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Las renovables sonríen con Biden

El demócrata ha prometido una “revolución” de las energías limpias tras cuatro años en los que el Gobierno estadounidense no ha dejado de apoyar el carbón y el petróleo

Ignacio Fariza
Biden, durante una reciente visita a una instalación solar en Plymouth (New Hampshire).
Biden, durante una reciente visita a una instalación solar en Plymouth (New Hampshire).Brian Snyder (Reuters)

El principio y el final de la presidencia de Donald Trump serán, con total seguridad, los dos mayores puntos de inflexión en la política estadounidense de la era moderna. Su llegada a la Casa Blanca supuso una enmienda a la totalidad sobre el rumbo económico en tiempos de Barack Obama: la unilateralidad impuso su ley; el libre comercio cedió terreno frente a los aranceles; las bajadas de impuestos a los más ricos se abrieron paso tras unos años de mayor progresividad fiscal; y el carbón y el crudo recuperaron el favor oficial en detrimento de las renovables. Su salida echará el reloj atrás de nuevo: el vicepresidente y mano derecha de Obama, Joe Biden, regresa con mando en plaza y algunos sectores, como el de las energías limpias, se preparan para cuatro años de actividad frenética.

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“El sector de infraestructuras, renovables incluidas, se beneficiarían directamente de una victoria de Biden”, subrayaba en la misma jornada electoral, cuando todo estaba aún el aire, el jefe de estrategia global de Julius Baer, Patrik Lang. En el lado contrario, petroleras, gasistas y farmacéuticas “sentirán una mayor presión por el lado de la regulación”. Además, a diferencia de otros sectores a los que le beneficiaría una victoria demócrata —el de consumo, por ejemplo, que depende en gran medida de los planes de estímulo que apruebe el nuevo Gobierno y el nuevo Congreso—, las renovables no dependen tanto de en qué manos quede el Senado: aquí, el empujón que dé Biden se antoja esencial, aunque si se confirma que la Cámara alta sigue dominada por los conservadores, esta puede torpedear algunas reformas vitales en la lucha contra el cambio climático.

Las principales empresas estadounidenses vinculadas con las renovables ya están anticipando en su cotización sus halagüeñas proyecciones en la era Biden. El fabricante de paneles solares FirstSolar batió su máximo histórico en Bolsa hace dos semanas, cuando todos los sondeos ya apuntaban a la victoria de Biden, y, tras unas jornadas de dudas, este viernes retomó la senda alcista. La firma de pilas de hidrógeno Plug Power, también en máximos históricos, multiplica por seis su valor bursátil desde principios de año, y Sunpower, especializada en soluciones solares para hogares, ha multiplicado por cinco su valor en el último semestre. A rebufo de las noticias que llegan de la terna de Estados clave aún en disputa (Pensilvania, Georgia, Nevada, Arizona), eléctricas estadounidenses muy centradas en las renovables, como NextEra Energy —que ya vale más que muchos colosos del petróleo—, también baten estos días récord históricos de capitalización.

El alborozo se ha extendido allende las fronteras estadounidenses: en Europa, el fabricante danés de aerogeneradores Vestas cabalga hacia un nuevo máximo histórico y la española —aunque filial de alemana— Siemens Gamesa, pese al resbalón de este viernes, ya ha superado con creces el susto del miércoles, cuando los primeros conteos apuntaban a una mayor fortaleza de Trump de lo previsto. La explicación es clara: en EE UU, tanto la industria solar como la eólica son muy dependientes de componentes importados. Según las últimas cifras recopiladas por Reuters, el 84% de las instalaciones fotovoltaicas instaladas el año pasado vinieron del exterior, una cifra que oscila entre el 30% y el 50% en el caso de los molinos de viento.

En España, Iberdrola también sonríe ante la más que probable victoria del demócrata. Tras redoblar su apuesta por el país norteamericano, con un desembolso nada despreciable (casi 3.700 millones de euros) por la eléctrica PNM Resources, cuya actividad descansa sobre dos Estados clave para el avance de la solar en EE UU: Nuevo México y Texas. Y la llegada a la Casa Blanca de un ferviente defensor de las energías limpias más que justifica la prima pagada por su nueva filial, que algunos analistas veían demasiado alta.

Una “revolución” de energía verde

En campaña, Biden prometió en repetidas ocasiones una auténtica “revolución de las energías limpias que traerá consigo millones de empleos de clase media”. Para ello, el demócrata ha desvelado un potentísimo impulso —dos billones de dólares solo en su primer mandato, que se dice pronto: bastante más que el PIB español actual— en fuentes limpias de energía. La solar se llevará la palma, con el compromiso de instalar 500 millones de nuevos paneles, y la eólica irá a la zaga, con 60.000 turbinas. En su “transición para dejar atrás el petróleo” —las palabras que él mismo ha utilizado para referirse a su proyecto—, las baterías para almacenar los excedentes de generación tendrán un papel central, como también lo tendrán los incentivos para acelerar el tránsito del coche de combustión al eléctrico y para mejorar la eficiencia energética de los hogares. El objetivo último: que el sector eléctrico estadounidense sea neutral en carbono en 2035 y que las emisiones netas de todo el país lleguen a zona cero en 2050. Se trata, como se lee en la página web del demócrata, “no solo de revertir el daño hecho por Trump, sino de ir más allá. Y hacerlo rápido”.

“Su presidencia creará oportunidades para este sector, mientras que otro mandato de Trump habría mantenido el apoyo al actual régimen energético”, completa Mona Mahajan, estratega de inversión en EE UU de Allianz Global Investors. La hoja de ruta de Biden y Trump, en efecto, son agua y aceite: el republicano es defensor acérrimo de la trilogía de energías fósiles (petróleo, gas, carbón), que todavía suponen el 80% de una matriz, la estadounidense, en la que el peso de las renovables aún es residual. Y una victoria suya no solo habría mejorado los incentivos fiscales para invertir en las fuentes tradicionales —sucias— sino que habría prolongado su apoyo al fracking, una técnica muy discutida en lo medioambiental, pero gracias a la cual EE UU ha conseguido la soberanía energética y que ha llevado al país norteamericano a la primera posición en la tabla global de productores de petróleo.

La preferencia de Trump —el presidente que sacó a su país del acuerdo de París— por el carbón y el crudo ha alargado su vida útil en algunas instalaciones, favorecido su extracción con técnicas medioambientalmente agresivas y ralentizado, en cierto modo, el avance de las renovables. Este palo en la rueda, sin embargo, no ha impedido su florecimiento en amplias zonas del país: tras años de avances tecnológicos ininterrumpidos, no solo son más limpias sino que también son mucho más rentables. “Es la fuente de electricidad más barata de la historia”, recordaba recientemente la Agencia Internacional de la Energía. Pero, con Biden, el impulso adicional desde el 1600 de la avenida Pensilvania será un enorme espaldarazo para un sector que se había acostumbrado —a la fuerza— a navegar en piloto automático, sin ningún sustento de Washington. Como tantas otras cosas, eso cambiará a partir de enero.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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