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CON GUANTES
Columna
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Cómo defenderse del ataque de la fruta fresca

En uno de los más exóticos y certeros episodios del clásico show televisivo de los Monty Phyton (Monty Python's Flying Circus), que puede ser revisado en YouTube, los genios ingleses nos mostraban la importancia de defenderse convenientemente frente al absurdo mediante un ejercicio práctico, vigoroso… y absurdo.

El ataque de la fruta fresca: mangos, plátanos, moras, fresas, pomelos, etcétera, se encontraba por fin y aquí, es decir allá, en ese show enloquecido y brutal de los Python, con la horma de su zapato, con un enemigo preparado y a su medida. Con un ejército adiestrado específicamente para repeler el avance de la fruta como amenaza significativa de nuestro bienestar.

Muchos años han pasado desde entonces, pero la escena, o sketch, no ha perdido un ápice de su contundencia y sigue siendo aplicable a la mecánica insensata de cuanto nos ataca y al absurdo de nuestra defensa.

"Todos los partidos manejan un ideario idéntico en lo práctico y económico"

"Habrá que elegir otra utopía, más modesta y menos ruinosa". Así se expresaba Albert Camus en los años cuarenta enfrentando el socialismo de entonces a una severa corrección de intenciones y métodos. Se refería al homicidio y sus posibles justificaciones, y hablaba de un coste moral, de una ruina del espíritu, pero se ajusta pavorosamente al desafío al que se enfrenta también el socialismo del siglo XXI a la hora de aceptar un giro tan virulento en sus motivaciones, que termine por desvirtuar su propia razón de ser. La figura de un Gobierno socialista, aquí y ahora, que se mueva entre los márgenes macroeconómicos sin más perspectiva que el ajuste mecánico obligatorio, nos llevaría a cuestionar la naturaleza misma de una proposición ideológica desarticulada por la necesidad y a preguntarnos por la vitalidad de un sistema que divide más artificial que realmente propuestas idénticas y puramente pragmáticas.

Como esos soldados de los Phyton que entrenaban con grotesca marcialidad su defensa frente al ataque de la fruta fresca, la nomenclatura socialista parece fuera de lugar si de lo que se trata es de responder con severo pragmatismo a los desafíos económicos de nuestro tiempo y entorno.

Para entendernos, que si todo se reduce al ajuste social que el sistema reclama, por qué tratar de disimular y para qué tanta demora.

No resulta extraño, pues, que los distintos partidos políticos que en el mundo son se revuelvan entre las causas puramente simbólicas (patrias, burkas, tauromaquias) para tratar de llamar la atención de sus potenciales electores, teniendo en cuenta que todos manejan un ideario idéntico en lo práctico, lo económico y lo social. Un ideario que parece ser obligatorio y del que nos convencen, unos y otros, sólo podría alejarse quien considere la frivolidad o la locura una opción sensata.

El socialismo se enfrenta así a otra disyuntiva de no menor calado que la que presentaba Camus al tratar de reconsiderar la legitimidad de la violencia en la causa de la revolución. Si coincidimos en la dirección única y forzosa de las políticas económicas, no parece posible seguir agitando por más tiempo las banderas diferentes de la causa común. Si diferimos, habrá que presentar una diferencia de concepto y no un ajuste cosmético que endulza el matiz para tratar de convertirlo en una propuesta de voluntades que en realidad no existen.

Para ser más honestos con sus clientes, en las próximas elecciones los no tan distintos partidos deberían enseñarnos primero las páginas exactas de sus programas en lugar de exagerar una distancia que separa a muchos de los votantes y para nada.

Puede que así se redujese en algo la crispación imaginaria y tuviésemos más claro el fondo de la cuestión. Esas habas contadas que de una u otra manera no tendremos más remedio que comernos.

Claro que también podemos seguir formando milicias de ciudadanos furibundos y perfectamente preparados para defenderse del siempre peligrosísimo ataque de la fruta fresca.

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