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Un maestro de la tragicomedia
Columna
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Humor vitriólico

Resulta obvio manifestar que se marcha uno de los actores más grandes de la historia de nuestro país. Su excepcional talento le permitía interpretar los más variados personajes con calidad asombrosa. Pero no puedo evitar en este momento, desde una perspectiva subjetiva, sentir, por encima de cualquier otra cosa, la pérdida de un amigo entrañable con quien tuve la suerte de compartir muchas horas. Un hombre especial, reservado y muy suyo en algunas facetas, pero lleno de sabiduría y capaz de ofrecer, una vez que establecía un vínculo de confianza, grandes dosis del más entrañable de los afectos. Dotado, además, de un vitriólico sentido del humor.

Todavía recuerdo una tarde de hace años en la cafetería del Ateneo de Madrid, en la que compartíamos un café con el también inolvidable Agustín González, pues ambos me habían concedido el honor de presentar un libro de poemas que yo acababa de publicar. Estábamos esperando el inicio del acto, cuando se aproximó a nosotros una mujer dominada por la emoción que, en medio de una catarata de elogios, pidió a José Luis su autógrafo. Segundos antes de que José Luis comenzase a escribir, la apasionada admiradora proclamó: "¡Qué felicidad cuando le diga esta noche a mi marido que me ha dado un autógrafo Adolfo Marsillach!".

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Agustín y yo intercambiamos una expresiva mirada, mientras José Luis, impertérrito, comenzó a escribir. Comprobamos con asombro que le firmaba el autógrafo como Adolfo Marsillach. Cuando la mujer se marchó, Agustín se dirigió a José Luis: "¡Coño, José Luis, que le has puesto Adolfo Marsillach!". José Luis le miró sonriente, y respondió con esa forma tan personal de silabear musicalmente las palabras: "¡Y si me di-ce que soy María As-que-ri-no, se lo pongo también!".

Luis Lorente produjo Tres hombres y un destino, última aparición teatral de José Luis López Vázquez.

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