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La propiedad intelectual, a debate
Columna
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El botón mágico

Quiero comprar un tomate fresco. Voy a llamar a un verdulero para que me venda uno recién sacado de la huerta. Pero resulta que si doy a un botón en mi ordenador un tomate parecido en sabor y color se instala automáticamente en mi nevera. No está igual de bueno que el de la huerta, pero me da igual, total… es para un gazpacho.

Se me ocurre además ser muy generoso y ofrecer a cuantos quieran que den a su propio botón y que se zampen otros cuantos tomates. Pero, ¡qué narices!, ¡además voy a montar un rollo publicitario junto a los tomates que ofrezco y así cada vez que alguien le dé a un botón yo me lleve una pasta! ¡Eso sí que es progreso!

¿Y el verdulero? Que se joda. Así es el libre mercado. ¿Y el que los planta? ¿Y el que los recoge? ¿Y el que los transporta? Pues también, que se busquen otra cosa.

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Voy a pintar el salón de verde manzana. Hay un pintor muy bueno en el barrio que maneja el rodillo como nadie. No es barato pero la verdad es que el tío es un fiera con los colores, los clava. Pero mejor le doy al botoncito mágico y se me pinta el salón solo en cinco minutos. Tiene ronchones de pintura y hay trozos de pared con el color muy aguado, pero total, ¡lo voy a tapar con unos cuadros!

Y ya que estamos, voy a hacer otro alarde de liberalismo económico y anarquismo electrónico y voy a hacer que el que quiera habitaciones pintadas le dé al botón y elija el color que más le guste. Hombre, nunca va a ser lo mismo, pero encima que no se quejen, que es por la cara. ¡Y pastón pa mi bolsillo por dejar que se paseen al lado del botoncito mágico marcas de ropa y electrodomésticos! ¿Y al pintor ese que era un fiera? Pues nada, esto es lo que hay. Que se ponga a servir copas en el garito de su barrio. ¿Y el que hace los rodillos? Pues también. ¿Y el que construye escaleras? ¿Y los que cosen los monos de pintor? Ah, un momento, que también las copas me las bajo, aunque sean de garrafa asesina, dándole al botón. Joder, pues lo tienen crudo el pintor y los bares y los camareros y las de la limpieza.

No es culpa mía, yo solo ejerzo mi derecho a un libre consumo. No es mi intención para nada que la gente se quede sin trabajo, es un daño colateral involuntario. Y lo de llevarme pasta por acorralarles contra la cola del Inem… bueno, es parte de mi negocio involuntario.

Si uno lee esto creería que el que lo ha escrito ha bebido de más, de mucho más. Sería una explotación, un atentado contra el trabajo de muchas, muchísimas personas por el beneficio propio en nombre de la libertad de consumo. Un simple y claro caso de violación de los derechos de terceras personas, de abuso, de robo, de pura y llana violación del trabajo de miles y miles de personas.

Pero, ¿qué sucede cuando le dan al botón y se bajan una película y un disco? Ayudan a exactamente lo mismo que se cuenta aquí: a que miles de personas que han trabajado mucho y muy duro para darles calidad en lo suyo se vayan finalmente a la calle mientras unos ladrones se hacen millonarios a su costa.

No piensen en los más conocidos, a ellos esto les afecta tangencialmente. Piensen en los que no salen en la foto, en los que están a su alrededor haciendo que ese trabajo salga adelante lo mejor posible; en las miles de personas que viven de la artesanía del cine, y de la música; en los que visten, decoran, iluminan y maquillan, entre muchos otros; en los actores, directores y músicos que las pasan canutas para sacar algo adelante. A ellos les roban la débil posibilidad de un futuro laboral con solo apretar un botón. Y además sacan dinero con ello.

Dejémonos de estupideces: eso es robar. Es la orgía del crimen, la bacanal de violaciones a terceras personas.

Pero ya no hay ley que proteja al que se le ha robado. Ahora abraza al ladrón.

Página web de Karma Films, el pasado lunes.
Página web de Karma Films, el pasado lunes.
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