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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tránsito a la recuperación

Sería precipitado asegurar que las empresas españolas están en una fase de recuperación robusta

Sería precipitado asegurar que las empresas españolas están en una fase de recuperación robusta. "Robusto" es el término-adjetivo de moda, impreciso y desorientador. Se persigue o se describe una recuperación robusta, unas finanzas robustas o un superávit robusto; tanto puede definir algo que es fuerte o intenso como que es capaz de sostenerse en el tiempo o sobrevivir sin apoyos. Es mera chatarra verbal política. En este caso, entenderemos por robusta una recuperación que sea capaz al mismo tiempo de lograr crecimientos sostenido y progresivo, un aumento del empleo de calidad y una reducción sistemática de la deuda privada. Es decir, se trataría de una fase de crecimiento de los ingresos y de los beneficios que no dependiera de la congelación salarial o de la rotación eterna de empleos infames. ¿Y por qué está todavía muy lejos ese horizonte de vigor? Pues porque el crecimiento de la economía, de las empresas por lo tanto, tiene que estar fundamentada en la evolución de la demanda interna y no en las diversas inyecciones dopantes aplicadas durante la crisis que, por utilizar un símil médico socorrido, debilitan al conjunto de la sociedad.

Es verdad que en 2016 los resultados de las empresas cotizadas han crecido más del 3%; y que los beneficios de las compañías del Ibex 35 subieron el 65%. Pero, en el fondo, tan lustrosa progresión responde a trasteos de balances; legales y legítimos, pero recursos momentáneos al fin y al cabo. Son avances conseguidos gracias a los ahorros de costes o a relaciones estadísticas (Arcelor ha pasado de pérdidas voluminosas a beneficios). La situación es inestable. Se necesita un impulso superior de la demanda interna (inversión y consumo) del que se ha producido hasta ahora, porque el entorno macroeconómico no será tan favorable como en 2016. Se ha agotado el efecto de la depreciación del euro y el petróleo será más caro (ya lo es), como repiten los analistas económicos de oficio. Si el 66% de las ventas se generan fuera de España, la conclusión va de suyo: las empresas lo van a tener más difícil este año.

Todos los caminos se cruzan en los salarios. Por más que existan reticencias entre los empresarios, sólo un aumento salarial pactado permitirá estabilizar el gasto privado y retornar a la situación de prosperidad (relativamente) compartida previa a la crisis de 2007. Sin gasto, sin inversión y sin consumo la recuperación se reduce a buenas intenciones colgadas de la nada. La cuota de exportaciones españolas se ha mantenido en el conjunto de los mercados gracias a una carrera indisimulada y rápida para bajar los precios. Ha llegado el momento de entrar en el carril de una subida paulatina y pactada de los salarios. Hay razones para activar una política de rentas diferente de la que ha seguido el PP durante cinco años. Los trabajadores aceptaron un pacto de reducción de rentas cuando se consideró necesario; ahora las circunstancias son las opuestas. La subida de salarios es una de las pocas soluciones para sostener las ventas (en especial de los bienes duraderos) de las empresas e impulsar el pleno funcionamiento de la economía. Y, no menos importante, una política de rentas adecuada contribuye a la estabilidad social. Más aún, es uno de los grandes instrumentos de estabilidad.

Gobernar consiste en tomar las decisiones adecuadas para garantizar la estabilidad y el bienestar. Cualquiera puede aplicar tratamientos unidireccionales que intentan corregir uno de los aspectos de cada problema. Lo que se exige de un gobernante es que sea capaz de mantener en equilibro estable factores que tienden a ser inestables.

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