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Chipre, la zona cero del euro

El país mediterráneo se agarra al turismo y el gas tras la deblace financiera

María Antonia Sánchez-Vallejo
Un joven chipriota quema una bandera de la UE.
Un joven chipriota quema una bandera de la UE.P. CRISTOU (AP)

Chipre es estos días un lugar donde los popes dan consejos por televisión para sobrellevar la crisis, las manifestaciones están llenas de ejecutivos con traje y las autoridades se desdicen a menudo, y a peor. La recesión para este año pasó del 9% al 13% en apenas 24 horas, y el acuerdo con la troika, presentado por el Gobierno como ventajoso, parece encerrar letra pequeña. Si hubiera que definir el estado de ánimo tras estas semanas, hay muchas impresiones donde elegir: caos, crisis de confianza... “un impacto sísmico”, según el dimitido ministro de Finanzas, Mijalis Sarris.

Nicosia busca alternativas al sector financiero en el sociosanitario

Tras casi dos años de crisis y nueve meses después de solicitar el rescate, Chipre es la zona cero del euro: cientos de negocios cerrados, con carteles de liquidación o traspaso; ahorros e inversiones que se van por el sumidero de una quita de hasta el 60%; empresas solventes sin liquidez, un memorando temible; el fin de la bonanza. Y la obligación de reinventarse económicamente, con un chasquido de dedos, tras el colapso del sector bancario.

El turismo se resiente por el rescate

El turismo puede ser la tabla de salvación de Chipre. En 2012 visitaron la isla cerca de 2,5 millones de personas, en su mayoría británicos y alemanes, visitas que generaron cerca del 10,2% del PIB. El memorando suscrito con la troika para el rescate apuesta explícitamente por el sector como uno de los pilares de la recuperación económica. De hecho, fue la varita mágica que ayudó a Chipre a desarrollarse tras la invasión y la ocupación turcas del tercio norte de la isla.

A finales de la década de los noventa, el turismo de sol y playa suponía cerca del 20% del PIB chipriota, pero la explotación de nuevos destinos mediterráneos, como Croacia o la misma Turquía, mermó el papel del sector. “En 2000 tenía 104 empleados fijos; hoy tengo 56, la mitad”, explica Jristakis Petsas, dueño de una agencia de alquiler de coches. “Es un sector mucho más manejable a corto plazo que el financiero”, según fuentes de la Cámara de Comercio.

Pero la quita a los grandes depósitos es un contratiempo mayúsculo. Grandes operadores extranjeros como TUI y Thomas Cook, habían programado la temporada y cerrado paquetes antes de que se aplicara el control de capitales; pero la respuesta de grandes negocios del ramo, como los hoteles, con el 60% de sus fondos bloqueados, es una incógnita.

Pocos chipriotas han reaccionado aún a la nueva situación. “En la cámara de comercio nos interesa reducir al máximo el impacto de las restricciones bancarias en la actividad diaria, y que se levanten cuanto antes”, aseguran fuentes de la entidad. Algunos empresarios, como Jristakis Petsas, propietario de una importante agencia de alquiler de coches —1.300 vehículos, 56 trabajadores fijos—, ya han tomado medidas: “A partir de ahora trabajaremos con coches más baratos, más pequeños. Pero, mientras, tenemos 40 automóviles bloqueados en el puerto de Limasol por las restricciones bancarias, y es probable que perdamos otros 40 que tiene en renting el Laiki Bank”, que desaparecerá en la reestructuración bancaria.

Pocos dudan también de la necesidad de pergeñar una economía más sostenible —con menos peso del Estado, 4.500 funcionarios menos hasta 2016, y un sector financiero más discreto—, pero la mayoría rechaza que se haga a hachazos. “Esta vez son medidas económicas en vez de armas, pero la situación recuerda mucho a la invasión de 1974. Entre el 70% y el 80% de los chipriotas es contrario a la troika, lo cual no implica que rechace el euro. Cuando se pidió el rescate, asumíamos la inevitabilidad de muchos cambios, pero no de esta manera. Vamos a estar esclavizados 22 años, hasta que devolvamos el dinero [10.000 millones de euros]”, sostiene el economista Azoos Kiranidis, director del think tank Tucídides.

El Gobierno sostiene que el acuerdo es un mal menor, y necesario, frente a la bancarrota, y que ha arañado dos años, hasta 2018, para el ajuste presupuestario. Pero el frente interno, de la oposición a los sindicatos pasando por la Iglesia, es unánime: entre las medidas de la troika y una hipotética salida del euro por la que solo apuesta una minoría, hay margen para un “plan b”, para muchos el yacimiento de gas natural que encierran sus aguas. “El objetivo era cortar el paso a Rusia. La resolución de la crisis es un mensaje claro de que la UE quiere asegurarse un acceso directo a esos recursos; el gas ha sido clave”, añade Kiranidis. En el pacto con la troika, Nicosia ha logrado conservar la plena soberanía sobre el yacimiento.

Pero la alternativa también podría estar en tierra. “Hay una crisis de confianza. Tenemos grandes recursos, desde escuelas multilingües a plataformas regionales de comunicación y una magnífica infraestructura hotelera, que siguen dándonos valor pese a la crisis”, explica Andreas Jristu, alcalde de Limasol, epicentro de la comunidad rusa. “Hay que apostar por más turismo”, añade.

El economista Jristakis Partasidis cree que una solución podría venir de un turismo de salud orientado a la tercera edad. “Chipre puede ser la Florida de la UE. Todos esos miles de especialistas financieros y abogados podrían reconvertirse en auxiliares de clínica, fisioterapeutas, callistas…”, bromea.

El rector de la Universidad de Nicosia, Mijalis Attalidis, le da la razón: “Hay un incipiente negocio sociosanitario que puede ser una vía de reconversión, pero habrá que ampliar también la oferta turística [en 2012, el 10% del PIB] y reabsorber todo el know-how financiero. En la economía real la quita llevará a la ruina a muchas empresas, y disparará el paro”.

Del periodo en que los millonarios rusos “alquilaban un hotel de lujo seis meses”, según un ejecutivo de la banca, al panorama actual, en el que las gasolineras ponen combustible casi a gotas, media solo un corralito. “Lo que convierte a un gigante en un conejillo de indias”, comenta Andreas Parasjos, director del semanario Kathimerini.

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