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Reportaje:ESPECIAL GOYAS 2009

Qué duro es el cine

Guillermo Abril

Gabino Diego habla solo. Mueve los labios como recitando algún pasaje de memoria. La mirada perdida ajena al zumbido de maquilladores y atrezistas del estudio del fotógrafo Jaume de Laiguana. El soliloquio en la esquina. Gabino dirá luego verdades como puños. Dirá, por ejemplo, que "está de puta madre" lo de los talentos españoles que triunfan en Hollywood. Pero lo dirá con ironía, torciendo el gesto. "De puta madre", porque el dinero se lo queda Hollywood. Cita también a Almodóvar, dos oscars. Eso sí es admirable porque los ha logrado haciendo su cine. "Con la gente y el idioma que él quería". Y concluye con unas palabras de Fernando Fernán-Gómez sobre los Goyas: "Solía decir que, para un cineasta joven, los premios eran una forma de saber que iba por buen camino".

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Los Premios Goya de la Academia del cine cumplen hoy 23 años. Y mientras Gabino espera que nadie le tome por pesimista cuando pronuncia la palabra "crisis", varios productores cruzan los dedos. Para ellos, los premios son, sobre todo, una segunda oportunidad. Otra vida para sus películas. Un escaparate que permita reestrenar, reconciliarse con el público. Porque se ha visto poco cine español en 2008. Y las salas son crueles. No hay piedad con las butacas vacías.

Toc, toc. Alguien golpea la puerta de un productor español. Se sienta y explica:

-Verá, que el Apocalipsis sucede en Madrid.

-¿Está de broma? El fin del mundo, eso lo sabemos todos, tiene que ver con Nueva York y la Estatua de la Libertad hechos trizas en la última escena.¿En España? No hay dinero para rodar esa locura

Apretón de manos y los nudillos siguen golpeando otras puertas.

El Apocalipsis sucedió en Madrid y se tituló El día de la bestia (1995). Lo vieron 1,4 millones de personas en el cine, muchas para la época (hizo la misma taquilla que Apolo 13, una de las superproducciones estadounidenses del mismo año). Álex de la Iglesia, su creador, de nudillos curtidos, dice hoy que algo empezaba a cambiar entonces: "Estábamos perdiendo el miedo a hacer cine de género. Es uno de los saltos más importantes de nuestro cine en los últimos años". De la Iglesia luce un aura de gurú de la taquilla. No le gusta, explica, "lo del cine comprometido" como axioma. Ni la idea de que el cine español funcione como un género propio. Quiere "desterrar la idea del arte": "Esto es un oficio, yo soy un trabajador. Y aspiro a que mis películas estén en la estantería del salón junto al DVD de Wall-E (2008). Y para eso tenemos que abrirnos a otros mercados. Cantar canciones en inglés, como el grupo de música Dover".

Él lo ha hecho con Los crímenes de Oxford, candidata al Goya a la mejor película. Se rodó en inglés y en Inglaterra, con Elijah Wood y Leonor Watling. Se ha estrenado en diez países. Es el título español más taquillero del año, con 1,4 millones de espectadores. Un triunfo a medias. Ni siquiera se encuentra entre las diez películas más vistas. La epidemia se extiende a los otros tres largometrajes candidatos al Goya a la mejor película: Camino, de Javier Fesser (230.000 espectadores); Sólo quiero caminar, de Agustín Díaz Yanes (215.000), y Los girasoles ciegos, de José Luis Cuerda (cerca de los 800.000, un buen resultado, visto lo visto). La última entrega de Indiana Jones, para hacernos una idea, la vieron más de 3,5 millones en España.

"El mercado español está muy fastidiado. No sólo para nuestro cine. Desde Hollywood nos miran como un mercado tocado", dice Fernando Bovaira, productor de Los girasoles ciegos. Bovaira fue una de las personas que apostaron por el Apocalipsis según De la Iglesia y por un tal Alejandro Amenábar. Con la película Los otros, de este último, tocó el cielo de la taquilla española: más de seis millones de espectadores, 27,2 millones recaudados. Eran otros tiempos. "Ahora tenemos tres problemas graves. Las series de televisión ya nutren de ficción a la sociedad española. Han aparecido nuevas formas de ocio, como los videojuegos. Y está el tema de la piratería. Sé que es un lamento constante, pero, con ella, el ciclo de amortización de una película se ha vuelto irrelevante".

Los datos hablan por sí mismos. Hasta el año 2001 se abrían más salas, se recaudaba más dinero, se hacían más películas y de mayor presupuesto. Nunca se vio tanto cine de producción propia como aquel año, con Torrente 2, de Santiago Segura (5,3 millones de espectadores), y Los otros, de Amenábar, a la cabeza. Las películas españolas congregaron en las salas a 26,2 millones de personas. Nunca se vio tanto cine, sin importar la nacionalidad, como en 2001. Pero llegó el punto de inflexión y todo se empantanó. En 2008, aún sin datos definitivos, es probable que se ronden los 15 millones de espectadores de películas españolas. El cineasta Bigas Lunas comentaba en un receso de la sesión de fotos que su película Yo soy la Juani (2006) la habían visto, pagando, un millón de personas. Cerca de cuatro millones habían intentado descargarla en Internet. Gratis. "Mi pronóstico", decía, "es que en el futuro serán las empresas de telefonía quienes tengan que crear el material audiovisual. Ellas son las que se están llevando el dinero por las descargas. Son los señores feudales del cine".

Bajan los espectadores de pago. Decrece el número de salas. Lo único que ha seguido creciendo, aparte de las líneas ADSL, es la cantidad de películas españolas: 106 en 2001; 173 en 2008. Parece raro, teniendo en cuenta cómo está el negocio. "Se ruedan demasiadas películas inútiles, sin sentido. De esas que no pasaría nada si no existieran", apunta Enrique González Macho, presidente de Alta Films, distribuidora de Los girasoles ciegos.

Una parte del exceso se debe al "efecto perverso" de las ayudas públicas a la amortización de largometrajes, según varias personas del sector. La situación es la siguiente: pongamos que quieres rodar una película. El Ministerio de Cultura, a través del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, te subvenciona hasta un 33% del coste de producción, con un límite: 700.000 euros. Si uno repasa la lista de películas que han recibido la ayuda, observa que la inmensa mayoría se encuentra entre 1,5 y 3 millones de euros. La ecuación es fácil: los 700.000 euros suponen el 33% de una película de algo más de 2,1 millones de euros. Una producción que cueste 2,5 millones recibe 700.000 euros de ayuda a la amortización. Si cuesta 10 millones, recibe la misma cantidad. "Es lógico que quien arriesga el dinero prefiera rodar tres películas de tres millones a una sola de nueve millones", explica Teddy Villalba, productor de Fuera de carta, otra de las películas españolas más taquilleras del año y por la que optan al Premio Goya los actores Fernando Tejero y Javier Cámara.

El sistema de ayudas que mantiene la Ley del Cine aprobada en diciembre de 2007 está fomentando, coinciden varios productores, un cine pobre. "Favorece las películas de un determinado coste", explica Fernando Bovaira. "Y en estos tiempos de salas multicines, pantallas gigantes y sonido envolvente, el público reclama producciones más ambiciosas, más espectáculo". Es lo que promete la próxima película de Amenábar, con Bovaira en el apartado de la producción. Será la más cara de la historia del cine español, con un coste estimado cercano a los 40 millones de euros. Situada en el Egipto del siglo IV, Ágora se estrenará en la segunda mitad de este año. Se ha rodado en inglés, pensando en su proyección internacional.

Fernando Lara, director general del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, cree que, efectivamente, 173 películas son demasiadas. "Es cierto que el mercado español no tiene capacidad para absorber tantos estrenos", afirma. "Pero tiene un efecto positivo: más películas significan más trabajo, una industria viva. Y con más títulos hay mayor probabilidad de que salga una buena película. 2009 promete ser un gran año para los bolsillos del cine español, con los estrenos de Amenábar, Almodóvar (Los abrazos rotos) y Fernando Trueba (El baile de la victoria)".

Enrique Cerezo recibe en un despacho inmenso junto a los titánicos cines Kinépolis de Madrid. Uno espera escuchar de uno de los productores españoles más fértiles el secreto para rodar un título de éxito. Cerezo niega que exista una fórmula, pero apunta dos cosas. Uno: "Aquí las películas que han hecho muchísimo dinero son las comedias costumbristas". Y dos: "No perder dinero en una película es un buen resultado". Añade que existe una idea que ha calado: el cine español es malo. "Llevamos años soportando una campaña mediática en contra del cine. Vas a cualquier país y dices que aquí se desprecia el cine español y no se lo creen".

El protagonista de Todos estamos invitados, una de las últimas películas de Cerezo, es Óscar Jaenada. Un actor que ha decidido marcharse a Nueva York, porque en España "desde que entraron las televisiones a financiar cine ha desaparecido la libertad". Lo dice Jaenada con garra, antes de romper un cristal en la sesión de fotos. "Las teles dan dinero, pero también imponen actores". Ha pasado una temporada en Nueva York vendiendo "su arte". "Aquí tenemos una industria que apenas sale del país, un público reducido". Allí ha conocido a Jim Jarmusch, con quien ha rodado The limits of control. "Nueva York es otro Hollywood. Un hervidero en el que te encuentras a gente como Julian Schnabel y Benicio del Toro".

Juan Diego Botto, que acaba de estrenar La mujer del anarquista, dice que cuando Antonio Banderas se marchó a Hollywood fue como poner un hombre en la Luna. "Formar parte del star system. Eso no lo había hecho nadie". Hoy hay directores como Juan Carlos Fresnadillo, músicos como Alberto Iglesias. Javier Bardem, Penélope Cruz. Pero Botto apunta que quizá la clave no sea marcharse, sino formar un star system europeo, un mercado propio. "¿Cuántos actores europeos conocemos?", se pregunta. "Menos que directores. Ése es el reto: conocernos más, potenciar nuestro mercado".

La actriz Verónica Echegui, candidata al Goya a la mejor actriz, contaba en una salita del estudio Jaume de Laiguana que estaba a punto de marcharse a Berlín para participar en un encuentro de cineastas europeos, Shooting Stars. Y la mayoría de los actores jóvenes que pasaron por la sesión de fotos aseguraba estar poniéndose "las pilas" con el inglés. De Maxi Iglesias (Mentiras y gordas) a Leticia Dolera (Circuit). "El futuro en el extranjero... claro que me lo planteo", explicaba Quim Gutiérrez. Hasta Pilar López de Ayala decía estar tomándose en serio los idiomas. Su última película, Comme les autres, la rodó en francés. Se aprendió el guión fonema a fonema. "He engañado al público", bromeaba. "Piensan que sé hablarlo". Asiste a clases ahora. Por lo que pueda venir. Porque el camino de las coproducciones, decía, está abriendo puertas.

Las que quiso cruzar José Manuel Lorenzo con Sólo quiero caminar, película cara coproducida con México. Ahora canta el blues de los productores, con los dedos cruzados. Los Premios Goya, dice, significan un reestreno. "Quizá hagamos un milloncito más en taquilla. Pero hay que mirar hacia delante". Porque el cine es arriesgar, prueba y error hasta conectar con el público. Lo decía Chaplin (la anécdota la apunta Álex de la Iglesia): la fórmula del éxito existe. El problema es que todavía nadie la ha encontrado.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.

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