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OPINIÓN
Columna
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Expectativas mal educadas

Si la mayor parte de los consumidores y empresas cree que todo irá a peor, esa creencia hará que las cosas empeoren

Santiago Carbó Valverde
Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo.
Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo.EFE

Crece la inquietud por la situación económica. Se habla, incluso, de que las cosas solo pueden ir a peor y que es inevitable y necesario. La velocidad a la que fluye la información es directamente proporcional a la de la sobrerreacción. El problema es que esa formación acelerada de expectativas tiene un valor económico. Si la mayor parte de los consumidores y empresas cree que todo irá a peor, esa creencia hará que las cosas empeoren.

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Ayer fue el día de la educación financiera. Vivimos momentos en los que se pone especialmente de manifiesto su relevancia. La dificultad para mejorar la instrucción económica cuenta con un problema de base: el elevado grado de disensión entre economistas y decisores de política (hoy en día, particularmente, bancos centrales). La discusión no es coyuntural. La duda profunda es si los supuestos y herramientas que se están aplicando son los adecuados para la economía del siglo XXI. Los economistas estamos divididos entre los que creen que una recesión (dura) es algo necesario para volver a crecer y corregir burbujas y los que creen que con las herramientas adecuadas no tendría por qué ser más que una corrección. Esta última es una tesis que viene siendo defendida por Bradford DeLong, harto de escuchar cosas como “recesión necesaria” o “purga sanadora”.

Son muchas las aportaciones de economistas que invitan a renovar la visión sobre los ciclos económicos y la sostenibilidad. En España, este debate contrasta con la crítica estéril en algunos medios, como las agrias y muy comentadas discusiones en debates televisivos, en las que algunos tratan de instruir con argumentos y otros de demoler con desprecio y desconocimiento a los economistas. Mala contribución a la educación financiera.

Parece que los ciudadanos están empezando a asustarse. Hay retracción en el gasto. La recesión no se puede descartar a medio plazo pero los fundamentales no invitan al pánico. Más profecía autocumplida: si las cosas pintan mal, solo pueden ir a peor. Se precisan medidas eficientes de estímulo allí donde las dudas se acumulan (automoción, restauración, viajes). Y siempre (mejor mientras se crezca) tratar de ir transformando productividad marginal baja (sectores deprimidos) en productividad marginal creciente (sectores innovadores y digitalizados). Desgraciadamente, no está en la agenda. La mayor parte de los cambios estructurales que tienen efectos duraderos y protectores se dan durante las expansiones, no durante las recesiones.

Una duda transversal que planea en este debate sobre formación de expectativas es el papel de los bancos centrales… desde hace casi veinte años. Tuvieron que cambiar (tal vez artificialmente) el sentimiento de pesadumbre tras el 11-S. Se echó de menos una corrección natural más cíclica que, tal vez, hubiera suavizado el rodillo de la crisis. Tal vez las acciones monetarias extraordinarias siguen demorando algunos ajustes inevitables. Es una economía política muy paternalista en la cual, paradójicamente, el menor protagonismo es el de los “padres naturales”, los Gobiernos y sus políticas fiscales. Todo es excepcionalidad monetaria. En España también se mira ya más a Fráncfort que a Madrid.

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