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Columna
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Franco Gadafi

Manuel Rivas

Muamar. Quiere imitar a Franco, el africanista que ocupó España mediante un genocidio. El caudillo libio mete miedo a la ciudad libre de Bengasi evocando la toma del Madrid republicano. No me extraña que haya elegido ese ídolo como tantos sátrapas, desde Stroessner a Pinochet. Y no solo por su competente condición de matarife. Lo que en él admiraban es que muriese en la cama, enterrado con los máximos honores. Y sobre todo que dejase todo atado y bien atado. O casi. Oportunismo. Lo nuclear se había convertido en un fundamentalismo, una creencia milagrera para los hechiceros del crecimiento mágico. Los negacionistas del cambio climático sufrieron una súbita conversión. El calentamiento resultaba una magnífica baza para el negocio de las centrales. Las renovables, una mariconada. Y los ecologistas ya podían irse de picnic a Atapuerca y no volver. En nuestro país, los comentaristas atómicos critican a Merkel por su rectificación: ¡oportunista! Aquí, en vísperas electorales, se festejan las tradiciones, incluso las milenarias, como el átomo y la corrupción. Ya lo dijo Baroja: "En España siempre ha pasado lo mismo: el reaccionario lo ha sido de verdad, el liberal lo ha sido muchas veces de pacotilla". La realidad, abrumada, desasistida del coraje liberal, se ha vuelto reaccionaria. Mourinho. ¿Por qué resulta tan irritante? Es el entrenador perfecto para un Madrid neocapitalista, tan defensivo como codicioso. Pero hay algo en él que descoloca. Su arrogancia es demasiado arrogante, sobre todo para los arrogantes. En el fondo, su táctica es la de la batalla de Aljubarrota, cuando los portugueses, en inferioridad, precipitaron con impertinencias la embestida de los adversarios, enfurecidos en especial por el grito de "¡hipócritas!". Imprescindible. Esa es la palabra que más se repite en el auto que amputa la defensa de Baltasar Garzón. Las pruebas no son imprescindibles. Ni los testigos. ¿Y la justicia? ¡Tampoco imprescindible!

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