Alcaine
Es inolvidable la imagen de José Luis Alcaine recogiendo el Goya a la mejor fotografía por su trabajo en Las trece rosas, en 2007. En lugar de agradecer el premio con tópicos o con cariños para su propia familia, como suele ser tan pesadamente habitual, Alcaine recitó sin titubear y con emoción los nombres y apellidos de las 13 muchachas socialistas fusiladas tras la Guerra Civil a las que la película rendía homenaje. Fue el mejor agradecimiento de aquella noche, y lo sigue siendo en el tiempo. A este hombre sereno, riguroso, afable sin melosidad, inventivo pero sin alardes, le han rendido un homenaje, ciertamente muy merecido, en el festival de Málaga. Alcaine ha hecho muchas cosas buenas en el cine español desde que en 1967 rodara El hueso, una sencilla comedia berlanguiana dirigida por Giménez-Rico, sobre la que el director de fotografía no pretendió prevalecer. Alcaine ha estado siempre calladamente al servicio de cada película y de cada director, lo que no se puede decir de todos los grandes maestros de la luz.
Ahora ha contado que en la escuela de cine le dijeron que no valía para esta profesión. También se lo dijeron a Alejandro Amenábar, y hasta a Juan Antonio Bardem, que fue suspendido en la categoría de dirección. A Pilar Miró igualmente la consideraron incapaz, y otros cineastas que luego han sido brillantes sufrieron por parte de profesores, distribuidores y críticos rechazos similares. Este tipo de ceguera no es exclusivamente español aunque pudiera parecerlo. ¿Cuántos talentos se habrán quedado en el camino por tercas apreciaciones ajenas? ¿Cuánto bueno no se habrá hecho por errores de los intermediarios a lo largo de la historia del cine?
En tiempos como los actuales, en los que la mediocridad parece haberse adueñado de la vida pública, da vértigo pensarlo. Fue muy afortunado para todos el que Alcaine no hiciera caso de aquel profesor del cine en blanco y negro, y se lanzara con ambición a renovar el cine en color.