Adiós a las presidencias
A pocos días de cerrarse la presidencia española de la Unión Europea, es inevitable intentar hacer un balance. Pero inevitable no significa fácil. Primero, porque, aunque parezca un recurso manido, es todavía pronto para juzgar qué impacto tendrán las principales medidas adoptadas durante este semestre. Segundo, y casi tan importante, porque no existen precedentes de una presidencia como la que le ha tocado desempeñar a nuestro país.
En cuanto a las medidas, la que sin duda es más importante es la que tiene que ver con el nuevo papel del Banco Central Europeo (BCE), que, como consecuencia de las decisiones adoptadas el mes pasado, se ha reconfigurado en un sentido que apunta, por fin, a la emergencia de algo parecido a un Gobierno económico europeo. Lo que no sabemos es hasta qué punto este cambio es coyuntural o estructural, es decir, si una vez bajen las aguas de la actual crisis financiera, la coalición rigorista liderada por Alemania insistirá (y logrará) que el BCE vuelva a preocuparse exclusivamente de la inflación. Por tanto, se ha hecho historia, sí, pero no sabemos si con mayúscula o con minúscula. En cualquier caso, como pone de manifiesto la reunión del G-20, la pugna por embridar a los mercados financieros dista de estar cerrada (y probablemente no lo estará nunca, ya que es un proceso que por su naturaleza es tan cambiante como difícil).
España ha sido víctima de un deterioro de su imagen exterior que le ha obligado a estar a la defensiva
La otra medida destacable en cuanto a su impacto a largo plazo es la aprobación del Servicio de Acción Exterior Europeo (SEAE). El Servicio supone un cambio fundamental en las reglas del juego de cómo se hace la política exterior europea y en los actores que la protagonizan. Si hasta ahora los Estados miembros, el Consejo y la Comisión tendían a hacer cada uno la guerra por su cuenta, a partir de ahora la integración entre los tres será (en teoría) muy estrecha. Eso sí, los Ministerios de Exteriores nacionales tendrán que repensar cuidadosamente su futuro papel y despliegue, con el fin de complementarse, y no solaparse, con la naciente diplomacia europea. Cierto que el SEAE es todavía un cable de acero muy fino por el que habrá que hacer funambulismo hasta llegar a una verdadera política exterior europea, pero los riesgos merecerán la pena. Al fin y al cabo, si para algo se hizo el Tratado de Lisboa fue para reprogramar la Unión Europea hacia el exterior.
En cuanto a la presidencia en sí misma, frente a las expectativas iniciales, que sin duda fueron excesivamente ambiciosas, lo cierto es que las circunstancias la han convertido en un ejercicio mucho más sobrio de lo inicialmente previsto. Como país, España ha sido víctima de un acusado deterioro de su imagen exterior que le ha obligado a estar constantemente a la defensiva. Y como Gobierno, con una capacidad de iniciativa política mermada por la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, cuyas primeras víctimas son el presidente del Gobierno y el ministro de Asuntos Exteriores, esta capacidad se ha visto aún más reducida en los dos asuntos clave que han dominado el semestre: la gestión de la crisis económica y la política exterior.
En este último ámbito, España ha pagado los platos rotos de la desorientación estratégica de la Unión Europea: pese al éxito de la cumbre con América Latina, la cancelación de las cumbres con Estados Unidos y el Mediterráneo muestra claramente que un sistema de relaciones exteriores basado en la reiteración de cumbres sin contenido y sin más objetivo que la propia celebración de la cumbre carece de futuro alguno. Y, como han puesto de manifiesto Brasil y Turquía con su insólita decisión de, primero, negociar por su cuenta con Irán y, segundo, votar en contra de las sanciones a Irán, a la UE parece que se le ha pasado por alto que la verdadera política exterior tiene lugar fuera de las cumbres, no dentro de ellas.
Por poner el impacto de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa en términos deportivos, España se preparó para jugar al fútbol, pero en el último minuto fue informada de que tendría que jugar al baloncesto. Así las cosas, salvando el errático rumbo adoptado en cuanto al tema de si habría sanciones o no para los Estados miembros que incumplieran los objetivos fijados en la nueva agenda de crecimiento 2020, la presidencia ha capeado el temporal razonablemente bien, especialmente teniendo en cuenta el contexto tan adverso. Intriga pensar qué pasará a partir de ahora, cuando una Bélgica con un Gobierno en funciones asuma lo que queda de las presidencias rotatorias. No se trata pues de decir adiós a la presidencia española, sino de decir adiós definitivamente a las presidencias rotatorias. Ironía final: lo verdaderamente histórico de la presidencia española será que con ella las presidencias rotatorias pasaron a la historia.
jitorreblanca@ecfr.eu
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