“La renta básica es necesaria”
El economista Santiago Niño Becerra defiende la introducción de un ingreso ciudadano para hacer frente al paro y la pobreza
La palabra crash inundaba las páginas de sus tres libros anteriores, publicados en la fase más aguda de la crisis. En esta ocasión —“aunque aparece”—, matiza Santiago Niño-Becerra (Barcelona, 1951), queda relegada a un segundo plano y modula, al menor parcialmente, sus ya habituales previsiones dantescas. En La Economía. Una historia muy personal este profesor de Economía de la Universidad Ramón Llull presenta y comenta algunas de las citas económicas recopiladas a lo largo de su dilatada carrera para desmenuzar, con envidiable claridad, una ciencia social que sigue siendo una china en el zapato para la mayoría de la sociedad. Pese al leve cambio de tono, Niño Becerra sigue viendo a España lejos del espejismo de prosperidad de mediados de la década pasada.
Pregunta. ¿Ve el futuro menos negro?
Respuesta. Depende de cómo lo midamos. Cogiendo como referencia 2006 que fue el último año maravilloso en términos económicos, pienso que la mayoría de la población va a vivir peor. ¿Hasta cuándo? No lo sé. No veo que, en un futuro cercano, puedan repetirse las mismas condiciones que se dieron en aquel momento.
P. ¿Cree imposible, entonces, que volvamos al bienestar previo a la crisis?
R. De momento, sí. Entre 1997 y 2007 los salarios reales crecieron solo el 0,7% anual y ese bienestar no va a volver. Hoy en día es más importante la solvencia y a seguridad que la rentabilidad. Las condiciones no se darán y el empleo tampoco volverá a ese nivel. En los últimos 70 años, cada vez que ha habido un boom en España ha estado asociado al ladrillo; hay que recordad que llegamos al 7,6% de paro construyendo 800.000 viviendas al año, así que o volvemos a hacerlas o el desempleo no regresará a esa cifra. Incluso el turismo, que era un gran absorbente de mano de obra, está aumentando su productividad y disminuyendo su necesidad de contratar.
La tecnología está sustituyendo al factor trabajo a gran velocidad
P. ¿No es factible cambiar el modelo de crecimiento, ese mantra al que tantas veces se ha recurrido en los últimos años?
R. Cambiar el modelo productivo no es fácil. Se requiere unas cantidades monstruosas de capital y de tiempo: no se cambia en tres años, sino en décadas. Y, además, exige atravesar penalidades. Recordemos el caso de Finlandia: dependía totalmente de la Unión Soviética y es cierto que consiguió readaptarse. Pero tampoco hay que olvidar que, entre medias, alcanzó tasas de paro del 25% pese a ser un país pequeño y con una estructura completamente distinta, más flexible. En España conviven zonas con tasas de paro del 2% con otras del 40%. Las zonas más ricas tienden a agruparse y para el resto... Para el resto solo queda la renta básica. La tecnología está sustituyendo al factor trabajo a gran velocidad.
P. Pero este aumento de la productividad derivado de la tecnología no tiene por qué ser negativo. Al menos en términos generales.
R. El problema es que, hasta ahora, los aumentos de la productividad estaban asociados a aumentos de producción. Ahora ya no es así. Se trata de producir lo mismo o menos a un precio mucho más bajo. Y esta pauta general del mundo desarrollado es nueva. El capitalismo tiende a la concentración: tan pronto se eliminaron las políticas redistributivas, a partir de los ochenta con Thatcher y Reagan, empezó a aumentar.
P. Pese a los matices respecto a sus anteriores libros, sigue pintando un escenario social alarmante.
R. Veo una clase media prácticamente inexistente; una clase alta reducida, de no más del 1% de la población; una capa social intermedia parcialmente necesaria y otra totalmente inútil para el sistema. Y en esto tiene mucho que ver la concentración de la que hablábamos antes. En EE UU la concentración de la renta del 1% más rico es la misma que en 1928. En la desigualdad el problema no está arriba, sino abajo; lo grave no es que Bill Gates tenga no sé cuantos miles de millones, lo grave es que el 10% de las familias estadounidenses pasen hambre. Es una situación que en nada se parece a los años sesenta y que tiene más en común con una sociedad escindida. La única forma de paliar esta situación es la renta básica; es necesaria.
Para cambiar el modelo productivo hacen falta cantidades monstruosas de capital y mucho tiempo
P. ¿Cómo podría financiarse?
R. De entrada hay que decidir si un banquero, por ejemplo, tendría o no derecho a esta renta básica. Si es universal, sí, pero habría que verlo. Con su aparición muchos subsidios desaparecerían y, además, su puesta en marcha debería llevar aparejado un análisis sobre la necesidad y la eficiencia del gasto público. Desde el punto de vista de los ingresos también se abren varias posibilidades, como la fórmula de Piketty de un impuesto sobre el patrimonio. Fijémonos en la idea de Obama de un impuesto sobre los ingresos conseguidos por empresas en el exterior; con ese dinero podría financiarse, al menos en parte, la renta básica.
P. En el plano fiscal, Ud. también ha defendido un cambio de paradigma para sustituir el gravamen sobre los ingresos por impuestos sobre el gasto.
R. Sí. Comer en un tres estrellas Michelin debería tener un impuesto mucho más alto que comer en un restaurante de menú del día. No es lógico que quien tiene un coche utilitario pague los mismos impuestos en el momento de la compra que quien tiene un deportivo. La ventaja de este nuevo sistema de progresividad en el gasto, en el que están trabajando algunos académicos en EE UU, es que todas las deducciones desaparecerían y la gente pagaría en función de lo gastado.
P. En su libro dice que la historia la hacen, en cada momento 6, 7 o, a lo sumo, ocho personas. ¿Qué protagonistas actuales estarán en los libros de texto de 2030?
R. El consejero delegado de Blackrock, el de Goldman Sachs, el de Siemens, Bill Gates, el presidente estadounidense, francés, británico... Es decir, líderes de grandes corporaciones y países. El pueblo cuenta para lo que cuenta: no es protagonista de la historia. Es muy bonito que nos digan que sí, que el pueblo fue y es importante, pero la realidad es que no. En una de las frases que incluyo en el libro, de George Soros, queda claro: “los mercados votan cada día”. Los ciudadanos, en cambio, votan cada cuatro años. Los partidos además, incumplen sistemáticamente los programas. Jacques Chirac en otra cita, resume muy bien esta realidad: “El problema de los programas de los partidos políticos está en quien se los cree”.
P. Hablando de programas, en los últimos meses ha alabado varias propuestas de Podemos. ¿Ve a este partido como una alternativa de Gobierno?
R. Podemos ha conseguido algo extraordinario. Todos los partidos tradicionales, de derechas o de izquierdas, tienen un sustrato ideológico. Ellos no. Como Syriza, ha ido a buscar a las personas desencantadas, desilusionadas, descontentas, desideologizadas... Es decir, la gente que más está sufriendo la crisis.
P. ¿Quiere decir que Podemos es un partido sin ideología?
En el programa económico de Podemos no hay ni una brizna de ideología
R. No, no tiene por qué. Pero en su programa económico no hay ni una brizna de ideología. Hablan a la persona que ha visto cómo desahuciaban a su hija, a la que lleva seis años en paro…Ahí no hay ideología, ahí hay pura práctica. Podemos estar o no de acuerdo, pero este partido ha sabido aunar a toda este gente que estaba desperdigada y tiene conceptos realmente rompedores, como el de casta. ¿Quién es casta? Quien manda, quien tiene poder. No necesariamente los ricos.
P. ¿Qué le gusta y qué le disgusta de su programa económico?
R. Tiene dos mensajes muy buenos: que toda la deuda no se puede pagar y que habrá que dar algo a aquellas personas que no van a ser necesarias desde una perspectiva laboral, de empleabilidad. La idea es dar una cantidad mínima de dinero para que puedan subsistir. Otras propuestas, como la jubilación a los 60, son imposibles. Pero no es solo Podemos, Ciudadanos se ha apuntado a la dación en pago. Tenemos un gran problema social y no me extrañaría que los partidos tradicionales, PP y PSOE, también lo aprovechasen.
P. En los últimos meses la reestructuración de la deuda se ha instalado como una opción posible en el menú de soluciones al endeudamiento de países, empresas y familias. ¿La ve necesaria?
R. Sin duda. La deuda global es impagable. Un estudio reciente de McKinsey habla de 200 billones de dólares de deuda total mundial [entre Estados, entidades financieras, empresas no financieras y hogares]. Eso es impagable. La reestructuración debe ser vía quitas y conversión en deuda perpetua. Si una persona no puede devolver una hipoteca, lo lógico sería que pagase un alquiler ajustado a sus posibilidades hasta su fallecimiento. Y, lógicamente, en ese momento, la propiedad no sería suya. Ahí ya tenemos una reconversión. Deben darse cuenta de que es mejor cobrar un porcentaje de algo que no cobrar nada.
P. Eso para la deuda privada. ¿Y en el caso de la pública? Grecia ha sido el primer país en ponerla, de verdad, encima de la mesa, y las negociaciones con sus acreedores están en un momento crítico.
R. El problema griego apareció cuando empezó a no poder pagar los intereses. Si en vez de ser un país fuese una empresa ya habría quebrado. La fórmula de vincular bonos al crecimiento me parece la solución más lógica. Creo que Grecia llegará a un acuerdo de reconversión de la deuda porque a ninguna parte le interesa: para los acreedores la otra opción es no cobrar nada. El peor enemigo es el que no tiene nada que perder y lo único que le puede pasar a Grecia es que la echen del euro.
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