “siguen” comprometidos con las recetas económicas de derechas, es porque en el pasado su postura no representaba ningún misterio.

Mi modelo del Partido Republicano era el de ¿Qué pasa con Kansas? Es decir, al igual que Thomas Frank, autor del libro publicado en 2004 con ese título, consideraba que el Partido Republicano era una empresa dirigida por y para plutócratas, que conseguía ganar elecciones jugando con los agravios culturales y la hostilidad racial de los blancos de clase trabajadora. El fanatismo, sin embargo, era una puesta en escena para palurdos; en cuanto pasaban las elecciones, el partido retomaba sus prioridades, que eran defender a los ricos. El ejemplo clásico es el de George W. Bush, que consiguió ser reelegido presentándose como el defensor de EE UU contra terroristas homosexuales casados, para anunciar tras su victoria que tenía el mandato de privatizar la Seguridad Social (cosa que no hizo).

Sin embargo, todo esto suena muy lejano. Es posible que los multimillonarios fueran los que, en origen, situaron al Partido Republicano en la senda del extremismo, pero está claro que han perdido el control de las fuerzas que ellos mismos conjuraron. El partido ya no consigue devolver la intolerancia a la caja de los truenos pasada cada cita electoral, de manera que pueda centrarse en su verdadero objetivo, que es la reducción de impuestos y la desregulación. Por el contrario, los extremistas están al mando. A pesar de haber perdido las elecciones y de una insurrección violenta, lo que queda de la vieja guardia republicana se ha postrado ante el altar del trumpismo.

Pero, aunque el poder en el Partido Republicano se ha apartado casi por completo del establishment conservador, la formación sigue aferrada a su ideología económica de reducción de impuestos y gasto. El por qué de esta actitud no resulta evidente.

Cuando, en 2016, Donald Trump se impuso a los candidatos convencionales, cabía esperar que orientase el partido a lo que algunos politólogos denominan herrenvolk democracy o “democracia étnica”, basada en políticas verdaderamente populistas, incluso igualitarias, aunque solo para los miembros de los grupos raciales y étnicos “buenos”. El régimen del apartheid sudafricano funcionaba así. En el sur de EE UU regido por las leyes de segregación racial hubo algunas iniciativas de corte populista solo para blancos. En Europa, el Frente Nacional francés combina la hostilidad a los inmigrantes con exigencias de ampliación del ya generoso Estado del bienestar de su país.

Cuando Trump era candidato, a menudo parecía que quería avanzar en esa dirección con sus promesas de no reducir las prestaciones sociales y poner en marcha un extenso programa de infraestructuras. Si hubiera cumplido esas promesas, si hubiera mostrado un mínimo asomo de auténtico populismo, tal vez seguiría siendo presidente. En la práctica, sin embargo, su rebaja de impuestos y su intento fallido de revocar la Ley de Cuidado de Salud Asequible de Obama se atuvieron punto por punto al manual conservador básico.

La excepción que confirma la regla fue la política agraria de Trump, que concedió enormes subvenciones a los productores perjudicados por su guerra comercial, pero se las arregló para que casi todas ellas fueran a parar a los blancos.

¿Fue la continuación de las políticas económicas impopulares por parte de Trump un simple reflejo de su ignorancia personal y su falta de interés por el fondo de los problemas? Lo acaecido desde las elecciones hace pensar que no.

Ya he mencionado cómo los republicanos han cerrado filas en contra del paquete de ayudas propuesto por Biden. El rechazo al populismo económico también es palpable en los diferentes Estados. Pensemos en Misuri. Uno de sus senadores, Josh Hawley, ha declarado que los republicanos deben ser “un partido de la clase trabajadora, no un partido de Wall Street”. Y, sin embargo, los representantes republicanos en el legislativo estatal acaban de bloquear la financiación de una ampliación del seguro de salud para personas con dificultades económicas que representaría una pequeña carga económica para el Estado, y que ya había sido aprobada por una mayoría de votantes.

O pensemos también en Virginia Occidental, donde la revitalización de la industria del carbón —otra promesa incumplida de Trump— contaba con la aceptación de los votantes. Como el carbón no va a volver, el gobernador republicano del Estado ha propuesto revitalizar la economía mediante la eliminación del impuesto sobre la renta. Esto recuerda el fallido experimento de rebaja de impuestos realizado en Kansas hace unos años. ¿Qué les hizo pensar que en los Apalaches funcionaría mejor?

Por tanto, ¿qué está pasando? Sospecho que la ausencia de un verdadero populismo en la derecha tiene mucho que ver con su cerrazón mental: es posible que la vieja guardia conservadora haya perdido poder, pero sus burócratas siguen siendo los únicos miembros del Partido Republicano que saben algo de política. Y los superricos pueden seguir comprando influencia incluso en un partido cuya energía procede sobre todo de la intolerancia y el odio. En todo caso, por ahora, los políticos republicanos están haciendo un gran favor a los demócratas al aferrarse a ideas económicas desprestigiadas que no gustan ni a sus propios votantes.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips.

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