Columna

¿Dónde está el cementerio?

¿Ustedes han escuchado al grupo municipal socialista de Valencia? ¿Han oído a sus responsables locales? ¿Se quejan? Parecen haber enmudecido. Los vemos cómodos: instalados, confortablemente instalados. Allí están, en silencio y a la espera de que se retire doña Rita Barberá, o de que maduren las brevas, o de que se produzca una hecatombe. O de que venga el fin de los tiempos. No lo sabemos.

Desalojan a los críticos, a los que hablan o no transigen. ¿Y mientras tanto qué? Mientras tanto, los dirigentes socialistas esperan a que cambien la ola, la coyuntura y el ciclo. O esperan a que mud...

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¿Ustedes han escuchado al grupo municipal socialista de Valencia? ¿Han oído a sus responsables locales? ¿Se quejan? Parecen haber enmudecido. Los vemos cómodos: instalados, confortablemente instalados. Allí están, en silencio y a la espera de que se retire doña Rita Barberá, o de que maduren las brevas, o de que se produzca una hecatombe. O de que venga el fin de los tiempos. No lo sabemos.

Desalojan a los críticos, a los que hablan o no transigen. ¿Y mientras tanto qué? Mientras tanto, los dirigentes socialistas esperan a que cambien la ola, la coyuntura y el ciclo. O esperan a que mude el humor de los ciudadanos. ¿Humor? Llega el verano y ya no les reímos las gracias. Por eso, no entendemos la sonrisa de Joan Calabuig. ¿Por qué se retrata satisfecho e incongruente con la alcaldesa, mostrando su contento? ¿Qué espera? ¿Que la señora Barberá le perdone su oposición? Como se descuide, se lo zampa crudo. ¿Y Salvador Broseta, el otro responsable socialista? Cuando lo veo siempre me pregunto si hay alguien ahí. De todos ellos no oigo nada. Ni una queja, ni un lamento. Nada.

¿O será cosa de esta ciudad, aún levítica, provinciana e indolente? "Vamos claros, dije yo para mí; ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro?", se preguntaba Mariano José de Larra. "Un vértigo espantoso se apoderó de mí", añadía el escritor. "Y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio", se respondía Larra. ¿Podemos decir lo mismo de Valencia? Vaya, qué cuestión más complicada o confusa. No nos pongamos lúgubres, que llegan las vacaciones.

O tal vez sí. Quizá sea tiempo de reflexión. Cavilamos, en efecto, y la preocupación aumenta. Hay días en que todo es macabro. ¿Días? "Una nube sombría lo envolvía todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón". ¿En mi propio corazón? Eso significaría que yo no estaba equivocado. Qué soberbia.

"¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!", concluye el articulista de Madrid.

Es posible que alguien me mande callar. "No tengo más defecto, o llámese sobra si se quiere, que hablar mucho, las más de las veces sin que nadie me pregunte mi opinión", decía Larra en otra página. Tal vez sea cierto. Hablamos demasiado, pues decimos esto sin que se nos pregunte. Y encima mencionamos a Larra, el fácil recurso de todo columnista. Pero, como concluye el escritor madrileño, otros tienen el defecto "de no hablar nada aunque se les pregunte la suya". Vamos, que no tienen opinión. Como los muertos o como algunos dirigentes.

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¿Dónde está el cementerio? ¿Dentro o fuera?

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