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Ambiciosa aventura

Como ya hiciera con el Kursaal de Rafael Moneo y el MUSAC de Mansilla y Tuñón, el premio Mies van der Rohe ha vuelto a reconocer la capacidad de la arquitectura, de un sólo edificio, para desplazar el centro de gravedad de una ciudad. La Ópera de Oslo firmada por el estudio Snøhetta es la primera pieza de una operación que transformará completamente la lectura y el uso de un enclave que quiere reivindicarse a sí mismo como Fijord city. Y es que, como tantas ciudades desarrolladas a espaldas del mar, Oslo depositó en las riberas de su fiordo las instalaciones portuarias cerrando a sus habitantes el contacto con el agua.

Ahora, esos terrenos ganados al mar han legado un perímetro bellísimo de geometría artificial formado por una serie de penínsulas que recibirán diferentes edificios culturales, como la Biblioteca Nacional y el nuevo Museo Munch, pero que también incluyen construcciones residenciales y comerciales con el fin de extender con no poca naturalidad la ciudad verdadera, y no sólo la de las grandes actuaciones, hasta la orilla. Barcelona o Bilbao son nuestros precedentes urbanos de redefinición de estos paisajes litorales, enérgicos y vitales en la historia de cada ciudad, que han sido negados históricamente a pesar de ser un ingrediente fundamental de su constitución.

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Una ópera varada entre los fiordos

En Oslo, esta proyección de futuro se materializará con la implantación del Paseo del Puerto, que permitirá al peatón recorrer sin interrupción todo el perímetro marítimo. La Ópera es la primera gran pieza de esta ambiciosa aventura que hace ya tiempo se ha convertido en un elemento vital y de orgullo compartido por todos los habitantes. El edificio explota su emplazamiento convirtiéndose en resolución topográfica del encuentro de la tierra firme con el fiordo y hace de su cubierta un lugar público que ha adquirido una importancia máxima entre los espacios abiertos de la trama urbana. Su desarrollo horizontal y su construcción a base de pliegues de mármol blanco hacen aflorar su condición geológica como si fuera una cantera que siempre estaba ahí y hubiera sido tallada por los arquitectos. Y su interior es, en cierto modo, una prolongación de la ciudad con el vestíbulo imponente y luminoso y sus restaurantes formando una plaza cubierta bajo el gran solárium en donde una población que adora el sol puede abandonarse a su contemplación.

Snøhetta ha sabido hacerlo todo bien, rodearse de artistas para trabajar una buena serie de acciones singulares, construir unas salas que son un prodigio espacial y acústico, resolver los mil problemas que un programa tan complejo pone sobre la mesa sin que hayan dejado huella en la construcción, y con todo ello, ofrecer a su ciudad un regalo inesperado.

Proyectar y construir la Ópera ha debido resultar una empresa llena de contratiempos, de ésas que sólo los arquitectos más ilusionados son capaces de afrontar convencidos de que el futuro vendrá para olvidar todo dolor. Oslo puede estar hoy más orgullosa de su Ópera y de este premio, pero sobre todo, de haber confiado en la arquitectura para cambiar su historia y, gracias a ello, puede mirar confiada hacia unos tiempos nuevos en los que todo lo aprendido en esta primera gran acción será el mejor bagaje para continuar su extraordinario proyecto.

Juan Herreros es arquitecto y ganador del proyecto para el nuevo Museo Munch de Oslo.

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