Divagaciones postelectorales
La realidad, qué le vamos a hacer, viene demagógica. Telefónica, antiguo monopolio estatal declara beneficios inauditos -más de 10.000 millones de euros- pero la compañía anuncia un ERE que afectará a más de 6.500 trabajadores en España. Sus directivos cobrarán más de 565 millones en bonus, lo que representa el 25% del gasto en personal. No se cortan un pelo. En El Periódico de Catalunya podemos leer: "Muchos inmigrantes pujan a la baja por trabajos por horas en Barcelona". En el País Vasco, Deia informa: "El Metro de Bilbao quiere imponer la ley del silencio", prohibir que los trabajadores hablen de la empresa. Son flores de un ramillete. Por cierto, sobre NCG, en La Vanguardia se puede leer esto: "El Banco de España busca fondos para la CAM y NCG". El diario plantea la duda de si esos fondos vienen para quedarse o "buscan oportunidades a precio de derribo"
Si el PSOE se ha desplomado es porque no ha convencido de que con el PP será peor
La crisis de deuda española, contada a los adolescentes, consiste en esto: que para que Alemania -o la UE y el BCE- nos ayude ha de estar segura de que sus bancos cobren lo que en su momento prestaron a los españoles. Y para ello hay que proceder, según su punto de vista, a los recortes de caballo en curso. Por supuesto, hay que ser una gran persona -yo, desde luego, no la soy- para aplaudir, con frenético entusiasmo, que a uno lo despidan, le bajen el sueldo, le hagan trabajar más horas y más años para que la señora Merkel duerma tranquila -para que bancos y cajas de ahorros, promotores inmobiliarios y demás turbamulta que hizo su agosto en los años de oro paguen sus deudas a los bancos alemanes-.
No hay nada de extraño en que la gente se indigne. Mucha gente ha descubierto, de repente, que toda su vida está en precario, que, por delante, puede haber un horizonte infinito de inestabilidad y mileurismo o aún menos. Un pasquín en una calle de Santiago reza lo siguiente: "Si puedo escoger, prefiero que no me roben". Es un argumento de cierto peso. Para qué votar, si de todos modos me van a recortar. Si el PSOE se ha desplomado es porque no ha convencido a la gente de que con el PP será peor. Eso es algo muy probable pero la gente no aprueba, salvo en las canciones de rock y los períodos de nihilismo adolescente, la idea de que no hay futuro. Es una cosa rara, sí señor. El PP, para la gente, es una esperanza, por raro que suene.
Otra cosa hubiera sido si apelasen a la conciencia cristiana que todavía -aunque no ya por mucho tiempo, y menos con esta Iglesia- conforma el trasfondo moral del país. El Padre Arrupe descubrió su vocación de jesuita el día en que entró en una habitación desolada de Vallecas en la que seis retoños compartían para dormir un único catre miserable con dos viudas que luchaban por mantener a aquellos niños, sus hijos. Si esas fueran las deudas que hubiera que pagar, contribuir a los necesitados, tal vez todos lo entenderíamos mejor. ¡Pero sacrificarse por la banca! Hay que ser un santo para compadecerse de Bankia y de la NCG. Pobre Botín. Pobres Gayoso y Rato. Sufrir y ser austeros a beneficio de las empresas del IBEX sigue siendo, como sentimiento, una opción extravagante. Pero todo se andará.
En fin, hablando de las elecciones que vienen, el catedrático Pérez Royo arguye que Rubalcaba no debe girar en falso a la izquierda, que su tarea consiste en asegurar que no habrá un rescate del país. Con ese programa -el de Zapatero, el payaso de las tortas- es seguro que se daría un trastazo. José Ignacio Wert supone, con más sentido, que Rubalcaba sólo podría competir si bajasen el paro y la inflación: si la gente viese la luz al final del túnel. Como eso no podrá ser en ocho meses, lo previsible, a día de hoy, es que el PP alcance la mayoría, acaso la absoluta, en las generales. Es más, si durante décadas el PSOE era el partido que ganaba por defecto y el PP sólo en situaciones extraordinarias -GAL, Roldán, etcétera- la situación parece haberse invertido. Cabe imaginar que, durante un tiempo, el PSOE se convierta en un complemento más o menos vistoso de los conservadores. Lo sabremos cuando el PP se vea obligado a gobernar y a hacer alguna cosa con el paro, la inflación, la deuda del país y todas esas mandangas que Rajoy esconde tras las volutas de humo de sus puros.
¿En Galicia? El PSdeG y el BNG tendrían que refundarse, eso lo sabe hasta el apuntador. Por supuesto, cada uno por motivos diferentes. El primero para apuntalar una identidad propia, ahora que vienen tiempos duros y los segundos para intentar ¡una vez más! encontrar el recto camino de la tierra prometida. Pero la Galicia progresista y/o nacionalista parece cordobesa, senequista, partidaria del "Nunca pasa nada. Y si pasa, no importa". Los socialistas rezarán, en vano, para que el PSOE vuelva a ser aquel amable paraguas protector, hoy ajado y con agujeros. Los nacionalistas, conscientes de que su tiempo histórico mengua, prefieren, sin embargo, mirar a otro lado, silbar, hacer como que la cosa no va con ellos.
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