Desmemoriados, en general
Desde que la radio se me cayó en la bañera, las voces de los locutores suenan ahogadas. En este espectáculo de ficción documental, las alocuciones diarias de Queipo de Llano, fomentando el terror a través de Unión Radio Sevilla, andan en boca del actor Antonio Dechent, que encarna al general sin parodiarlo: "Os autorizo a que matéis como a perros a los comités de barrio y a cualquiera que os amenace y os impida trabajar", dice implacable, refiriéndose a los huelguistas que plantaron cara en Sevilla a la sublevación militar de 1936.
Queipo, el sueño de un general, pone en escena episodios insuficientemente difundidos del golpe de Estado, de la toma de la capital hispalense, de la represión salvaje subsiguiente (con imágenes documentales conmovedoras de muertos amontonados por las calles) y de las fricciones en la cúpula de los sublevados. En Andalucía, Queipo dispuso a su antojo, como un virrey, y Franco, temeroso de que le hiciese sombra, acabó exiliándolo a Roma.
QUEIPO, EL SUEÑO DE UN GENERAL
Autor y director: Pedro Álvarez-Ossorio. Escenografía: Juan Ruesga y Vicente Palacios. Matadero. Del 7 al 25 de septiembre.
Pedro Álvarez-Ossorio, autor y director de la función, entrelaza el documental, la farsa y la ficción histórica: su afán por atenerse en lo posible a los hechos (baraja las memorias del general, sus discursos radiofónicos, noticias de la prensa del régimen y biografías aparecidas en los últimos años) no le impide lanzar una mirada cáustica sobre episodios como ese donde falangistas y requetés intentan decir simbólicamente la última palabra imponiendo sus himnos respectivos al final de un concierto.
En el estreno quedó algo confuso el prólogo, porque en pocos minutos alterna o superpone varias épocas y lugares a medio definir (también por algún desajuste en la sonorización), pero el espectáculo coge cuerpo pronto, a partir del soliloquio de Queipo en Italia y de su entrevista con Franco, encarnado con seriedad certera y una punta de ironía por el clown contraaugusto Oriol Boixader, que debuta como actor de texto: tiene la talla física del dictador y una fisonomía próxima.
Dechent humaniza a Queipo: caracteres amigables son capaces de conductas atroces. La crueldad límite del general se deduce de sus actos, mostrados mediante numerosas imágenes de archivo proyectadas en pantalla grande. Si el actor sevillano retocara su enfoque algo afarsado del militar ya decrépito y su inverosímil imitación primera del shakespeariano Ricardo III, todo serían elogios para él. Veraz y con encanto Amparo Marín en el abnegado papel de hija tratada injustamente por el protagonista anciano, y eficaz Antonio Campos, en el de su secretario y yerno.