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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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"Alégrame el día, Madoff"

La izquierda en el poder no se anima a acabar con quienes han sido los auténticos responsables de la actual crisis. Banqueros avarientos y políticos truhanes aguardan su resurrección

José María Izquierdo

El buen tiempo le ha traído a José K. una provisional y transitoria, aunque envidiable, paz interna, antes franciscana, hoy zen: a su edad se aprecian más los rayos de sol en la ventana, el alargamiento de los días, el calorcito de las mañanas y la suave brisa en las noches.

Así que poco se alteró cuando comprobó como aquel brote verde, tan rollizo y lozano, en el que la vicepresidenta segunda había advertido un aspecto de lo más saludable, pronto se le convirtió a nuestra estricta gobernanta en un feo matojo. Apenas si habían pasado quince días cuando el anuncio oficial de aquella gozosa manifestación de la primavera se transformó en un fuliginoso cuitlacoche: negro, azabache, zaino.

¿De verdad que en una crisis como ésta no se puede subir los impuestos a quienes más tienen?
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José K. cree que la izquierda flojea de remos ideológicos y no logra rematar la faena
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Ya se veía la luz al final del túnel, anunció vibrante de palabra la vicepresidenta, pero por si acaso el destino remoloneaba, empeoramos todas las previsiones y subimos los impuestos de la gasolina y el tabaco, vino a desdecirse después con hechos. Joder con las esperanzas, cuidado con las mejoras, apártense de las ilusiones.

Tras un lento paseo matutino -¿qué prisas le mete nadie a quien ya de nada sirve?- y su acostumbrada toma de posesión del mármol cafetero, José K. degusta su periódico de siempre pero no logra soslayar el sofocón habitual ante el acontecer diario, atemperado, sí, por el solecito. Se indigna en Internacional -Irán, Berlusconi-, se sulfura en España -Bárcenas, Camps-, se enfurece en Economía -todo-, cabecea en Opinión -éste sí, éste no, pero siempre, siempre, se quita la parpusa ante los dibujantes-, se impacienta en Sociedad -gripes, curas-, se sorprende en Cultura -¿son modernos, son tontos?- y estos días se encoleriza en Deportes.

(No puede observar José K. cómo en un balcón de un edificio a sus espaldas se divisa la figura de Florentino Pérez. Está consultando con sus asesores, que respetuosamente permanecen un paso atrás. ¿Queda alguien por fichar?, pregunta. ¿Un medio nigeriano, un central ucraniano, un rematador paraguayo? ¿Cien, doscientos millones?)

No ha gustado a nuestro amigo, por ejemplo, que el Gobierno subiera los impuestos indirectos, que a todos afectan, y gaste tantos melindres para imponer más castigo fiscal a los que más ingresan.

Véase como ilustración de lo sobredicho el monumental ridículo en el Congreso con los acuerdos de seis horas. Primero sí, que suban los impuestos, para después no, cómo vamos a gravar a los ricos, dios mío, lo mismo alguien piensa que somos de izquierdas. Y tampoco se le ocurra a nadie, por favor, rebañar un adarme a los beneficios fiscales que disfrutan las grandes estrellas del balompié, como Cristiano Ronaldo, pobre criatura, que tiene una sangría en afeites y ferraris. Se recrea de vez en cuando José K. (que es un antiguo y de Chamberí), con don Carlos Arniches, y la cara de tragarse un sable que se le quedó al siempre circunspecto José Antonio Alonso, tras aquella pedagógica jornada, le recuerda al pobre pero honrado Venancio de El Santo de la Isidra: "Yo, esta mañana era un párvulo, pero dende mi casa aquí he dao el gran estirón". A Venancio le reconocemos, pero no sabemos quién representaba a Epifanio, ni quién a El Rosca, El Pollo Botines o el Requiés.

Si José K. tuviera acceso a los gobernantes, les advertiría de que tanta generosidad para con los mismos de siempre, le provocan agoreros barruntos que le tienen inquieto, le suben la tensión y le dificultan el sueño.

Cree nuestro hombre que esta delicuescente izquierda flojea de remos ideológicos y no logra rematar la faena como se debe. Más gustosa de la ocurrencia y su correlato, la política de imagen y propaganda, que del afianzamiento de las ideas, estos jóvenes leones dejan marcharse cruda a la bicha.

Así que nuestro hombre, aterrorizado, ve cómo ante la debilidad del contrario, aquellos políticos falaces y financieros artimañosos que tanto mal trajeron, comienzan de nuevo a pavonearse en la plaza pública. Impúdicos, pasean sus desnudas vergüenzas y hasta se atreven a decirnos qué hacer. Ellos, precisamente ellos, que nos sepultaron en la crisis, en el desastre, en la hecatombe.

¿Han visto -y oído, si tienen ánimos- a Aznar? ¿Alguien quiere volver a encumbrar a Blair? ¿Dick Cheney se atreve a salir a la luz pública? ¿Los organismos internacionales económicos o las agencias de valoración, tipo Moody's, tienen la desfachatez de abrir la boca cuando el mundo se derrumbó ante sus mismísimas corbatas y en no pocas ocasiones por sus estúpidos consejos? ¿El Gran Banquero Patrio lanza advertencias de que el Gobierno mejor se quede quieto y les deje a ellos, precisamente a ellos, dirigir las cosas de los dineros? ¿Rajoy o Montoro nos quieren hacer creer que la economía fetén es la que ellos aplaudieron hasta con las orejas y que sus conocidas fórmulas de dejar hacer al mercado del ladrillo o al financiero son las ansiadas pócimas salvadoras? ¿Los empresarios confederados insisten en la desregulación laboral como bebedizo sanador en un país que a poco que ellos, precisamente ellos, colaboren, llegará a los cinco millones de parados?

José K. ya ha olvidado la primigenia paz interna y la vena se le hincha, el cárdeno le tinta el rostro, se eleva a sí mismo el tono de su íntima soflama: no entiende por qué a la izquierda le cuesta tanto arrancar con sus propias políticas, y tarda, tarda muchísimo, tarda horrores, tarda años, tarda décadas, en hacer lo que tienen que hacer.

No es nuestro hombre experto en economía -ni en nada, si a eso vamos- ni pretende ofrecer grandes fórmulas. Pero sí se anima con alguna simpleza, como recordar a nuestros gobernantes que a las lagartijas no basta con cortarles el rabo: siguen tan telendas y gallardas pasean, más cortitas durante un corto tiempo, por jardines floridos y campos yermos. Como la muda de serpiente, que es sólo eso, camisa externa pero salvaguarda del mondongo.

José K. da varios ejemplos muy, muy sencillos, alguno de ellos apuntado con anterioridad. ¿De verdad que en una crisis como la que actualmente padecemos no se puede subir los impuestos a quienes más tienen? ¿Si el principio distributivo de los impuestos ya no lo niega ni el más liberal de los liberales, por qué la izquierda no se anima a lo obvio? ¿Quizá perderá votos? ¿Es eso? ¿Y no será peor perderlos, como se ha visto en todo el continente en las últimas elecciones europeas, por actuar como un timorato imitador de la derecha?

A lo que se ve, las buenas gentes que depositan su voto prefieren a los ciclópeos tiburones y sólo se sirven de los modestos cazones para comer pescaíto en el chiringuito playero. Frena la agitación José K. y cierra los ojos para un terapéutico sosiego.

(Por eso no ve a Florentino Pérez asomar desde una ventana del mismo edificio de antes. Otea el horizonte, de norte a sur, de este a oeste, y si se presta mucha, mucha atención, se le oye musitar un ¿allí cabrá otra torre?)

José K. admira mucho a su coetáneo Clint Eastwood. Habría sido feliz con la Magnum de Harry. Nuestro amigo se habría encarado con el poca lacha Bernard Madoff, el epítome que reúne sus peores sentimientos, y con dura mirada y deje de perdonavidas le habría espetado: "Anda, alégrame el día". Harry no disparó y tampoco José K. lo haría, claro.

Pero si él hubiera podido utilizar como arma el BOE, aunque sea digital, seguro que habría visto palidecer a muchos hampones. Cree nuestro vetusto amigo que para eso están los gobernantes que quieren cambiar el mundo. Para acabar con los rufianes y los golfos, abanicarles con decretos y decirles: "Anda, Bernie, alégrame el día". Entonces, una vez vencido el malhechor, actuar en consecuencia. Para que en muchos, muchos años, no puedan crear hipotecas basura y otras armas de destrucción masiva los unos y mirar para otro lado, o jaleárselo, los demás.

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