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Crítica:ELECTRÓNICA | Tricky
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El abrazo universal

El chiste hizo fortuna anoche en la Sala Heineken casi sin querer, dado el éxito del dichoso neologismo: más que Tricky, debiéramos rebautizarlo como friqui. Porque Adrian Thaws deja claro que es un personaje peculiar desde antes incluso de atacar la primera canción, cuando prende el primer porrito de la velada y se despoja su escueta camiseta blanca. Un alarde de buena forma física para un hombre de 47 primaveras que mantiene cada músculo en su sitio, pero ni un solo centímetro cuadrado en los brazos sin decorar.

Tricky formó parte a principios de los noventa del núcleo fundacional de Massive Attack, pero desde su venerado álbum Maxinqueaye (1995) vuela en solitario con un trip-hop más expansivo, en el que los fogonazos de hip-hop y los planeantes paisajes de sintetizador se alternan con un rock desinhibido y negroide, a veces no muy alejado del que practicaba Prince en su Black album. Los hallazgos son más bien escasos y el de Bristol hace bien en dosificar la ración: el público (media entrada justita, unas 400 personas) bailó y puso los ojos en órbita, pero nadie pareció contrariarse cuando, a los 65 minutos, tocó poner rumbo a la calle.

Thaws rapea poco y apenas canta, su voz es sepultada por los teclados
El fundador de Massive Attack ofreció una dosis de trance electrónico

Thaws rapea poco y no canta apenas nada, con una ecualiza-ción en la que, además, la voz queda sepultada bajo el aluvión de los teclados. En realidad, el peso interpretativo recae sobre Franky Riley, una cantante insinuante, sensual y de ajustado vestido oscuro que se gana el jornal mientras el cabeza de cartel bordea la incomparecencia, empeñado en que nos aprendamos también los tatuajes de sus dorsales.

Cuando no nos da la espalda, Tricky se muestra nervioso, espasmódico, peleado eternamente con el pie del micrófono como si nunca tuviera claro en qué posición colocarlo. Pero a la altura del segundo cigarro enriquecido de la noche, tras deshojar Hell is round the corner, Kingston logic y Early bird, nuestro protagonista impele al personal a subir con él a escena y serán cerca de dos docenas quienes acepten la invitación, le saluden con generosos sobeteos y se fotografíen desde todos los ángulos posibles. A falta de mayores originalidades, Adrian Thaws ofrece un abrazo universal, una dosis cuantiosa de trance electrónico y el permiso tácito para que el consumo de sustancias aromáticas se extienda también por el gallinero, con esa costumbre tan española de entender la libertad individual como el inalienable derecho a ahumar al vecino de enfrente.

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Tras el alborozo, Tricky volvió a dispersarse y las chicas retomaron los mandos. La base rítmica al completo (guitarra, bajo y batería) recae en una alineación femenina de aspecto equívoco: podríamos imaginarlas, modosas y aplicadas, atendiendo a clase en las primeras filas de la Facultad de Ciencias Químicas, pero se aplican con un brío incendiario. Fueron lo mejor del concierto, puesto que buena parte de él transcurrió sin noticias de Tricky. Por mucho que en el único bis, Love cats, volviera a abrazarse con media sala, esta vez apeándose de las tablas y paseando entre el público.

Adrian Thaws, <i>Triky</i>, durante el concierto que ayer ofreció en la Sala Heineken.
Adrian Thaws, Triky, durante el concierto que ayer ofreció en la Sala Heineken.KIKE PARA

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