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La nueva financiación autonómica
Columna
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Política, financiación y espectáculo

Josep Ramoneda

La sobreactuación, la exageración e incluso la demagogia forman parte del espectáculo de la política. Una noticia se convierte en acontecimiento en función de la parafernalia que se monta en su entorno. El acuerdo de financiación llega con un año de inexplicable retraso. Requería, por tanto, rodearlo de solemnidad, aunque sólo fuera para expresar que el desgaste sufrido merecía la pena. Como siempre acudieron a la cita las frases de ritual: un acto de justicia, un acontecimiento histórico. El tripartito respiraba porque había salvado en el último momento un gran marrón, sin pagar el precio de la ruptura interna. Se notaba el alivio. En el otro lado, CiU también se dejaba llevar por el exceso de mayúsculas, con un abigarrado argumento de traición al Estatuto, y no podía ocultar la decepción por un doble error de cálculo: que el resultado de la negociación sería peor y que Esquerra Republicana rompería el tripartito.

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Pero, más allá de los rituales, está la realidad de las cosas. A juzgar por lo que hemos oído hasta ahora, el Gobierno catalán ha conseguido una financiación que entra dentro del margen interpretativo de un Estatuto que hizo de la ambigüedad estilo, que coloca por primera vez a Cataluña por encima de la media de ingresos, aunque sin alcanzar la ordinalidad, y con unas cifras que se sitúan en la banda alta de las previsiones. La financiación mejora significativamente respecto de la situación actual. Todo ello, eso sí, con la cautela propia de la desconfianza generada por el modo de hacer de Zapatero. Si el resultado que se ha alcanzado ahora se hubiera conseguido hace un año, probablemente todo el mundo lo daría por bueno. Las dilaciones y desdenes han generado mucho desgaste. Y la reticencia de la ministra Salgado a hacer públicas las cifras deja inevitablemente un halo de duda sobre el acuerdo.

El pacto ha producido ya algunos efectos políticos. En primer lugar, la consolidación del tripartito, que ha conseguido mantener la unidad que no fue posible cuando la negociación del Estatuto. Ahora queda claro que el tripartito es la opción estratégica de los tres partidos que lo forman. El presidente Montilla ha pasado la prueba. Y Joan Puigcercós ha demostrado que, poco a poco, Esquerra Republicana va incorporando cultura de gobierno. Al mismo tiempo, Antoni Castells se consolida como una figura de referencia de la política catalana. A él, a su autoridad intelectual y a su compromiso ideológico, confió el presidente Montilla la negociación y la validación del acuerdo. Con el sí de Castells y el sí de Esquerra, las descalificaciones de los guardianes de la patria tendrán más dificultad para hacerse oír.

CiU ha optado por el aislamiento. En cierto modo sorprende en un partido que hizo del posibilismo su razón de ser: cada pequeño avance era una gran conquista cuando Pujol gobernaba. Sus estrategas electorales -que son muy competentes- habrán decidido que las próximas elecciones pasan por la disputa del voto soberanista a Esquerra Republicana. Sorprende, sin embargo, que un partido tan importante viva tan pendiente de un partido sensiblemente menor. CiU se ha dejado llevar por su propio estilo de gobierno: un pacto de financiación a medio plazo va contra la política del regateo cotidiano con Madrid que le dio siempre buenos resultados políticos. Lanzada ya a la estrategia para las autonómicas, el acuerdo le ha pillado por sorpresa. La reacción, más bien favorable al pacto, de la llamada sociedad civil, harta ya de tanta dilación, le obligará a modular su rechazo inicial. El retorno del PP al discurso del ventajismo catalán hará más complicada una alianza parlamentaria dentro de un año.

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El acuerdo está en la lógica del Estado de las autonomías, donde se avanza, paso a paso, a golpe de riñón de Cataluña. Es hora de pedir que se aproveche la financiación para definir una estrategia de rearme interior que singularice a Cataluña en el mapa global (durante, un tiempo, jugar a fondo las cartas propias y vivir menos pendientes de España) y que los partidos nos expliquen, sin subterfugios, su idea de Cataluña y de la relación con España. Entramos en año electoral, sería una buena oportunidad para que todos reescribieran con claridad sus propuestas y sus relatos. De momento, una cosa está clara: dentro de un año los catalanes escogerán entre CiU (con apoyo externo, probablemente del PP) y el tripartito. Ambigüedades fuera.

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