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LA CARTA DEL CORRESPONSAL

Entre exiliados y expatriados

Bruselas se ha convertido de facto en la capital de Europa Tierra de asilo y confluencia de culturas, está plagada de huellas que atestiguan su hospitalidad

Andreu Missé
El famoso "Manneken Pis" de Bruselas, vestido como Elvis Presley en una imagen de 1999
El famoso "Manneken Pis" de Bruselas, vestido como Elvis Presley en una imagen de 1999EPA

Bruselas, tierra de asilo y confluencia de culturas, está plagada de huellas que atestiguan su arraigada tradición de hospitalidad. Sus calles y plazas están llenas de placas y monumentos dedicados a personajes que encontraron cobijo en esta acogedora ciudad y que han influido decisivamente en su proyección internacional. Donde menos lo esperas, tropiezas con una pequeña historia. En la calle de Èpperoniers, una inscripción borrosa certifica que habitó el poeta polaco Joachim Lelewel, uno de los 10.000 exiliados tras la revolución de noviembre de 1830. Poco antes, José de San Martín, libertador de Argentina, Chile y Perú, se refugió aquí entre 1824 y 1831, como certifican una placa en la calle de La Fiancée y la estatua ecuestre en la avenida de Tervuren.

Carlos Marx y su mujer, Jenny de Westfalia, vivieron en la calle de Jean d’Ardenne, tras su expulsión de París y hasta 1948. En esos años, el primer jefe mundial del proletariado y Federico Engels redactaron el Manifiesto comunista. En la Grand Place hay una evocación a Victor Hugo, el dramaturgo y activista de los derechos humanos, que fue un exiliado habitual en la ciudad entre 1851 y 1871, cuando Bruselas se convirtió en la capital de las artes y las letras francesas. También el héroe de Filipinas, José Rizal, fusilado por las tropas coloniales españolas en Manila en 1896, encontró aquí el sosiego necesario en la calle de Philippe de Champagne para escribir El filibusterismo.

Probablemente uno de los exiliados más reconocidos es el pedagogo, anarquista y masón Francesc Ferrer i Guardia. La ejecución en 1909 del fundador de la Escuela Moderna, acusado falsamente de instigar la rebelión de la Semana Trágica contra el envío de soldados a Marruecos, generó una oleada de solidaridad en Bruselas que le levantó una emotiva estatua, hoy en la avenida de Franklin Roosevelt, con la inscripción “mártir de la libertad de conciencia”. Aunque el mejor reflejo del humanitarismo belga fue la acogida de más de 5.000 niños de la guerra, durante la contienda civil española. La lista de ilustres es interminable: Proudhon, Tolstói, Lenin, Verlaine, Rimbaud...

Esta larga tradición, y las aspiraciones de intelectuales como Paul Otlet y Henry La Fontaine, creadores del Mundaneum (los archivos del conocimiento, la recopilación de periódicos, revistas, libros y documentos pensada para su uso universal), fueron las semillas de su proyección internacional. A ello se sumarían las ínfulas del rey Leopoldo II, con la obra mastodóntica del Palacio de Justicia, también con pretensión de universalidad.

Con estos antecedentes, parece natural que Bruselas se haya convertido de facto en la capital de Europa, como sede de instituciones comunitarias y la OTAN. El resultado es que la UE y las representaciones nacionales emplean directamente a más de 50.000 personas, más otras 20.000 vinculadas a actividades oficiales. Solo la Comisión tiene 25.000 funcionarios. Unas 2.000 compañías extranjeras, atraídas por la concentración de poder, ocupan a 80.000 trabajadores. Con tantos poderes fácticos, es terreno abonado para los 10.000 lobistas y el millar de corresponsales extranjeros acreditados. Por una vez, el espíritu solidario y la vocación internacionalista parecen vastamente recompensados.

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