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Subir impuestos a los ricos ya no es tabú en EE UU

Algunos demócratas proponen nuevos recargos para los más pudientes, una idea impensable antes de la crisis

La congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez
La congresista demócrata Alexandria Ocasio-CortezALEX WONG (GETTY IMAGES)

Lo extraordinario del momento político que viven los Estados Unidos de Trump hace que ideas que antes estaban en los márgenes ocupen ahora el centro del debate. Quizá no es sorprendente que, en los compases iniciales de unas superpobladas primarias demócratas para decidir quién se enfrentará al heterodoxo presidente en 2020, algunos candidatos hablen de subir drásticamente los impuestos a los ricos. Lo llamativo es que esas propuestas, condenadas al escarnio hace no tanto, susciten ahora un amplio respaldo académico, mediático y popular. O que en Davos los multimillonarios discutan las ideas en materia de política fiscal de una joven de 29 años, la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, que hace unos meses servía enchiladas en un garito de Manhattan.

“Hay una sensación de que los ricos dominan injustamente la sociedad, y la tendencia a la desigualdad se está pronunciando”, opina William Gale, codirector del Centro de Política Fiscal, un think tank no partidista. “Los políticos progresistas intentan distanciarse de los intereses de los ricos. En círculos académicos, el sentimiento es mixto. Hay estudios que apoyan un impuesto a la riqueza, pero otros hallan una significativa respuesta fraudulenta”.

Recaudar un 1% del PIB al año

El entusiasmo por los impuestos a los más ricos en Estados Unidos hunde sus raíces teóricas en las investigaciones, durante las dos últimas décadas, de economistas que cuestionan el consenso neoliberal y alertan de la excesiva concentración de la riqueza, como Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman.

Estos dos últimos, profesores de la Universidad de Berkeley, apoyan la propuesta de la senadora Elizabeth Warren para poner un impuesto a las grandes fortunas y han aportado números: con una tasa del 2% a hogares con un patrimonio superior a los 50 millones de dólares, y un 1% adicional a aquellos con valores de más de 1.000 millones, explican, se recaudarían en 10 años 2,75 billones de dólares (más de 2.400 millones de euros), o un 1% del PIB al año.

La senadora y candidata demócrata Elizabeth Warren propone un impuesto a las grandes fortunas, una tasa que nunca ha existido en EE UU. Bernie Sanders, senador independiente que le disputa el favor del sector izquierdista del partido, promete un impuesto de sucesiones del 77% a los más ricos. Y Ocasio-Cortez, que no está en las primeras, pero desde su escaño impulsa la agenda más social, habla de duplicar el tipo más alto sobre la renta al 70-80%.

Las propuestas fueron tachadas de “económicamente analfabetas” por el asesor económico jefe de la Casa Blanca, Kevin Hassett, pero suscitaron encendidas defensas de otros analistas poco sospechosos de analfabetismo. La idea de Ocasio-Cortez, ironizó en The New York Times el Nobel de Economía Paul Krugman, “es claramente una locura, ¿verdad?”. “Quiero decir: ¿quién cree que tiene sentido? Solo gente ignorante como Peter Diamond, premio Nobel de Economía y quizá el mayor experto del mundo en finanzas públicas (...). Y es una política que nadie ha implementado jamás, aparte de EE UU en los 35 años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, que incluyen el periodo más exitoso de crecimiento económico de nuestra historia”, añadió.

El temor a que una subida de impuestos desincentive el crecimiento es, según Gale, “exagerado”. “Pero depende de la política que se aplique y hay maneras muy malas de hacerlo”, advierte. “La evidencia muestra que el nivel impositivo no tiene mucho impacto en el crecimiento. Los datos muestran enormes cambios en los impuestos que apenas producen movimientos en los indicadores de crecimiento. De 1960 a 2010, el tipo impositivo máximo cayó en más de 40 puntos en EE UU, y apenas varió en España y Alemania. Sin embargo, los índices medios de crecimiento en los tres países fueron casi idénticos”.

Los sondeos revelan que tres de cada cuatro votantes apoyan subir los impuestos a los ricos, una tendencia constante en los últimos 25 años. Hoy incluso entre votantes republicanos. Según una encuesta que hizo en enero la cadena conservadora Fox News, la mayoría son partidarios de subir las tasas a quienes ganan más de 10 millones de dólares al año.

La eficacia del mensaje

“A la gente no le parece mal freír a impuestos a George Soros o a Bill Gates”, defiende Mike Tanner, del Instituto Cato, un think tank libertario de centro derecha. “El público es receptivo a las subidas siempre que el límite quede por encima de su nivel de ingresos. Los republicanos dirán que los demócratas hablan de gravar a ricos pero al final irán a por las clases medias. Será interesante ver quién resulta más eficaz a la hora de transmitir su mensaje”.

Lo cierto es que el debate económico se ha abierto enormemente. Antes de la Gran Recesión era impensable que alguien iniciase una carrera seria para ser presidente definiéndose, como hace Sanders, como un “socialista democrático”. La desigualdad y la concentración de riqueza llevan a cuestionar certezas de política fiscal que parecían inamovibles.

En la actualidad, el carácter progresivo del sistema impositivo estadounidense es relativo. Más desde la gran rebaja de impuestos de Trump, que los demócratas calificaron de regalo histórico a los más ricos. “Entre 1979 y 2015, la renta de los hogares del 1% más rico subió un 233%. Los impuestos federales a ese colectivo bajaron un 2%, y aún más con el recorte fiscal de Trump”, explica Gale.

Pero Trump ha dado a los demócratas la oportunidad de pensar a lo grande. Un presidente que se ha cargado muchos dogmas republicanos tienta a los demócratas a hacer lo propio. Ha reabierto los acuerdos más sólidos, ha desatado guerras comerciales, así que los demócratas no necesitan preocuparse por poner nervioso al mundo empresarial: ya lo hace el presidente.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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