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Columna
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Mejores fundamentos, peor entorno

Hay que estimular la inversión, que el exceso de ahorro se canalice hacia la transición digital y la energética

Emilio Ontiveros
Tomás Ondarra

Este año la economía española crecerá por debajo de lo que lo ha hecho desde el inicio de la recuperación de la pasada crisis, pero seguirá haciéndolo a un ritmo superior al promedio de la eurozona. Esta mantendrá un año más los peores registros de crecimiento de todas las economías avanzadas: difícilmente superará el 1%, con muy bajas tasas de inflación que seguirán justificando el mantenimiento de una política monetaria excepcionalmente laxa durante, al menos, todo el año.

Es precisamente la pertenencia al área monetaria la que explica en gran medida las luces y las sombras del comportamiento macroeconómico de nuestro país. Sin el descenso histórico de los tipos de interés y las masivas compras de bonos públicos y privados decididos por el BCE, la recuperación española no habría sido tan explícita porque no habría sido tan intenso el saneamiento financiero de las empresas y de las familias, altamente endeudadas en las vísperas de la crisis. Tampoco habría sido tan llevadero el aumento en el endeudamiento de las Administraciones públicas durante la crisis. Recordemos que frente a aquellos tipos de interés en el entorno del 7% que los inversores exigían al Tesoro español hasta julio de 2012 por prestarle a 10 años, hoy compiten por hacerlo al 0,5%. La diferencia con la tasa correspondiente al bono alemán, la dichosa prima de riesgo, también se encuentra en niveles históricamente bajos. Los inversores internacionales no contemplan riesgos diferenciales en nuestro país, a pesar de que el stock de deuda pública es muy superior al que manteníamos entonces. Tampoco los han percibido las empresas multinacionales, que canalizan esos flujos de inversión extranjera directa, que no han dejado de crecer en los últimos años. Todo ello, por cierto, en un periodo de prolongada interinidad política.

Las razones fundamentales de ese buen comportamiento relativo de la economía española son, en mi opinión, dos. La primera y más vinculante el paraguas protector del BCE, la institución comunitaria que más ha hecho por evitar males peores en la unión monetaria y, desde luego, por romper aquel bucle diabólico que conformaban la recesión económica, la crisis bancaria y la de la deuda soberana. Sin las decisiones del BCE, España no habría escapado fácilmente de ese círculo vicioso o lo habría hecho con costes muy superiores a los que sufrió.

La segunda razón es la mejora de la calidad de la función empresarial en la última década. La verificación de esta no dispone de un registro estadístico simple, pero se pone de manifiesto en diversos aspectos importantes. El más inmediato es el aumento de la propensión exportadora, no solo el del número de empresas que exportan de forma regular, sino la diversificación de lo que venden al exterior y la de sus destinos. Como consecuencia de ello, aunque no solo, el desequilibrio en la balanza de pagos por cuenta corriente ha dejado de ser una fuente de inquietud. La segunda manifestación también vincu­lada a esa reducción de las necesidades de financiación exterior y a las decisiones del BCE es la mejora de la estructura financiera de nuestras empresas, especialmente de las medianas y pequeñas, más dependientes de la financiación bancaria. Los costes financieros absorben hoy una menor proporción del excedente de las empresas no solo por ese descenso en el endeudamiento, sino por la caída de los tipos de interés. Ambos ayudan a explicar también el menor peso de los créditos dudosos en los activos bancarios.

Fundamentos mejores son también los que se deducen de la estructura productiva de nuestra economía, con un menor protagonismo del sector de la construcción residencial y de la promoción inmobiliaria que en las vísperas de las dos últimas crisis. Por último, aunque no menos importante, pero también más difícil de captar estadísticamente, es el relevo gradual que está teniendo lugar en la dirección de las medianas y pequeñas empresas por profesionales mejor preparados, con una mayor vocación internacional y una mayor visión a medio plazo. De algunas de esas circunstancias ha quedado constancia indirecta en esas clasificaciones internacionales como el Doing Business, del Banco Mundial, o el World Competitiveness Report, del Foro Económico Mundial, donde las posiciones de la economía española han mejorado en el último año.

La combinación de esos aspectos —complicidad del BCE, mejora de la especie empresarial y freno al deterioro de la calidad de las instituciones favorables al nacimiento y desarrollo de las empresas— ha favorecido la disposición de mejores fundamentos ante la desaceleración global actual. Que sean mejores esos en modo alguno significa que sean los necesarios. Los pasivos exteriores acumulados por nuestra economía son todavía elevados y por sí solos representan esa vulnerabilidad frente a episodios de inestabilidad financiera internacional.

Esa exposición también existe en la economía ­real. Y esta es la sombra fundamental generada por la misma comunidad de vecinos a la que pertenecemos, la eurozona, de donde proviene la mayoría de nuestros ingresos por exportaciones. El conjunto del área monetaria ha sufrido los avatares de la guerra comercial como si fuera uno de los contendientes directos. Lo ha hecho porque el conjunto de la eurozona es un bloque muy abierto al exterior, y algunas de sus producciones más exportables, el automóvil sin ir más lejos, han sufrido esas intimidaciones continuas desde que cambió la presidencia estado­unidense. De la desaceleración que la mayoría de las instituciones anticipan para el grupo de economías avanzadas, la de la eurozona es la más destacada. Las últimas previsiones difundidas, las semestrales del Banco Mundial, asignan un crecimiento a la eurozona en este año del 1,0%, frente al 1,1% del pasado, siendo las manufacturas las principales causantes de la contracción. La mayor economía de la región es también la que menos crece. El desplome de las exportaciones y de su producción industrial ha estado a punto de situar a la economía alemana estadísticamente en recesión durante la segunda mitad del pasado año. El menor crecimiento de China, principal cliente de Alemania, y las consecuencias de la salida del Reino Unido de la UE completan la tibieza de esa recuperación.

Todo ello no favorece un crecimiento económico y del empleo suficiente en nuestro país para compatibilizar los compromisos con la UE de saneamiento presupuestario y fortalecer las inversiones públicas en conocimiento, necesarias para que la productividad mejore y con ella la calidad y sostenibilidad del crecimiento futuro. No nos queda sino confiar en la adopción de decisiones de inversión paneuropeas por las instituciones comunitarias.

El relevo por la política fiscal de la exhausta política monetaria es una de las condiciones necesarias para que la eurozona deje de coquetear con el “estancamiento secular” y con las consiguientes amenazas a la propia viabilidad de la unión. Estimular la inversión, contribuir a la movilización del exceso de ahorro acumulado por familias, empresas y algunos Gobiernos, que ya dispone de dos destinos preferentes en las dos transiciones definidas por la nueva CE, la energética y la digital. Falta extender esa voluntad política para poner a trabajar a las instituciones, como el Banco Europeo de Inversiones, sin ir más lejos. Si Europa reacciona y el nuevo Gobierno español ordena bien sus prioridades de política económica, la percepción de los ciudadanos puede seguir siendo que la pertenencia a la eurozona es rentable.

@ontiverosemilio. Su último libro: ‘Excesos. Amenazas a la prosperidad global’ (Planeta).

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