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Reportaje:Tragedia en Italia

"Los quirófanos están inservibles"

Las víctimas se quejan de falta de coordinación en las labores de rescate

Andrea Rizzi

La referencia al infierno de Dante es una imagen de la que a menudo se abusa, pero el deambular de almas en pena alrededor de L'Aquila y en los pueblos de la provincia ayer recordaba mucho a la entrada del poeta en el reino del Averno. Sin embargo, faltaba el barquero Caronte; alguien que indicara claramente a todos adónde ir. El empeño de las fuerzas públicas era imponente, pero la magnitud del drama hizo que no se pudieran aliviar con prontitud las dificultades de todos.

El terremoto salió a la superficie muy cerca de la capital. Una ciudad de 70.000 habitantes, cuyas viviendas han quedado casi totalmente inutilizables. A los desplazados de L'Aquila se unían todos los de los pueblos aledaños. Así, más allá del drama de muertos y heridos, se calcula que hay al menos 70.000 desplazados; casi 100.000, según indicaban algunas radios locales.

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"Cuando se produjo la sacudida, con un tremendo estruendo, me abalancé hacia las escaleras y salí a la calle. Empecé a andar buscando refugio. Literalmente llovían piedras, la oscuridad era absoluta y una nube densa de humo y polvo llenaba el aire", relataba Alessandra di Rosa, veinteañera vecina de L'Aquila. Tras abrirse paso entre escombros y polvo llegó a un campo deportivo a las afueras de la ciudad, en donde las autoridades han montado uno de los centros de ayuda y acogida.

Alessandra hablaba sentada en el césped del campo deportivo. A las seis de la tarde, sólo 20 tiendas habían sido montadas y había sitio a cubierto para los más mayores y algunos niños. El aguacero empezaba a descargar. Al lado de Alessandra, su hermana Silvia, licenciada en Medicina, relataba las dificultades del hospital central de la ciudad, adonde se dirigió nada más haberse puesto a salvo. "Prácticamente todos los quirófanos han quedado inservibles". Muchos heridos han tenido que ser trasladados a otras ciudades.

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En el campo, como en toda la zona, las labores de ayuda eran ayer intensas y la presencia de fuerzas de seguridad o sanitarias, era masiva. Sin embargo, aquí como en otras zonas se detectaba cierta descoordinación y lentitud que exasperaban a los afectados. Pocas tiendas para cobijarse, largas colas para comer. En un momento de tensión, se produjo en el campo un tenso altercado entre algunos inmigrantes italianos del sur y otros extranjeros. Federica Ferrauto, mujer en la treintena, y sus familiares no podían contener su indignación. "Estamos aquí tirados desde esta mañana, nadie nos dice nada. Viene el frío. Acabaremos todos durmiendo en los coches. Y L'Aquila está acabada para unos cuentos años", afirmaba.

A dos kilómetros de distancia, varias decenas de personas esperaban ante las puertas del estadio de L'Aquila, en donde pensaban que se montaría otro centro de ayuda. Pero, a las seis de la tarde, no había ningún agente de seguridad.

Fuera de la ciudad, hacia el epicentro, la rabia dejaba paso al estupor y a la desesperación. En la localidad de Onna, afectada de lleno por la sacudida, Gianfranco Pusillacchio y su familia observaban las labores de rescate. Había todavía 40 personas bajo los escombros del pueblo. Veinte cuerpos yacían en el césped, bajo un árbol y sábanas blancas, en una esquina de la localidad, que cuenta con cerca de 300 habitantes.

La mirada fija de Gianfranco Pusillacchio parecía distraída. Su ojo experto percibía algo detrás de la montaña. "Viene tormenta", decía. La noche anterior la temperatura no pasó de los tres grados. "Pero no hables de eso", añadía, "habla de los chavales del pueblo que se han lanzado en el corazón de la noche a salvar a sus familiares y amigos".

Pusillacchio y otros vecinos contaban que las fuerzas de seguridad no llegaron al municipio hasta las nueve de la mañana. "El pueblo está algo escondido, detrás de la vía ferroviaria. Las casas más exteriores son justo las únicas que se han salvado, quizá por eso no se dieron cuenta enseguida...", justificaba Pusillacchio. En Onna no había ni siquiera ánimos para hacer recriminaciones.

Un hombre llora mientras los equipos de rescate sacan a su hijo.
Un hombre llora mientras los equipos de rescate sacan a su hijo.AP

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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