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Reportaje:100 años de la Gran Vía | La mirada de un maestro

El arquitecto seducido por un edificio optimista

Caminata por el gran eje urbano junto al Pritzker Rafael Moneo

Ana Alfageme

Lo primero que surge del taxi en el que llega el arquitecto Rafael Moneo a la Gran Vía es un manojo de planos. El sol ilumina en una mañana de sábado el número 12, en cuyos bajos el racionalismo dibujó el bar Chicote. Pero los medallones, figuras portantes y revocos de la fachada del edificio, de 1913, dan la bienvenida a todo un buscador de proporciones, a un ejerciente del rigor.

"Son arquitecturas muchas veces monstruosas", dirá el único premio Pritzker español, "uno es capaz de vivir lo que ocurre en un lugar como Chicote ignorando esos pobres diablos y cariátides..." El riquísimo verbo de Moneo es duro con "el purgatorio" de este primer tramo de la Gran Vía, el que sube desde Alcalá hasta la Red de San Luis: edificios marcados por el exceso y la decoración. "Se entiende", dice en este caso, "que los arquitectos de los años 30 sufriesen con esto, porque este horror vacui muestra qué poco tenían que decir".

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Moneo ha accedido a prestar a EL PAÍS su visión de sempiterno enseñante -a sus 72 años, ha sido profesor en Madrid, Barcelona y Harvard- sobre este paisaje. En realidad el paseo comienza en el Círculo de Bellas Artes, cuando, ante un café con leche, despliega dos planos del siglo XIX sobre los que ha dibujado el trayecto de la arteria encima de los 300 edificios que desaparecieron para unir Argüelles y Salamanca. Siguió así el ejemplo de otras capitales europeas: "La Gran Vía abandona lo más sustantivo de Madrid, esa modestia a la que acompaña una racionalidad en el uso de la topografía y de los metros".

La capital ha crecido siguiendo caminos naturales, hasta el punto de que La Castellana, recuerda, es un valle que lleva al Manzanares. Y en ese momento cabe rememorar cómo este hombre tímido, que a veces cierra los ojos al solucionar un titubeo, ha sido crucial para cambiar la piel de esa otra vía principal: ha hecho crecer -y engrandecerse- la estación de Atocha y el museo del Prado, ha transformado el palacio de Vistahermosa en la sede del Thyssen, y antes que todo eso, nos regaló el edificio de Bankinter. Ciertas miradas se posan sobre él, pero quizás sea por las dimensiones de los planos, más que porque reconozcan en su físico poco contundente a un arquitecto imprescindible, por sus reflexiones y sus obras.

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De vuelta al asfalto, la luz ciega lo que los urbanistas ortodoxos consideran una "calle de fachadas, esta calle telón que proyecta tremendas sombras sobre aquellas calles del Madrid bueno donde vivían Villanueva y Goya", según recordará él. Y seguramente comparte esta opinión. Regresa Moneo al lugar que visitaba a diario a mediados de los 50, para acudir a la academia que le preparaba para entrar en la escuela. "Siempre me interesó más la vida de la Gran Vía que sus edificios", reconoce. Junto a él, ascienden, en "el tramo más duro para un arquitecto", coches y viandantes por la curva que retrató Antonio López, quien vio "esa voluntad de expresión diversa en esta calle y al tiempo, cierta coherencia".

Entre el estallido decorativo de edificios mil veces retratados, como Metrópoli, Grassy o el Casino Militar, sus ojos avistan los medallones vacíos del primero -"esa vaciedad es la falta de necesidad del mismo. Un medallón quiere conmemorar o recordar algo"- o señalan en el segundo figuras medievalizantes, o balcones de simple destino visual.

La Red de San Luis. allá arriba, le contenta. Se contempla el periodo de entreguerras, su territorio favorito. El espacio se esponja y permite vencer la nuca para contemplar el primer rascacielos de Europa, el edificio de Telefónica. "La Gran Vía ha pasado por ese ascesis que le ha llevado desde su condición de exceso y exuberancia a poder librarse ya de los demonios de la decoración. Viene una arquitectura que trata de ser más ligada a los sistemas de proporciones que reflejen las nuevas técnicas".

Pero, otra vez, vuelve hacia la silueta imponente del Capitol, un edificio que diseñó muy joven, su suegro, Luis Martínez-Feduchi, el más brillante, optimista, cegador: "Si uno tuviese que dibujar la Gran Vía, dibujarla, no pintarla, donde el dibujo, el perfil es lo que cuenta, al final se apoyaría como referencia iconográfica en el Capitol y no en ningún otro".

Antes de llegar a él, prefiere abandonar la calle en busca de una casa de ladrillo de principios del siglo XX en Tres Cruces para hablar de la arquitectura armoniosa en la estela de Villanueva y contemplar desde allí una visión cuanto menos singular de la esquina de la casa Matesanz (Gran Vía, 27), de Antonio de Palacios, y el edificio de Prisa (Gran Vía, 32), los antiguos almacenes Madrid-París, y fijarse en el remate metálico de los balcones.

Y, por fin, el Capitol, el protagonista sin duda del paseo: condición de "guía, faro y referencia", versión madrileña del expresionismo alemán, coloso que refleja el inicio de la República. Moneo admira el uso de la piedra natural, los granitos y areniscas y el juego de unos y otros. Pero lamenta la restauración "destructora y dañina" -en los brillos de las ventanas, por ejemplo, en el aluminio bajo la marquesina- que el edificio sin embargo aguanta, y sueña con el día en que la sociedad se permita devolverle a la condición primera. Su queja llega hasta el icónico anuncio de Schweppes, que lo corona: "Es un abuso, entra en conflicto con lo que es la forma del edificio".

La plaza de Callao recién peatonalizada, sin bancos, granito puro, también le resulta antipática. "Son pavimentos demasiado duros", argumenta el arquitecto, girándose, "no todo es crear superficies continuas. Es demasiado, hay otras respuestas".

Y vuelta a bajar, camino a la herida de San Bernardo, donde admira, de nuevo, una esquina de ese Madrid "bueno" heredero de Villanueva. Se vislumbra el perfil del Coliseum (Gran Via, 78), tan distinto: "Es curioso cuánto se ignoran entre sí, no hacen nada por establecer buenas relaciones con los vecinos. Eso le salva".

"Cambios inteligentes"

Acaba ya la calle, bulliciosa pero ralentizada al mediodía del sábado, donde se depositaron las ganas de tantos.

-Ha sido una calle que ha cumplido, no se puede decir que haya sido una calle abandonada. Que tenía sentido lo prueba su uso. La vemos con más condescendencia, asumimos su arquitectura, Vemos cuánto a la arquitectura cabe el papel de recoger las apetencias y los deseos de una época y de hacerlo incluso con la sensación de no coincidir con la gravedad de los tiempos que se está viviendo. Paseando he sentido la capacidad de la arquitectura de producirse con cierta independencia de los tiempos en los que se construye y, sin embargo, dando un testimonio más sintético, más directo, más susceptible de ser entendido.

Una pregunta final. ¿Qué haría con la Gran Vía?

"Cambios no radicales e inteligentes. Una intervención trascendente sin que se manifestase. No creo que tenga sentido quitar por completo el tráfico. Estas cosas se transforman desde los usos, los usos son más transformadores que la propia arquitectura. Hay que tomar confianza en que es la vida la que cambia las cosas".

Y su taxi asciende de nuevo la Gran Vía.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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