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Reportaje:La intervención aliada en Libia

Un país y dos revoluciones

Mientras el oeste teme el apetito territorial de los rebeldes y duda de sus ideales democráticos, Bengasi reitera la idea de la unidad nacional

"Tengo un vídeo que puede interesarte", dice una voz al otro lado del teléfono. "Se ve la ejecución de un rebelde. Le matan porque no quiere decir que Gadafi es grande". Horas más tarde, un hombre entra en el vestíbulo de un hotel de Trípoli y entrega un CD. "Tenga, es un vídeo. Verá lo que los rebeldes le están haciendo a los libios". En la imagen, unos jóvenes clavan un palo afilado en el cadáver de un hombre colgado boca abajo.

Más allá de la credibilidad de las imágenes -ninguna ha podido ser confirmada de forma independiente-, las historias que relatan atrocidades en uno y otro bando están teniendo un efecto demoledor en la unión del país. Las que vienen del este han hecho que algunos tripolitanos que apoyan la revolución empiecen a expresar sus dudas ante el futuro tras la caída de Gadafi, si es que se produce.

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"Estuve en las manifestaciones para pedir la marcha de Gadafi. Estoy harto del régimen y de sus mentiras. Yo quiero una democracia, pero eso no es lo que quieren los de Bengasi. Solo les interesa su territorio", dice el dueño de un comercio de la capital que prefiere quedar en el anonimato.

Las rivalidades entre el este y el oeste son antiguas. Libia, un Estado casi federal dividido en tres regiones (Tripolitania, Cirenaica y Fezzan) fue centralizado en 1959 con el descubrimiento de los primeros yacimientos petrolíferos. Una de las zonas más pobres del país, la Cirenaica, vio así cómo sus recursos eran controlados desde la capital. Eso, más algunas viejas ideas sobre cómo los italianos se hicieron con Trípoli en pocos días y necesitaron en cambio años para conquistar la parte oriental, ha hecho que esas rivalidades permanezcan todavía latentes en algunos. "Son guerreros y son crueles. No están pensando en llegar a Trípoli, quitar a Gadafi e instaurar una democracia. Si vienen aquí será para montar un nuevo régimen, todavía más cruel que el que tenemos", asegura un taxista de Tajura, que también dice haber formado parte de las manifestaciones que pidieron la salida del coronel a mediados de febrero.

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Lisa Anderson, experta en Libia y presidenta de la Universidad Americana de El Cairo, coincide en que es un error llamar a la gente del este "luchadores prodemocracia", definición empleada por algunos Gobiernos y medios de comunicación. "Hay gente que lucha por la democracia en todo el país, pero no está claro que ese sea el objetivo de todos los que están luchando en el este", afirma. "Gadafi usa la propaganda para decir que sin él vendrá el caos. Es una exageración. Pero sí es cierto que Libia podría quedar dividida", concluye. Según este análisis, dos revoluciones habrían nacido al mismo tiempo; una democrática, dispuesta a sacar al país de su encierro; y otra más tribal, que exige los derechos sobre el territorio oriental.

Todo esto es desmentido por quienes comandan la revolución del este, cuyos líderes tratan de construir la idea de que el país está unido contra el coronel y lanzan proclamas como "Libia, un clan; Trípoli, nuestra capital".

Mientras tanto, el país se destruye poco a poco y el régimen trata de tapar todos los símbolos del alzamiento en aquellas ciudades que se rebelaron y que han sido recuperadas. En la ciudad occidental de Zauiya, a poco más de 40 kilómetros de la capital, las siete tumbas en las que los rebeldes enterraron a sus héroes han sido profanadas y en su lugar solo queda la tierra removida y varios árboles talados.

En la plaza central, donde los rebeldes resistieron hasta el último aliento en una lucha encarnizada con las tropas rebeldes, aún quedan restos del combate. Varios edificios ennegrecidos están destruidos y otros presentan impactos de artillería pesada. Hay orificios de bala en casi todas las fachadas. En el lugar donde se levantaba la mezquita solo hay ahora un solar. Según los funcionarios del Gobierno, hubo que demolerla por razones de seguridad.

El ambiente que se respira en las calles es extraño. Un joven rehúsa hablar con los periodistas mientras cierra la puerta de su negocio. Un anciano deja claro con sus gestos que lo que pasó fue horrible, pero se niega a decir nada más. Algunos hombres sacan una leve sonrisa y hacen un gesto cariñoso a los reporteros. Ninguno dice nada. Se van caminando y dejan a los periodistas con un centenar de jóvenes cantando y bailando mientras agitan banderas verdes y retratos del dictador.

El interior de una comisaría incendiada en Zauiya.
El interior de una comisaría incendiada en Zauiya.MOHAMED MESSARA (EFE)

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