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EL PARAÍSO | Escrituras

El punto final a las autoridades

Hace muchos, muchos años construimos 11 casas inauditas con cestos de rudimentarios globos aerostáticos y les pusimos techos que nos recordaban vagamente al norte de Europa de nuestros ancestros y copiamos los sistemas de riegos árabes para hacer una rueda inmensa y aseguramos los ejes, revisamos las estructuras y colocamos aquella atracción increíble entre casas que parecían de juguete y el primer fotomatón del Paraíso: un edificio de madera blanca con torre de vigía desde el que mirar las 11 casas del cielo y un cartel: 10 centavos. Y entonces bajábamos del cielo, entrábamos a la casita de madera blanca, pagábamos 10 centavos y nos sentábamos sin mover un ápice nuestra expresión de felicidad para tomarnos una foto. Para recordar siempre quiénes somos capaces de ser. Y luego una aparatosa máquina que dejaba ir un poquito de humo y que activaba un flash como si fuera una bomba de juguete, nos intimidaba un poco pero no podía con nosotros.

Porque nosotros, antes, éramos muchos. Y estábamos listos para delimitar el cielo.

Y no logró asustarnos, ni siquiera, cuando el 30 de abril de 1896 el corrupto McKane salió de la penitenciaría tras cumplir su pena y se acercó a Coney Island para ver la tierra a la que nunca había respetado. Quería saber si todavía lo temían, si rezaban para que nunca volviera, si teníamos miedo. Pero cuando llegó nadie volteó a verlo, porque cuando llegó dijo: "Voy a reconstruir los edificios que se quemaron en los últimos incendios". Pero nadie estaba escuchando. Porque Coney Island ya era Brooklyn y Brooklyn se acababa de anexionar a la ciudad de Nueva York. Y las amenazas arribaban desde aquel lado. La ciudad trataba de recuperar las tierras que el corrupto McKane antes de caer preso había vendido para construir el Paraíso. Por eso ya nadie temía a McKane y por eso todos dijimos: "Está bien: reconstruye lo quemado, pero ya no te metas en nuestros asuntos. Porque nosotros, ahora, vamos a negociar con la ciudad de Nueva York para quedarnos con las tierras que hemos comprado".

Éste es, ahora, nuestro cielo.

Y así comenzó el litigio que lleva más de 130 años en pie de guerra: hacha de indio, bandera roja de terror, constancia. Porque desde que Nueva York se anexionó Brooklyn y se tragó en el empacho Coney Island, ha querido convertirlo en otra cosa.

Siempre otra cosa.

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Y a eso nos estábamos acostumbrando cuando el corrupto McKane acabó de rehabilitar los edificios que se habían quemado e inmediatamente cayó enfermo y murió. E hicimos un entierro rápido y con poquísima nostalgia y luego levantamos de nuevo nuestras cabezas para enfrentarnos a las ambiciosas autoridades de Nueva York. Y les explicamos: ésta es una tierra que ganamos con la paz, en la que establecimos libertad religiosa y en la que una vez, no hace mucho tiempo, hubo una granja que flotaba en medio de la nada. Aquí han muerto bañistas y se han ensuciado las playas, sí, pero también hemos construido refugios para amantes, hemos atado la tierra a Brooklyn con puentes inmensos como si fuéramos un globo aerostático y hemos levantado elefantes de madera con precios para cada una de las habitaciones. Aquí está la primera noria hecha con casitas de madera, el primer fotomatón, la primera vaca metálica del mundo que por 10 centavos te da un vaso de leche, el primer circo para que desaparezcan las burlas y bailemos todos.

Éste es nuestro mundo único y queremos dejarlo en herencia a los hombres y mujeres que vendrán y serán como nosotros.

A los hombres y mujeres que sucumbirán a este imán irresistible que es Coney Island.

A los hombres y mujeres que se atrevan a seguir construyendo, cuando ya todos nosotros hayamos muerto, el Paraíso.

Ésta es una tierra libre y está hecha por muchas personas distintas.

De aquí no nos movemos.

Y las autoridades de Nueva York tuvieron que aprender a resistir el embate combatiente de Coney Island, que nunca más volvería a debilitarse y contra el que se pelearían como si pelearan con una pared durante el resto de su vida de instituciones ambiciosas que prefieren convertir las sonrisas en dinero.

Eso quisieron hacer con el Paraíso: expropiarlo, convertirlo en casas de lujo, tiendas carísimas, paseos que nos recordaran que todos quisimos, alguna vez, volver a ser europeos.

Pero resistimos. Y seguiremos resistiendo.

Por eso no nos impresionó la muerte del corrupto McKane y por eso supimos encajar, uno detrás de otro, todos los golpes de martillo que la ciudad de Nueva York ha dado sobre una mesa para decir que basta, que quieren la tierra de vuelta, que ésta es su costa sagrada.

Porque sabemos que no es cierto. El Paraíso está hecho por gente como nosotros y no tiene dueño.

De manera que a partir de entonces Coney Island no fue sólo una tierra con un pasado glorioso en la que crecían atracciones como si fueran setas. No fue sólo el único lugar del mundo en el que subir al cielo y gritar y agarrarse las manos los unos a los otros cuando nos estábamos divirtiendo. No. Sino que fue también un derecho. Una manera de decir: éste es nuestro mundo y esto lo que hemos hecho con él, ésta es una de las pocas comunidades de América creadas por una mujer, éste es un refugio para las libertades, éste es un terreno ganado sin una sola bala, ésta es una tierra amable donde cabemos todos, el último reducto que no quiere ser otra cosa. No casas para residentes ricos. No paseos junto al mar que nos recuerden a la Europa en la que nunca crecimos. No tiendas carísimas. No escondite para autoridades corruptas.

Ésta es a partir de hoy nuestra lucha: una tierra libre en la que cualquier cosa será posible. Hoteles elefantes. Casitas de madera en el cielo. Vacas metálicas. Y fotomatones imposibles.

Pero por encima de cualquier otra cosa. Más que nada. Ésta será la única tierra del Estado que ha sabido resistirse a Nueva York y a sus imperialistas ambiciones.

El Paraíso es nuestro, parece que estemos gritando, y no está en venta.

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