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Crítica:70ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID | EXPOSICIONES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Afinidades inesperadas

En arte, como en el resto de los asuntos que tienen que ver con la vida, no se ofrecen muchas posibilidades a la casualidad, por eso sorprende la afinidad formal que presenta la obra de dos artistas que, viviendo en continentes diferentes, no se llegaron ni a conocer. Me refiero al español Manuel Rivera (Granada, 1927-Madrid, 1995) y al argentino León Ferrari (Buenos Aires, 1920). Como ha señalado José Marín-Medina, el único punto en común entre ambos fue la amistad diacrónica con el poeta Rafael Alberti. Ferrari conoció a Alberti en 1963, al final de su exilio bonaerense, y Manuel Rivera tuvo ocasión de tratar al poeta en su exilio romano a partir de 1976. Pero este nexo de unión no nos asegura siquiera que llegaran a tener noticia el uno del otro y, sin embargo, el ojo atento de Íñigo Navarro ha sabido ver afinidades entre sus obras, de manera que, puestas ahora unas al lado de las otras, parecen pertenecer a un mismo estilo. Precisamente este tipo de afinidad, conocida como seudomorfosis, es la que nos hace dudar de que el concepto de estilo, que tan útil resulta para clasificar y juzgar las obras del clasicismo, sirva para algo cuando se aplica al arte contemporáneo. Pero ahí están las afinidades y los parecidos.

Manuel Rivera / León Ferrari

Confluencias

Galería Leandro Navarro

Amor de Dios, 1. Madrid

Hasta el 2 de julio

Ambos artistas han vivido y creado durante los mismos años, se han interesado por comprender la modernidad implícita en la abstracción y se han servido de materiales heteróclitos para realizar unas obras que no son ni pintura ni escultura, pero que participan de las cualidades de ambas artes. Ciertamente, es una tentación hacer de moderno Plutarco y establecer una especie de paralelismo artístico, pero historiográficamente hablando no es posible ir más allá de la mera confluencia formal. Las circunstancias políticas de los países en las que ambos desarrollaron su trabajo han sido muy diferentes, sus intereses intelectuales también, pero no se trata ahora de juzgar las incoherencias de este forzado maridaje sino, por el contrario, de felicitarse por poder ver nuevamente la obra de estos artistas y disfrutar con la mera contemplación.

Se trata de obras, fechadas en los años ochenta y noventa, realizadas con unos procedimientos que ya dejaron de ser vanguardistas, por lo tanto, son obras serenas, alejadas de cualquier exaltación. Aquí están los juegos con las tramas, el uso de rejillas, las transparencias, las caligrafías y los gestos, las líneas y las tensiones con las que Rivera y Ferrari crearon una especie de escritura en el espacio, que ha quedado detenida en el tiempo, que el tiempo ha hecho clásica. Pero hay, también, algo fantástico e irreal en esta exposición que recuerda esa Trama celeste de Adolfo Bioy Casares, cuento en el que un mismo personaje pasa, por medio de la geometría, a un universo en el que lleva una vida paralela, en el que todo es casi igual pero todo es extraño, la única clave de la diferencia es la ausencia de algunas palabras en el vocabulario que se utiliza en cada uno de los dos mundos. Aquí sucede algo igual: la misma caligrafía parece rotular el mismo texto pero con algunas palabras cambiadas.

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