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Reportaje:Dani Martín

El 'loco' canta solo

Guillermo Abril

En el Porsche 911 de Dani Martín ahora suenan Enrique Urquijo y Los Problemas, ese bálsamo para las noches tristes en la ciudad. A él se le ve más flaco que nunca, la cara surcada y curtida, los mismos ojos intensos. Con un aire más sabio, quizá. En forma, porque se está preparando para el maratón de Nueva York y entrena corriendo más de veinte kilómetros cinco o seis días a la semana. Tiene 33 años, y en el navegador de esa bestia de la carretera se lee: "Aunque tú no lo sepas". Dani, al volante, silba entre dientes sobre la voz de Urquijo; una canción lenta, melancólica y dolorosa. Hace un rato, mientras guiaba el coche hacia los paisajes de su adolescencia, en Alalpardo, un pueblo al norte de Madrid, empezó a contar cómo de pronto un día de principios de 2009 la vida hizo un requiebro inesperado y se llevó a su hermana mayor por delante. Y entonces -lo escenifica acercando la mano a la guantera junto al navegador- abrió el cajón y empezó a sacar y a sacar. Ahí dentro, vino a decir, en esta guantera imaginaria, estaba todo lo necesario para tirar hacia adelante. Las herramientas para seguir funcionando. "De repente", aclaró, "aparece un personaje que no conocía, dentro de mi persona, que se hace cargo de cosas que ni pensaba".

"Me siento cerca de mi verdad, y eso es lo que me ha salido a la hora de escribir"
"No era mal estudiante. Lengua era lo que mejor se le daba", dice su profesora
"Repetir la misma música empezaba a ser aburrido", comenta su ex productor

Martín tiene esta extraña capacidad para ser muchos a la vez. Por ejemplo, siempre se muestra atento y educado. Da igual con quién se encuentre -la mayoría suele reconocerlo-, él siempre extiende la mano y dice: "Hola, yo soy Dani", con un punto entrañable. Pero luego está ese otro lado, no necesariamente incompatible. Hay unos vídeos caseros en YouTube, de los primeros años de El Canto del Loco, en los que, por ejemplo, aparece él en la furgoneta de la gira, con un pañuelo amarillo cubriéndole la cabeza, imitando a la abuela del antiguo batería de la banda. Dice, poniendo voz de anciana y mirando a la cámara: "Hola, soy la abuela de Jandro. ¿Qué tal, bonitos? La virgen de Dios… ¡Estáis jodiéndole la vida a mi nieto!". En otro, inspira helio de un globo y canta con voz de dibujo animado el inicio del tema Son sueños, con el que abría su segundo disco, A contracorriente (2002). En ambos se oyen risas alrededor. Martín posee desde niño el don para improvisar y despertar la carcajada. Intencionadamente o no, se ha pasado los últimos diez años, desde que pegó el pelotazo musical, vistiendo para muchos un traje de personaje vacilón, canalla y excesivo (los vídeos están plagados de comentarios, con insultos y piropos a partes iguales). Pero el álbum que está a punto de publicar, Pequeño, muestra ese otro rostro flaco y más sereno. Su primer disco en solitario. El single que avanzó hace un mes, titulado 16 añitos, comienza pausado, con piano, un instrumento sobre el que apenas se había oído su voz hasta ahora. Los versos van hilando impresiones sobre su adolescencia, desgrana esa "rebeldía sin ton ni son" suya, habla del lado más perverso de los complejos, de lo equivocado que puede estar uno cuando se cree "el rey del mundo". El estribillo resulta una declaración de intenciones cuando dice: "Me disfracé de uno que no era yo".

El artista se ha pasado los dos últimos años escribiendo canciones "desde dentro hacia fuera". Una veintena de temas que, por la forma que iban tomando, ya no pertenecían a El Canto del Loco. Cambió de productor, buscó nuevos músicos. Se hizo con un equipo de grabación para su casa, para ir perfilando las maquetas. Se esforzó con la guitarra acústica. Le acompañó en sus viajes. Encontró nuevos acordes. Se despertó de madrugada en ciudades extrañas, con una melodía en la cabeza que debía grabar. Una vida de cantautor que para algunos que le conocen, como su antiguo road manager,Antonio Rodríguez, El Esquimal, muestra cierta evolución hacia su "madurez" musical y personal. "Ahora se cuida mucho", añade. Mientras tanto, la vida lo ha ido colocando, a él, en su sitio o un poquito más cerca. Lo explica en el coche, intentando no equivocarse con las palabras: "Yo creo que los seres humanos estamos en permanente búsqueda. Yo estoy en permanente búsqueda. Pero tal vez me haya encontrado más… a mí… que nunca. Creo que me siento cerca de mi verdad. De mi yo de verdad. Y yo creo que eso es lo que me ha salido a la hora de escribir. Algunos me han dicho: 'Has hecho un disco biográfico'. Y digo: no. Es un disco mundo-biográfico. Porque habla de todos los seres humanos y de todas esas cosas que nos cerramos y que no permitimos que salgan".

En el álbum hay canciones a su chica, a sus padres, a esas "cosas" que le han pasado. Se percibe el proceso de un año que ha seguido con un psicólogo —"estoy orgulloso, se lo recomiendo a todo el mundo"—. Hay dos temas dedicados a su hermana. Uno de ellos titulado El cielo de los perros, porque ella, que era veterinaria, siempre decía que cuando se muriera no iría al cielo de los humanos, sino al de los perros, que era mucho mejor que el de los humanos. "Y bueno", añade Martín, "yo creo que ella… Eso. Ahí está, en el cielo de los perros. Es la última canción del disco. Pero muy positiva. De aceptación. De entender".

Toma una rotonda a la izquierda, y de pronto, la mano con la que mostraba hace un momento las herramientas imaginarias para encajar los golpes de la vida, ahora señala hacia un descampado de secano. Territorio salvaje en Alalpardo al otro lado de la ventanilla. "Por aquí me he criado, tío, haciendo cabañas", dice. Huele a tierra húmeda poco antes de la tormenta. Se intuye la mugre en sus uñas cuando era niño. El Porsche se adentra en la urbanización en la que siguen viviendo sus padres. Chalés adosados de protección oficial. Martín llegó aquí con seis años e hizo algunos de los amigos que hoy le siguen acompañando en las giras, llevando la furgoneta y el merchandising. Al borde de la urbanización se extiende otro erial. Allí se tomó la foto para la portada del disco, en la que aparece tumbado frente a su perro, Blas. En este álbum de sus recuerdos de infancia hay zarzas, cardos, chopos, óxido y chapa. Una verja agujereada conduce hasta un lugar mágico al que llamaba "la casa de los enanitos", una mansión a medio construir, con siete chimeneas.

"Esto es lo que viene siendo allanamiento de morada", bromea cuando penetra en el agujero. Se adentra en el esqueleto de la casa. Los ladrillos aparecen bajo la cal, como heridas. Por unas escaleras desastradas, se accede al piso de arriba. Las paredes de las distintas estancias conservan viejas pintadas. Las primeras, trazadas con carbón quemado, son suyas y de su pandilla de amigos. Se ven mujeres desnudas, con pechos inmensos y el gesto obsceno, penes agigantados y surcados de venas. Martín las mira con naturalidad: "Son de la época de las pollas y el follar". Aquí se fue curtiendo otro de los roles del cantante, uno de los paisajes recurrentes de su universo íntimo. Quedó escrito con tizne de carbón sobre uno de los muros. Se lee: "Dani pequeño".

La cuestión va surgiendo poco a poco, después de visitar la casa abandonada, durante una comida en la que él pidió una ensalada de espinacas "sin bacon" y unos tagliatelle verdes "sin nada" a los que luego añadió aceite y sal. Cuando se le pregunta si había sentido cierto pudor al mostrar su pubertad en crudo, responde: "La casa a la que hemos ido podría ser de cualquier persona. Yo me siento orgulloso de mi infancia y de habérmelo pasado tan bien. Me hubiera gustado estar más a gusto con lo que realmente era, y no ir siempre rezagado porque no corriera tanto. Pero luego sabía hacer muchas otras cosas que yo a veces no valoraba". En uno de los temas de su nuevo disco, Los valientes de la pandilla, habla de estos miedos, y se presenta a sí mismo de niño como un "bicho raro". "Ser el pequeño era difícil de aceptar / No tener fuerza, no saberla utilizar", canta. Él dice que fue uno de esos chavales que crece tarde. Se juntaba con gente mayor que él. "No jugaba al fútbol tan bien como el resto", añade, "y a la hora de pegarme, tampoco he sabido hacerlo. Por eso me llamaban el pequeño, coño. Porque era el pequeño". En otra entrevista de hace unos años, comentó de dónde surgía "esa coraza de duro, de arrogante": "Es timidez, sensibilidad. Y sentirme muy pequeño cada día. En el mundo en el que vivimos, el cariño y la sensibilidad… En algún momento de mi vida seguro que han sido tratados con desprecio. Y eso te hace sentirte inseguro, pero hay que crecerse y gritar: ¡Eh!".

En parte, ese grito ha sido su música. El filtro que ha canalizado su rabia. La persecución de un sueño que tuvo de niño, cuando a los tres años le dijo a su madre que quería ser como el payaso Charlie Rivel, ese que aullaba como un demente mientras tocaba la guitarra; o cuando, a los nueve, lideró su primera banda en un escenario del colegio público Martina García, en Fuente el Saz, tocando con guitarras de madera y botes de detergente en lugar de batería un playback de los Hombres G.

Al comienzo de esta ruta retrospectiva, Martín detuvo el Porsche a la puerta de su colegio. De una reunión de profesores surgió la "señorita Charo", su maestra de niño, con una sonrisa. Nos guió hasta el aula en la que pasó su infancia. Y dijo: "Era un chico abierto y espontáneo. Gracioso, pero de los de verdad. Tampoco mal estudiante. Lengua era lo que mejor se le daba". Y Dani: "Sí. Hablada y escrita". Y ella: "Algo se le quedaría". Por ahí andaba también Antonio Cañeque, el conserje del colegio, sorprendido de que aquel niño reconvertido en un ídolo de masas lo recordara, dijo: "Sigue igual. Más grandote, pero…". Y Dani: "¡Cañeque!". Y el otro: "¡Cago en diez!".

Años después, llegaron los conciertos de verdad en las salas de Madrid, y una prueba en directo para la discográfica Ariola. El concierto sonó espantoso; "el peor de mi vida", recordaba el presidente de la compañía (hoy Sony-BMG), pero Martín mostró todo el morro que pudo y los ficharon. Pronto se vieron metidos en una vorágine en la que a su alrededor "todos hablaban de números", mientras ellos seguían pasándoselo "de puta madre". Hasta que dejó de ser tan divertido.

Nigel Walker, productor de todos los discos de la banda, menos el primero, cree que el grupo había alcanzado, probablemente, su techo con el último disco. "Creo que les ha llegado un momento musical que pedía un cambio. Repetir el mismo tipo de música empezaba a ser aburrido". De ahí el respiro que se han dado para armar sus proyectos. David Otero, primo de Dani y guitarrista y compositor de muchos de los temas del grupo, también sacó el mes pasado un disco en solitario con el nombre de El pescao. Cuenta Walker que Otero siempre llegaba con 25 temas al momento de la grabación. Y que Martín, últimamente, aparecía con letras y sentimientos personales que ya no enganchaban con guitarras "a 200 kilómetros por hora". "Su nuevo disco concentra mucho en la letra", dice. "Ya no es como de chico malo. Hay algo más valiente. Habla de la familia, del amor… Dani nunca ha tenido la oportunidad de contar todas estas cosas. El salto en solitario es algo muy difícil. Él va a ganar mucho como persona. Y va a seguir creciendo". Aunque el grupo no se ha disuelto del todo (estos días han estado de gira por Latinoamérica), sí han frenado la parte creativa. Cada uno a lo suyo hasta nueva orden. Walter dice que aún no sabe qué sucederá en el futuro, pero que si deciden volver, seguramente subirán de nivel: "Creo que aún pueden hacer el mejor disco de su vida. Si quieren".

Dani Martín lo ve más como una evolución del último disco de El Canto del Loco, Personas (2008). Lo cuenta mientras el coche va dejando atrás los espacios de su infancia. "Es una continuación del tema Peter Pan y esa onda, ¿no?". Aquella canción también hablaba de crecer y abandonar la adolescencia. En la gira que está a punto de comenzar, presentará los temas del nuevo disco. Pero como son solo 12, tendrá que ir tirando del repertorio de otros. De El Canto, dice, tocará algunas canciones con las que en la actualidad se siente identificado, dando a entender que hay otras tantas con los que ya no siente esa chispa. Poco después comienza a sonar Aunque tú no lo sepas en el iPod. El Porsche bordea entonces el polígono donde empezó todo, y donde mantiene aún su local de ensayo. Dani sube algo más el volumen. Primero silba entre dientes y, poco a poco, se va soltando y comienza a doblar el lamento oscuro y armónico de Enrique Urquijo.

El disco 'Pequeño' sale a la venta el 26 de octubre.

Dani Martín, de niño, solía colarse en esta mansión abandonada en Alalpardo (Madrid)
Dani Martín, de niño, solía colarse en esta mansión abandonada en Alalpardo (Madrid)FEDE SERRA
Dani Martín, cruza la carretera que va desde Alalpardo (donde vivía) hasta Fuente del Saz (donde iba al colegio)
Dani Martín, cruza la carretera que va desde Alalpardo (donde vivía) hasta Fuente del Saz (donde iba al colegio)FEDE SERRA
Dani Martín escribe en la pizarra de su colegio la letra de uno de sus nuevos temas
Dani Martín escribe en la pizarra de su colegio la letra de uno de sus nuevos temasFEDE SERRA

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Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.

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