El cómico y el profesor
¡Qué suerte la de Roberto Benigni, recibido anteanoche con aplausos, como si fuera un director de orquesta o una estrella del pop! Entró en escena feliz, pegando saltos, dispuesto a burlarse un rato de Berlusconi, que tanto se lo merece. "Prometí no volver a hablar de él... en Italia", ironizó, después de encadenar una docena larga de chistes a su costa. En la primera parte de Tutto Dante, su one-man-show, Benigni exhibe su dominio de la improvisación, del vis a vis con el público, de la sátira.
Es un cómico con pegada y punto de vista, comprometido con lo que dice. Está muy por encima de los monologuistas.com. A veces, tiene el azufre de Pepe Rubianes y el brillo de Fo. En la primera parte, se gustó demasiado: la llevó al trote, casi al galope, para regocijo de la colonia italiana en Madrid y para extravío de parte del público español, que se perdía en los meandros del idioma.
TUTTO DANTE
De Roberto Benigni. A partir de un fragmento de La divina comedia, de Dante. Intérprete: Roberto Benigni. Madrid. Jardines de Sabatini. Del 30 de junio al 2 de julio.
A partir de ese momento, el espectáculo dio un giro, porque Tutto Dante es, sobre todo, un comentario de texto extenso y apasionado sobre el V canto del Infierno, de La divina comedia. De súbito, el cómico chispeante se transfigura en un conocedor de esta obra y de su contexto religioso, político y artístico, en alguien que intenta contagiarnos su devoción por la poesía, vertiendo opiniones arrebatadas. Sus referencias constantes al Nuevo Testamento me hacen pensar en Misterio Buffo y en San Francisco, juglar de Dios, de Dario Fo, modelos ambos de monólogos bien trabados y comprometidos. En éstos, de la historia se pasaba a la política actual sin solución de continuidad. En Tutto Dante, en cambio, hay una ruptura entre las actualidades del principio y las amenidades de la segunda parte, mucho más extensa, que Benigni cierra con un comentario afortunado: "Basta. Esto es como encender una antorcha para mostrarles el sol". Entonces, cogiendo las palabras, sopesándolas y dejándolas resbalar entre sus dedos, nos recita ese fragmento breve de La divina comedia, que es la coda de un espectáculo inferior a su intérprete.