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Feria de San Isidro | Decimocuarto festejo | La lidia
Columna
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Retrato de la tauromaquia

La tauromaquia es otro regalo que me hizo la fotografía. No creo haber visto ni ser capaz de asistir a una corrida sin tener una cámara delante de los ojos. Si lo hiciera, seguiría buscando el encuadre, desesperándome por no poder capar ese momento absolutamente mágico que todo aficionado a los toros busca volver a vivir, esta emoción que te transporta cuando surge la unión entre el toro, el torero y la plaza. Me emociona tanto la tauromaquia que recordando estos momentos con gente que siente como yo, me emociono de nuevo.

Confieso que mi pasión por la tauromaquia me llegó de mi pasión por la danza, un tema que me ha gustado retratar desde mis inicios en la fotografía. En el 92 y durante una serie de años, me convertí en una habitual de las plazas. Lo que primero me atrajo fue la sensualidad, la belleza, el juego de seducción y baile entre torero y toro. El torero tiene una forma muy peculiar de mirar al toro. Veo en ella la mezcla de seducción, dominación y abandono que observo en la mirada del amante. A medida que me fui metiendo, descubrí que lo que sucedía en el ruedo era el retrato de lo que somos los españoles, de cómo amamos, de nuestro vínculo con la muerte, de cómo nos gusta bailar a la vida.

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He tenido la suerte de fotografiar dos generaciones de toreros. De la primera, no olvidaré nunca tres corridas con José Mari Manzanares, Joselito y Julio Aparicio en las que pude experimentar ese éxtasis que engancha tanto. La suerte que más me gusta es la capa y me fascinaba cómo Joselito acariciaba el capote. Trabajando con la generación joven, con toreros como el Juli, José María Manzanares hijo, Morante de la Puebla o Cayetano, mides todo lo que hemos cambiado los españoles en estas dos décadas. Hoy, la tauromaquia conserva su misterio pero es más libre, más innovadora, más creativa.

Un bailarín nace y muere bailarín. Más de una vez me ha pasada preguntar "¿Tú has bailado, verdad?" y comprobar mi teoría. Al torero, le pasa igual. Más allá de la planta, les delata su generosidad, su peculiar forma de pensar y ver la vida. Hace un año, estuve con Esplá. Me encantó verle fuera de la plaza. Está prácticamente retirado y cuando estuve con él se dedicaba a investigar la nada. Sin duda, un buen tema para un torero. El traje de luces, no se lo pueden quitar, está siempre con ellos. O por lo menos, así lo siento.

Para mí, la tauromaquia es ambigua. Te cuenta una historia u otra según cómo la mires. El toro lo veo como este minotauro mítico, digno y majestuoso. Si yo fuera toro, preferiría mil veces ser toro de lidia y morir en la plaza que en un matadero. Me parecería un crimen que una fiesta tan propia de nuestros signos de identidad y nuestra cultura desaparezca. Hay que luchar por ella.

Isabel Muñoz es fotógrafa.

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