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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nobel de riesgo diversificado

Santiago Carbó Valverde

La concesión del Nobel de Economía de 2013 resulta algo llamativa porque vuelve al campo de las finanzas en medio de una crisis financiera con muchas cuestiones pendientes. También es llamativa en su motivación. Según el comité del premio, este año se daba a contribuciones sobre “predicciones”, en particular, sobre valoración de activos. Esto sucede justo cuando algunas teorías de valoración fueron puestas en cuestión hace años, cuando las burbujas de precios en los activos inmobiliarios y la profusión de productos estructurados de dudoso valor añadido desembocaron en una de las crisis financieras más virulentas. Esto no quita, sin embargo, para que se reconozca los sobrados méritos de Eugene Fama, Robert Shiller y Lars Peter Hansen. Incluso a pesar de que, como se ha insistido desde que se emitió el fallo del premio, algunos de los resultados de las investigaciones de estos economistas pueden parecer contradictorios. Parece, por tanto, que, para evitar situaciones algo embarazosas que se dieron en el pasado cuando el galardón fue también al campo de las finanzas —por ejemplo, a Merton y Scholes en 1997, poco antes de que su hedge fund, el tristemente conocido LTCM, registrara pérdidas multimillonarias—, el premio se otorga más por la importancia de lo que se investiga que por la supremacía demostrada de unas teorías frente a otras.

En economía, los puntos de partida para desarrollar una teoría, discutirla y buscar sus excepciones y variaciones son determinantes para su interpretación. A menudo, se confunde el principio con el fin. Por ejemplo, ayer se afirmaba que mientras que Fama era el padre de la teoría de los mercados eficientes, la investigación de Shiller está plagada de resultados que lo contradicen, mientras que Hansen ofrece metodologías intuitivas y de gran calado en los estudios empíricos que ayudan a corroborar —a través de la lente de la teoría de valoración— que unos mercados son más eficientes que otros. Todo ello es tan cierto como impreciso.

Una teoría comienza con una inquietud y las inquietudes surgen muchas veces de estados de opinión. En este sentido, el bagaje e influencia intelectual de estos economistas refleja, en muchos casos, percepciones necesariamente diferentes, pero no contradicciones directas. Así, por ejemplo, Fama lanzó la teoría del “mercado eficiente” y ha pasado buena parte de su trayectoria posterior buscando excepciones a la misma. Por otro lado, Shiller sostiene que es posible predecir el valor de largo plazo de los activos, si bien reconoce que los fallos de coordinación en las percepciones de los agentes que determinan esos precios hacen mucho más difícil su predicción a corto plazo. Este es el caso de los precios de la vivienda y de la rigidez de las propias creencias que en determinados momentos llevan a que se extiendan pensamientos tan absurdos como el de que “los precios de la vivienda no bajan”. Todo esto no se contradice con la observación empírica —fácil de contrastar empleando algunos de los índices de largo plazo aportados por el propio Shiller— de que a largo plazo el precio de la propiedad inmobiliaria en algunas ciudades internacionales destacadas guarda una cierta correspondencia con la evolución de la inflación. Lo que ocurre es que entre el corto y el largo plazo suceden muchas cosas que no son, en absoluto irrelevantes y que están inundadas de incertidumbre, circunstancias para las que los modelos de valoración de Hansen son de un valor incuestionable.

El bagaje y la influencia de estos economistas refleja percepciones distintas pero no contradictorias

Cada uno en su lugar, debidamente combinados, estos economistas constituyen un Premio Nobel que diversifica el riesgo de interpretación.

Santiago Carbó es catedrático de la Bangor Business School (Reino Unido) e investigador de Funcas.

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