Rusia exige cambio
Las protestas tras el fraude electoral suponen un desafío sin precedentes para el autócrata Putin
Poco podía imaginar Vladímir Putin que la manipulación de unas elecciones en las que, pese a todo, su partido ha perdido casi la cuarta parte de sus escaños, podía derivar en un desafío sin precedentes a su control absoluto del Estado durante 12 años. La mayor sorpresa de los comicios parlamentarios del 4 de diciembre no ha sido que Rusia Unida cayera hasta menos del 50%, sino que decenas de miles de personas se hayan echado a las calles en las grandes ciudades -y anuncien que lo seguirán haciendo- para pedir nuevas elecciones y expresar su indignación por un grosero fraude que no es sino expresión de un estado de cosas inaceptable.
El catecismo de Putin ha sido que sus compatriotas estaban dispuestos a canjear sus libertades por la mejora del nivel de vida que, en volandas del precio del petróleo y el gas, se ha mantenido hasta hace dos años. La farsa electoral, sin embargo, ha venido a colocar al zar ruso ante el hecho de que una clase media urbana hasta ahora inexistente en términos de protesta se ha constituido en abanderada de la ira contra un sistema opaco y corrupto, cerrado a la competición política y básicamente al margen de la ley, pese a las reiteradas promesas reformistas del Kremlin. La guinda de la burla fue conocer que Putin y el todavía presidente Dmitri Medvédev habían acordado hace mucho tiempo intercambiarse los cargos para asegurar la perpetuación del putinismo.
Todo sugiere que Moscú carece de receta para enfrentarse al fenómeno nuevo. De la cruda represión inicial pasó a acusar a Washington de instigar las protestas, para considerarlas después una muestra de salud democrática y acabar prometiendo, por boca de Medvédev, una investigación sobre los amañados comicios, obviamente carente de toda credibilidad. En los últimos días, el régimen ha suavizado el tono y permitido la cobertura televisiva de la disensión. Incluso un multimillonario hasta hace poco grato al Kremlin anuncia que disputará a Putin la presidencia, en marzo.
Las elecciones pueden no haber cambiado decisivamente el paisaje político de un país donde el autócrata Putin sigue mereciendo la aprobación del 40% de los ciudadanos. Pero los acontecimientos revelan un imparable deseo de cambio e introducen un factor de inestabilidad en la monolítica Rusia. Entre reprimir o hacer cirugía en un sistema gangrenado, Putin no debería tener ninguna duda.
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