Cumbre de las grandes potencias
La cumbre del G-8, que reúne a los países más industrializados del mundo, se despidió el año pasado en Japón con indiferencia ante la apremiante solicitud de gobiernos africanos y organismos internacionales de más ayuda pública para los países pobres, angustiados por la vertiginosa escalada de los precios de alimentos básicos.
En vísperas de su llegada a África (anoche ya durmió en Accra, la capital de Ghana), Barack Obama recurrió ayer al relato de sus emociones y sus experiencias personales para llamar la atención del mundo sobre el drama perenne de ese continente y sobre las obligaciones de los propios africanos para salir del pozo de olvido y miseria en el que viven.
El encuentro entre dos de las más grandes figuras de este comienzo de siglo, el papa Benedicto XVI y Barack Obama, fue, como tenía que ser, una oportunidad para destacar las múltiples coincidencias entre ambos, especialmente en la voluntad de un mundo más justo y pacífico, dejando a un lado otras diferencias importantes en materia de doctrina y moral.
Barack Obama resumió el sentir general en cinco palabras: "La hospitalidad ha sido extraordinaria". Como diciendo: el anfitrión sabe recibir. Nadie dudaba de la capacidad de Silvio Berlusconi como maestro de ceremonias. En ese sentido, el televisivo primer ministro italiano ha superado con nota la prueba de la cumbre.
La pequeña mezquita de Baitulla, situada en una callejuela miserable en el barrio uigur de Urumqi, capital de Xinjiang, tiene la cancela cerrada. Varias docenas de hombres, algunos de ellos con barba y el gorro bordado típico de esta minoría musulmana del oeste de China, permanecen de pie junto a sus muros rojos.
Por tercera noche consecutiva, la ciudad de Firminy, en la periferia de Saint Etienne (en el centro-este de Francia) se va visto sacudida por disturbios y enfrentamientos entre la policía y grupos de jóvenes. El detonante de la revuelta es la muerte, ocurrida el miércoles, en la comisaría, del joven de origen magrebí Mohamed Benmouna, que había sido detenido.
Si algo ha dejado claro el intento de acercar posiciones entre el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, y su sucesor de facto, Roberto Micheletti, es que el camino hasta la solución del conflicto institucional desencadenado por el golpe de Estado será largo.