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Las luces y las sombras de la Filarmónica de Moscú

Galicia Classics fue presentado como "la prolongación de Xacobeo Classics". Tras su primer concierto en A Coruña, hay que reconocer que lo es: para lo bueno y para lo malo. En el concierto del pasado jueves, lo bueno fue la calidad de todas y cada una de secciones de la Orquesta Filarmónica de Moscú. Las cuerdas tienen un sonido compacto, con momentos de rara pastosidad y otros de duro brillo. Las maderas suenan hermosamente salvajes con su aire estepario y los metales tienen un timbre broncíneo, muy ruso. El conjunto tiene una notable ductilidad siguiendo a su director.

También el solista invitado, Valery Oistrach, estuvo entre lo bueno, pero solo eso: bueno. Para ser un gran intérprete (la genética no cuenta) se necesita algo más que tener un violinista genial, David Oistrach, como abuelo. Por ejemplo, una buena afinación en los pasajes rápidos, en los que fue notoria su tendencia a dar las notas bajas. Y una mayor pasión en la interpretación. Pese a todo, tiene un buen sonido y su versión del Concierto para violín de Max Bruch fue correcta. Pero solo eso; no emocionó.

De lo malo del concierto, destaca: la actitud de director-bailarín entre marcial y amanerado de Yuri Simonov; su visión, un tanto exagerada de la maravillosa Sinfonía número 1 de Rajmáninov y sus continuos y enormes excesos de potencia en unos fortes que llegaron a ser físicamente molestos.

Más excesos

Lo peor, sus poses en las propinas, entre chulescas y toreras, que fueron a más a medida que el público le reía las gracias con esas palmas marciales de real o presunta unanimidad, que a algunos que ya peinan canas les recuerdan lo que los noticiarios traían de los ya lejanos congresos del PCUS.

Gran parte del público se mostró entusiasmado. Entre ellos, muchos noveles o poco bregados en estas lides; pero también algunos aficionados habituales. No así, los más exigentes: algunos llegaron a la indignación.

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Todo deriva del diseño mismo de estos festivales y la búsqueda de éxito fácil con conciertos de relumbrón, artistas de notoriedad mediática y programas muy espectaculares: una idea muy de panem et circensis. La responsabilidad de quienes financian estos ciclos con fondos públicos está en impedir que se dé gato por liebre.

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