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Reportaje:

Las metáforas mexicanas de Graciela Iturbide

La fotógrafa expone 180 obras en su primera retrospectiva en España

En la historia de la fotografía mexicana, Manuel Álvarez Bravo es Dios y Graciela Iturbide el Espíritu Santo. El imaginario de su abundante obra está lleno de jardines llenos de cactus, de caminantes sin rumbo, de retratos de mujeres de una pieza. Es toda una mezcla de tradiciones ancestrales y lucha por la supervivencia cotidiana. Las denuncias no son violentas. Graciela Iturbide (México, 1946) ha optado toda su vida por las metáforas para despertar el sentido crítico del espectador.

La Fundación Mapfre (www.fundacionmapfre.org) abre hoy al público la primera gran antológica que se le dedica en España a esta artista mexicana, considerada una de las más grandes en la historia de la fotografía.

Ataviada con un elegante vestido blanco roto y chal del mismo color, Graciela Iturbide mostraba ayer su sorpresa al contemplar que sus fotografías, expuestas por temas y de manera ordenada, guardaban un punto común, que forman parte de un mismo mundo repleto de mitologías, casualidades y vida corriente. "Empecé en la fotografía de manera casual", contó ayer en Madrid. "Me había casado muy jovencita, tuve tres hijos seguiditos y al poco me separé".

Quiso ser escritora primero y cineasta después. Entró en la Escuela de Cine de México DF y filmó dos películas antes de sucumbir ante el gran mito de la fotografía latinoamericana, Manuel Álvarez Bravo. De él aprendió a dar a las cosas el tiempo que necesitan. "No hay prisa. No hay prisa", era el lema que el maestro tenía en su laboratorio y que Graciela aprendió a aplicar en su trabajo y, sobre todo, en su vida. "En un momento en el que estaba mal visto, cámara en mano me adentré por todo México. Conocí y retraté sus bellezas arqueológicas, sus fiestas de la muerte, la determinación de las mujeres del desierto de Sonora y esos jardines botánicos cuya belleza es tan impresionante como su fragilidad".

Graciela Iturbide sigue en plena actividad, retratando todo lo que sigue llamando su atención. Eso sí, siempre con cámara analógica y revelado y edición al gusto de la autora. No entiende este trabajo de otra manera.

"La cámara fue siempre para mí un pretexto para conocer el mundo y las culturas. Me gusta encontrarme con cosas que me llenan de adrenalina y cuando llego al laboratorio vuelvo a experimentar la sorpresa de lo fotografiado", cuenta la autora. "En ocasiones, como Mujer ángel [una de sus obras más famosas, en la que una mujer atraviesa el desierto arrastrando un transistor], nunca fui consciente de haber hecho ese trabajo. Lo vi en el laboratorio".

La exposición madrileña es un paseo por sus trabajos más conocidos y también por su obra más reciente. El regalo sorpresa de la exposición está en el espacio dedicado a los retratos de lo que fue el cuarto de baño de Frida Khalo, cerrado desde su muerte, en 1954: los corsés y los zapatos ortopédicos, los lotes de medicamentos, las barras auxiliares... Reconstruye magistralmente la amenazante atmósfera en la que vivió la pintora; la misma amenaza que pende sobre el mundo de Iturbide.

<i>Khajuraho,</i> India (1998).
Khajuraho, India (1998).
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