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Reportaje:100 años de la Gran Vía | Escaparate de retratistas

Si querías ser alguien tenías que posar allí

Míticos estudios como Alfonso, Gyenes o Ibáñez aportaron magia a la calle

Tereixa Constenla

El hombre que entró hace unos días en Gran Vía, 31 para hacerse unas rutinarias fotos de carné no era uno más. Durante 30 años había sido el hombre que se colocaba detrás de la cámara en ese mismo estudio de Gran Vía para hacer minuciosos retratos que entregaba al cliente con la ceremonia de quien da una obra de arte. José Cartagena (Madrid, 1936) es el último representante de una generación de fotógrafos tan ligada a la Gran Vía que se intercambiaban caché. Si querías ser alguien, tenías que estar allí. "La Gran Vía era otra categoría, el aval de algo", revive. Otorgaba pedigrí.

Y los fotógrafos le daban lustre. Las vitrinas con retratos de quienes deseaban un salvoconducto hacia la inmortalidad enaltecían la avenida. Había una santa trinidad: Alfonso (1904-1990, actividad profesional durante dos generaciones), Juan Gyenes (1948-1995) y Vicente Ibáñez (1951-1996). No siempre bien avenidos. Ibáñez y Gyenes se disputaban un mercado común: el artístico. Una rivalidad que debió animar lo suyo a los porteros. Gyenes, el húngaro que se enamoró de España durante un encargo profesional, se cameló a Picasso lo suficiente como para retratarle reiteradamente. Su foto más vista, sin embargo, fue el retrato que se eternizó como sello de Franco. Ibáñez tenía imán para las fotos turbadoras. Convenció a Alfred Hitchcock para retratarle en un cementerio y captó a Tyrone Power comprando un billete de lotería acabado en 13 poco antes de morir de un ataque al corazón.

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Alfonso cimentó su prestigio en reportajes de prensa como la cobertura de las guerras de Marruecos y en retratos de políticos e intelectuales, que acudían a su galería de la calle de Fuencarral, frente a la Red de San Luis. Cuenta el fotohistoriador Publio López Mondéjar que el radical Alejandro Lerroux fue su primer cliente importante. Le seguirían, entre otros, Valle-Inclán, Pardo Bazán, los hermanos Machado, Ortega y Gasset o Concha Espina. Desde aquel ático, fue testigo excepcional del nacimiento de la Gran Vía, donde en el número 22 acabaría fijando su último estudio tras la Guerra Civil. Fue también el último parapeto profesional, ya que el régimen le inhabilitó para el periodismo y le obligó a refugiarse en el retrato. De esta época venida a menos, López Mondéjar destaca el retrato de Azorín, en el que atrapó "su perfil de roca afilada". "La dedicatoria está a la altura del retrato: Al magno Alfonso, del mínimo Azorín".

El XX fue un siglo glorioso para la fotografía. Se agrandó su valor artístico y documental antes de que la era digital descafeinase el arte y universalizara la técnica. En 1972, cuando José Luis Mur fichó por el Atleti, los estudios eran aún pata negra. "El fotógrafo era un artista, ahora es un técnico de lo digital y el ordenador", compara Mur, que adquirió la colección privada de Ibáñez.

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En la edad de oro, los estudios podían emplear hasta una docena de personas. En el fundado por Leopoldo Cartagena en la calle de la Montera se vivieron años frenéticos cuando la fotografía del momento excepcional entró en todas las casas de clase media. "Hemos tenido hasta 10 y 12 bodas al día", recuerda el tercer fotógrafo de la saga. "Cuando traían a un bebé ya sabías que era un cliente seguro durante 20 años". A él le disgustaba retratar bodas y comuniones. "Me aburría porque es muy estandarizado". Al tercer Cartagena le obligaron a adquirir nociones artísticas que luego capitalizó en el gabinete de Gran Vía, donde ofertaba unos retratos singulares que no permitía seleccionar al cliente. "En mi casa creían que para ser un buen retratista tenías que estudiar bellas artes. Al final les di la razón porque te ayuda saber de anatomía y estética".

Y es que hubo una época en que la fotografía iba de la mano del dibujo, como si en lugar de suplantarlo aspirase a parecerse a él. José Cartagena padre retrató a su amigo José Antonio Primo de Rivera con un indiscutible aire cinematográfico. Sin saber que su muerte en 1936 le convertiría en símbolo de la España fascista y le elevaría a los altares del callejero -la misma Gran Vía se rebautizaría José Antonio Primo de Rivera-, el fotógrafo aprovechó una boda para captarle con un atuendo elegante e inconveniente para la militancia: chaqué y abrigo. Tras la muerte del líder, sus seguidores de la Falange pidieron al fotógrafo que les facilitase el retrato con un retoque nada sutil. Que desaparecieran las solapas erguidas del abrigo y se sustituyesen por algo más marcial para evitar que pareciese "un señorito", cuenta Cartagena hijo. Su padre se negó a tal maquillaje y los retratos, de los mejores de Primo de Rivera, permanecieron inéditos hasta ahora. Salvo las copias piratas. Que la reproducción ilícita no nació con Internet. A los Cartagena les sisaron también el retrato oficial que le hicieron a Franco con uniforme militar de gala en una imprenta italiana que repartía billetes conmemorativos de los caídos en la Guerra Civil. De aquella sesión en el palacio de Oriente, a comienzos de los setenta, Cartagena recuerda la tensión de la corte de ayudantes que pululaban alrededor del caudillo. Les habían aleccionado para que no le tocaran y le hablaran lo justo con la debida reverencia. Y así se hizo mientras Franco permaneció de pie. "Pero al sentarse se le notaba la barriga, la guerrera quedaba mal, la foto iba a ser un desastre". Cartagena se ha guiado por una máxima: evitar que el modelo esté "en un momento de tensión tratando de quedar mejor de lo que es". Pero tampoco era plan de plasmar a Franco peor de lo que era. Así que, para que la facha del dictador luciese con la debida dignidad, ni corto ni perezoso, Cartagena padre le ajustó la guerrera y le acomodó la bragueta. ¡Glups!

Foto de José Antonio hecha por J. Cartagena.
Foto de José Antonio hecha por J. Cartagena.SAMUEL SÁNCHEZ

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Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Lisboa desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera en Andalucía. Es autora del libro 'Cuaderno de urgencias'.

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