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Columna
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El público es mal guionista

Un amigo guionista me contaba que en la serie donde trabaja suelen hacer cuestionarios con una muestra de público: ponen unos episodios a un grupo de personas de variadas procedencias y luego hacen preguntas acerca de lo que más les ha gustado, lo que menos, qué personajes prefieren, qué historia les ha conmovido más. Mi amigo me cuenta que a la hora de valorar personajes el que más palos se lleva siempre es el malvado de la serie. Mientras los héroes sacan buena nota, los malos de la película suspenden. Eso lleva a los productores de la serie a una extraña conclusión: ese personaje no gusta, hay que quitarlo. Los guionistas, por supuesto, alucinan. Argumentan que el malo cae fatal pero es el personaje que engancha con el público, el que hace que la historia se sostenga, la razón de ser de la serie. Los productores insisten, pues dicen que reciben un montón de cartas de los espectadores quejándose del personaje X porque le hace muchas perrerías al personaje Y. Mi amigo guionista no se lo puede creer: ¿cómo habría sido Falcon Crest sin Angela Channing? ¿alguien vería un Dallas sin J.R.?

¿Cómo habría sido 'Falcon Crest' sin Angela Channing? ¿Alguien vería un 'Dallas' sin J.R.?

En este caso, el espectador y, aún más, el productor confunden el tocino con la velocidad. Una cosa es que un personaje sea detestable y otra que el público quiera que desaparezca de la serie. Los actores que interpretan a malvados en cine o televisión suelen contar que sufren insultos o ataques cuando van por la calle. La gente les grita confundiendo realidad y ficción, en plan "Deja en paz a Silvia, que no te ha hecho nada" o "¡Cómo puedes ser tan mal bicho!".

Esto es aterrador pero a la vez creo que es bonito. Tanta implicación por parte de un espectador es el sueño de cualquier narrador. Por lo tanto, se puede afirmar que el público es muy buen público pero pésimo guionista. Cada edición de Gran Hermano lo demuestra. Como si se tratara de una telenovela interactiva, el devenir de los personajes, su permanencia o expulsión, está en manos del público. El espectador se convierte en guionista de la historia. Y hay que decir que cada año demuestra ser un pésimo guionista. ¿Por qué? Porque a la primera de cambio expulsa a los mejores personajes. Este año ha pasado con una participante vasca que ha batido récords de rechazo en su salida de la casa.

Todo escritor sabe que la narración de una historia parte de un conflicto. Si no hay conflicto es difícil que la trama avance y haya cosas que contar. Los primeros expulsados de la casa de Gran Hermano son siempre los que montan más pollos, los que buscan el enfrentamiento, los que destacan por activos. En resumen, como se dice en el lenguaje televisivo, "los que dan juego". El público, con sus votos, quita de en medio a los personajes interesantes y se queda con las personalidades más neutras y aburridas. Casi siempre gana el concurso quien no se ha metido en líos, quien ha sido discreto, quien se ha dedicado a cocinar y a fregar y a callar. Conforme pasan las semanas, Gran Hermano se va haciendo más y más aburrido, como un relato de Sherlock Holmes sin Moriarty, como una película de James Bond sin villano. ¿Y quién tiene la culpa? El público, que es tan mal guionista que extirpa el interés y hace derivar la historia por derroteros plácidos, cansinos y tediosos.

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