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Reportaje:

Un laberinto hídrico bajo el asfalto

Los viajes de agua, que recorren 124 kilómetros por el subsuelo de la capital, dieron de beber a los madrileños durante diez siglos

Madrid cuenta con un patrimonio hidráulico e hídrico único en Europa. Enclavado sobre un acuífero regional estimado en 300 millones de metros cúbicos de aguas subterráneas, tiene además 124 kilómetros de viajes de agua, canalizaciones bajo cota de entre cuatro y 40 metros de profundidad hechas por alarifes árabes y remozadas siglos después, que apagaron la sed madrileña desde el siglo IX en que se construyeron hasta la llegada del Canal de Isabel II en 1853. A principios del XX fueron abandonados casi por completo. Aún funciona uno de ellos, que nutre varios estanques de la Fuente del Berro.

Su utilidad ha sido extraordinaria a lo largo de un milenio, habida cuenta de que el río Manzanares discurre por una cota excesivamente baja y su agua no pudo durante siglos bombearse hasta el corazón de la ciudad. Más de 70 metros separan la base del Palacio Real y el lecho del río.

Las primeras canalizaciones fueron obra de alarifes árabes
Aún funciona una construcción que surte a estanques de la Fuente del Berro
Madrid tuvo en el siglo XIX hasta 920 aguadores y 35 grandes fuentes
Las reservas subterráneas podrían ayudar en tiempos de sequía
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Los principales estudiosos del sistema hidráulico madrileño, desde el veterano Bernardo López Camacho hasta la joven arquitecto Mónica Morales, han señalado que esta red de viajes de agua fue constantemente reutilizada. Nuevas tecnologías constructivas fueron incorporadas a sus trayectos, ya señalados por los árabes, desde la Alta Edad Media hasta comienzos del siglo XIX. Algunos de sus vestigios afloran en ocasiones, sobre todo cuando se acometen obras que se trazan sin tener en cuenta el legado arqueológico que atesora el subsuelo de la ciudad. En el caso del proyectado estacionamiento 3 de la calle de Serrano, zona de interés arqueológico según el Plan General de Ordenación Urbana, se hallaron en abril y julio una cerca fiscal de Felipe IV, del siglo XVII, y una potente canalización que la cruzaba a 3,50 metros de profundidad. Tenía 2,80 metros de altura interna y fue hecha en ladrillo. Los arqueólogos dicen que puede datar de la época de Carlos III. Va a ser desmontada en fechas próximas y una parte, conservada y musealizada.

Según el historiador Francisco Marín Perellón, el viaje de agua más antiguo de Madrid era el del Alto Abroñigal. Uno de sus ramales suministraba presumiblemente cauce al canal descubierto bajo Serrano. "Su cuenca de alimentación estaba en la dorsal que, en parte, ocupa la porción meridional de la Ciudad Lineal", según la Historia del abastecimiento y usos de agua en la Villa de Madrid, libro editado en 1998 por la Confederación Hidrográfica del Tajo bajo la coordinación de los especialistas José María Macías y Cristina Segura, catedrática de Historia Medieval en la Facultad de Historia de la Universidad Complutense.

Los viajes de agua madrileños tienen su más remoto origen en los qanat persas. Se basan en la declinación natural de los cursos hídricos a través del terreno. El subsuelo de Madrid se caracteriza por tener unos grandes lentejones de agua de donde se captaba en laderas de lomas, a unos 800 metros de elevación, en las zonas más altas del perímetro urbano, como Fuencarral, Hortaleza, Ciudad Lineal y su contorno, mediante la perforación de minas o desde sus manantiales; se encauzaban luego por un recorrido subterráneo abovedado con galerías de ladrillo, en caceras que guiaban el agua hasta una fuente o salida al exterior, situadas ya a una cota de entre 650 y 550 metros de altitud en el centro y sur de la ciudad. La bóveda aseguraba la pureza del agua y facilitaba asimismo su cuidado a los fontaneros, ya que su altura, de hasta 1,80 metros, permitía el paso de una persona. Ramales laterales daban acceso a aguas afluentes. En su curso, el agua atraviesa cambijas o recodos, ideados para impedir la erosión del cauce, generalmente de barro o piedra. Su trayecto se ve jalonado por pozos culminados con capirotes exteriormente visibles que airean el recorrido, que conduce a distintas arcas, provistas de llaves en poder de los Fontaneros Mayores. Concretamente, del viaje de agua del Abroñigal, el Museo Municipal de Historia, en Fuencarral 78, conserva las llaves de sus arcas, desde donde se distribuía hasta acceder a fuentes públicas o monumentales, fontines, parques, industrias artesanales y jardines. Madrid llegó a contar en el siglo XIX con 920 aguadores, que se aprovisionaban en 35 fuentes y vendían el agua a la población adinerada. Tras su cierre, una gran sequía provocó en 1920 la alarma: se abrieron varios viajes y surgió una fiebre tifoidea que causó gran mortandad por el abandono y desatención de las aguas.

Empero, todo un tesoro que duerme a los pies de Madrid como posible dote, convenientemente saneada, ante cualquier devastadora sequía en tiempos de inseguridad climática. El patrimonio hidráulico madrileño incluye asimismo el reciente descubrimiento de un sistema de riego del siglo XVI en la Casa de Campo y vestigios de un muelle yesero a la altura de Legazpi sobre el Manzanares, protagonista de varios intentos por hacerlo navegable.

Las llaves del arca del Alto Abroñigal,  en el Museo Municipal de Historia.
Las llaves del arca del Alto Abroñigal, en el Museo Municipal de Historia.C. H. T.

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