_
_
_
_
_
Athletic-Barça, gran final de Copa
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lo que nos une

Lo que necesitamos los vascos son cosas que nos unan, como el Athletic, y no que nos separen, dijo Patxi López el 5 de marzo, dos meses antes de ser proclamado lehendakari y apenas unas horas después de que el equipo bilbaíno asegurase su pase a la final derrotando al Sevilla por 3-0 en San Mamés. Exageraba un poco porque a quienes une el Athletic es sobre todo a los vizcaínos, aunque en la plantilla haya ahora tantos guipuzcoanos y navarros (11) como hijos del Señorío (10). Alaveses hay tres y dos son riojanos. Pero es cierto que de los (pocos) focos de lealtad compartidos que nos quedan el Athletic es el que conserva mayor capacidad de suscitar la unanimidad social. Es un símbolo en torno al cual se establecen treguas tácitas en las querellas políticas, identitarias, vecinales, familiares o generacionales que nos dividen.

Ganar al Barça es tan improbable como en 1958 era ganar al Madrid de Di Stéfano
Más información
Una final de culto
Busquets será titular y Touré jugará de central

Desde Santurce a San Antón, toda Bilbao es rojiblanca: bufandas, camisetas y banderolas colorean miles de balcones y escaparates. Una empresa de venta de cocinas se compromete a devolver la mitad del importe a los que compren una antes de la final si el vencedor resultara ser el Athletic y un almacén de colchones devuelve el importe íntegro si los rojiblancos regresan con la Copa. El mensaje es ambiguo pese a su apariencia eufórica: para que les salgan las cuentas han debido de calcular que el riesgo de que el Athletic gane esta noche al Barça es mínimo.

Pero los aficionados llevan dos meses celebrando la gesta por adelantado con la ambigüedad de si lo que se festeja es ganar o disputar la final. Se ve que necesitábamos algo con lo que ilusionarnos ahora que la crisis ha llegado con fuerza a Euskadi. Crisis económica y futbolística: hace apenas tres campeonatos, Athletic, Real Sociedad y Alavés (además de Osasuna) estaban en Primera y el Eibar se había quedado a tres puntos de ascender. Ahora la Real y el Alavés están en Segunda y este último, al igual que el Eibar, en posiciones de descenso a Segunda B. El Athletic sigue siendo, con el Madrid y el Barcelona, uno de los tres únicos equipos que nunca han bajado, pero entre 2005 y 2007 estuvo en puestos de descenso en 25 jornadas. La crisis del fútbol vasco, y del Athletic como su estandarte, tiene causas diversas, desde la Ley Bosman a los videojuegos, pero una fundamental es demográfica: la tasa de natalidad del País Vasco es una de las más bajas de la UE: 9,5 por mil habitantes, la mitad que en 1975. Hace tres décadas nacían en Vizcaya 20.000 niños al año; desde mediados de los noventa, unos 8.000. Una política autárquica (sólo jugadores de la cantera) difícilmente puede subsistir en esas condiciones.

La inmigración podría compensar ese déficit, como ocurrió en el pasado, con la diferencia de que ahora la única que llega es extranjera, especialmente africana y latinoamericana. La crisis ha ralentizado el flujo, pero los demógrafos pronostican que, de todos modos, pronto supondrán el 10% de la población vasca (ahora son el 5%). ¿Llegará de ahí la savia que revitalice el fútbol vasco? En los años del pase al profesionalismo, en la tercera década del siglo XX, al Athletic le salvó su apuesta por lo que se denominó "jugadores de alpargata": hijos de obreros de las márgenes del Nervión que buscaban su integración por la vía rápida de jugar en San Mamés. El periodista Diego Torres preguntó hace poco a Lass Diarra, el jugador de origen malí fichado por el Madrid, de dónde le venía su fortaleza para imponerse a las adversidades: "Mi padre es albañil y mi madre limpia casas", dijo (EL PAÍS, 10 de abril de 2009).

El Rey de Copas lleva 25 años sin demostrar que lo es, pero, incluso con ese desierto de por medio, el Athletic ha estado presente en una de cada tres finales desde la de la coronación de Alfonso XIII, en 1902: en 34 (35 con la de hoy frente al Barcelona) de las 105 disputadas, ganando 23, que podrían ser 24 si ocurriese el milagro. Pero es cierto que con un rendimiento decreciente: hasta la Guerra Civil (34 años), los rojiblancos jugaron 17 finales (el 50% de las disputadas), ganando 13; desde el final de la guerra (70 años), otras 17, ganando 10, que podrían ser 11 si hoy...

La última ganada (1984) lo fue también contra el Barça, que contaba con los dos astros internacionales del momento, Schuster y Maradona. Todos los comentaristas auguraron que el entrenador de los bilbaínos, Clemente, plantearía un partido ultradefensivo y así pareció confirmarlo una alineación con seis defensas (Patxi Salinas más los cinco habituales). Pero el día amaneció lluvioso, lo que Piru Gaínza, delegado del equipo, consideró un buen presagio, y el Athletic salió al ataque, desconcertando un tanto a los barcelonistas, a los que entrenaba Menotti. Antes de cumplirse el cuarto de hora, Argote envió desde su banda, pero con la derecha, hecho bastante insólito, un centro en globo que Endika bajó con el pecho antes de batir (con la zurda) a Urruti. Todo ello, fuera del guión, que, sin embargo, se aplicó a rajatabla a partir de entonces: cierre férreo atrás y salidas a la contra. Tras el pitido final, y antes de que los bilbaínos pudieran dar la vuelta de honor, los jugadores se enzarzaron en una pelea de barrio, con patadas de kung-fu incluidas, y dos jugadores, uno de cada equipo, tuvieron que ser retirados en camilla. Se sabe quién inició la bronca y cómo se pasó de las palabras a los hechos, pero ya está olvidado porque la convivencia, como la nación (según Renan), se funda más en los olvidos compartidos que en la memoria.

Que el Athletic gane hoy al Barcelona de Messi y compañía es muy improbable, tanto como lo era hace 51 años que ganase la final al Madrid de Di Stéfano en su propia salsa del Bernabéu. Pero ocurrió porque la tradición rojiblanca es propensa a las gestas imprevistas. La última bilbaínada conocida es que estábamos muy interesados en que el Barcelona goleara al Madrid en su campo para que tuviera más mérito ganarle en Mestalla.

El espíritu mercantil bilbaíno ha llevado a compensar la vigencia de la Ley de rendimientos decrecientes (formulada por David Ricardo) con el principio (del profesor Caparrós) de optimización de recursos. Tanto la directiva como el entrenador dejaron claro desde el comienzo de la temporada que la prioridad era la Copa. Ahora se ve por qué. Es sabido que el campeón de este torneo se gana el derecho a participar en la Copa de la UEFA. Pero, si el ganador es uno de los cuatro primeros de la Liga y participa, por tanto, en la Champions, ese derecho lo hereda el subcampeón; y si no sólo es uno de los cuatro primeros, sino el campeón de Liga, el finalista de la Copa se convierte automáticamente en candidato a disputar con él la Supercopa de España.

Los de San Mamés han rentabilizado a tope la eliminación del Sevilla en las semifinales y hasta podrían sacar la gabarra para celebrar su buen ojo clínico para asegurarse el éxito en la final con independencia del resultado.

Gaínza, con la Copa de 1956, en versión de José Ibarrola.
Gaínza, con la Copa de 1956, en versión de José Ibarrola.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_