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El G20 respalda el mayor recorte de la historia en la oferta de crudo pero evita fijar cifras a su compromiso

EE UU y el resto de países petroleros acuerdan actuar para estabilizar los precios, pero no logran pactar un número concreto. La OPEP y Rusia se habían comprometido a retirar 10 millones de barriles

Una plataforma petrolera en las costas noruegas, a principios de diciembre.
Una plataforma petrolera en las costas noruegas, a principios de diciembre.Ints Kalnins (Reuters)
Ignacio Fariza

Habrá recorte en la producción mundial de petróleo y será el mayor de siempre, pero el diablo está y seguirá estando en los detalles. Los ministros de Energía del G20 han ratificado este viernes el acuerdo alcanzado 24 horas antes por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP, liderada de facto por Arabia Saudí) y Rusia. Sin embargo, el compromiso del resto de países productores de crudo de asumir su cuota de responsabilidad y arrimar el hombro en un tijeretazo en el que, si quiere tener éxito, todos tendrán que sacrificarse, se queda en palabras. Estados Unidos y el resto de países productores se han mostrado a última hora de la noche de este viernes dispuestos a hacer todo lo que esté en su mano para estabilizar unos precios en caída libre ante el desplome de la demanda por el coronavirus. Pero han eludido fijarse un objetivo concreto de reducción de su oferta que complementase con otros cinco millones de barriles diarios el recorte récord de 10 millones (casi la décima parte de la oferta mundial) con el que Riad y Moscú habían enterrado el jueves el hacha de guerra tras una fugaz pero brutal batalla de precios que ha llevado la cotización del crudo a mínimos de casi dos décadas.

El comunicado del G20 “reconoce los compromisos de algunos productores para estabilizar los mercados energéticos”. Según desveló tras la conferencia telemática el titular canadiense de Energía, Seamus O’Reagan, el grupo de países industrializados trató de “encontrar los mecanismos para lograr la estabilidad de precios” y todos los países convinieron la necesidad de “un mercado petrolero estable y que funcione bien”. “Pero aún no estamos donde deberíamos estar”, admitió el negociador de la que, a lomos de las reservas de crudo no convencional, ya se ha convertido en la cuarta potencia petrolera mundial. “La industria ha sufrido muchos choques a lo largo de su historia, pero ninguno como el que estamos viendo hoy. Espero que [el acuerdo] ayude a restaurar parte de la muy necesaria estabilidad”, había dicho poco antes del inicio de la reunión el jefe de la Agencia Internacional de la Energía, Fatih Birol. Mucha retórica y poca concreción: el único elemento duro del comunicado final es la creación de un “grupo de trabajo” abierto a todos los miembros del G20 de forma voluntaria y que se encargará de “monitorear” las medidas tomadas en respuesta a la crisis. Las conversaciones deberían seguir en las próximas horas para fijar objetivos concretos de reducción de la oferta.

Tras el jarro de agua fría de principios de marzo, cuando la OPEP y Rusia fueron incapaces de pactar un recorte casi siete veces menor que el sellado este viernes, Riad y Moscú no podían permitirse un nuevo patinazo. Quedó claro el jueves, cuando ambas —junto con el resto de países de la conocida como OPEP+ u OPEP ampliada— pactaron recortar unos 10 millones de barriles en mayo y en junio, y que disminuirá gradualmente desde entonces hasta quedar en nada en la primavera de 2022, cuando el virus sea ya un mal recuerdo y la maquinaria productiva haya recuperado todo el brío perdido. Es, de por sí, un tijeretazo muy significativo: equivale, casi, a los bombeos del reino del desierto, primer productor mundial hasta que la sacudida del fracking le desbancó en favor de Estados Unidos. Pero estaba a expensas del concurso del propio gigante norteamericano, de Brasil, de Canadá, de Noruega y, en fin, el resto de grandes nombres del olimpo petrolero mundial. Y ese visto bueno definitivo ha llegado este viernes, aunque a medias y de manera mucho más timorata de lo que se esperaba: con tanta grandilocuencia retórica —tomarán “las medidas inmediatas que sean necesarias para asegurar la estabilidad del mercado energético”— como falta de claridad en las cifras. Sin objetivos concretos de recorte, la promesa se queda en palabras.

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Con la coordinación internacional en sus horas más bajas, tanto en lo político como lo económico, las reuniones de las dos últimas jornadas —primero, de la OPEP y Rusia; después, de los ministros del G20— se presentaban como una ocasión de oro para sacar algo en claro. Y el sabor que dejan es agridulce. Por un lado, han permitido poner punto final al enfrentamiento a cara de perro entre el primer y segundo exportador mundiales, Arabia Saudí (que ostenta la presidencia rotatoria del G20) y Rusia, que había convertido el mercado petrolero en lo más parecido al salvaje oeste durante 34 largos días y que había añadido una dosis adicional de volatilidad sobre unos mercados financieros que atraviesan sus horas más difíciles desde la Gran Recesión. Pero, por otro, se vuelve a demostrar que pasar de las musas al teatro sigue siendo harto complicado en un foro con tantos Gobiernos involucrados y tantos intereses contrapuestos.

La rapidez del acuerdo del jueves por la tarde entre saudíes y rusos contrasta con todas las trabas y dificultades que se sucedieron a continuación. El primero en poner el grito en el cielo fue un actor inesperado: México. El país norteamericano, históricamente petrolero pero sumido en una crisis de producción que le ha hecho perder posiciones en el concierto internacional, se negó en la madrugada del jueves al viernes a aceptar su parte del trato e hizo subir el voltaje de la reunión cuando ya todo parecía hecho. Se le exigía una reducción de los bombeos mexicanos de unos 400.000 barriles diarios, cifra que, ante la presión mexicana, bajó hasta el entorno de los 350.000. EE UU intervino, comprometiéndose —según lo desvelado por Andrés Manuel López Obrador— a ampliar su recorte en 250.000 barriles y que México solo tuviese que retirar 100.000 del mercado. Pero ni siquiera así el acuerdo fue posible, según afirma Reuters citando dos fuentes presentes en la mesa virtual de diálogo. Este sábado seguirán las conversaciones para tratar de sumar a México al barco de los recortes y poder, entonces sí, salir con una cifra de recortes por país.

Con los parqués cerrados este viernes santo, habrá que esperar al lunes para ver qué acogida tiene entre los inversores este respaldo retórico del G20 a la estrategia de recortes. El jueves, la primera impresión no fue buena: frente al optimismo generalizado por el acuerdo entre Arabia Saudí y Rusia y a pesar de haber llegado a subir más de un 10% a lo largo de la jornada, el barril de brent cerró la sesión retrocediendo más de un 4%. En paralelo, el banco de inversión UBS avisaba de que ni tan siquiera el que ya es el mayor recorte de la historia, el pactado entre Riad y Moscú, será suficiente para nivelar un mercado que hoy vive la mayor una inédita descompensación entre oferta y demanda, con un sobrante que se calcula entre 20 y 30 millones de barriles por día después de que la pandemia evaporase casi la tercera parte del consumo. Los mercados no entienden de recortes récord mientras los aviones sigan en tierra, los coches en el garaje y las fábricas, a medio gas. Tampoco mientras el compromiso de los países ajenos a la OPEP+ se plasme únicamente en palabras y no en cifras rotundas.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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