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2.000 visitas al teatro sin aplausos

Rosa Rivas

Más de 2.000 personas se han pasado por los flamantes Teatros del Canal en las dos primeras jornadas de puertas abiertas del complejo cultural, visitable hasta el día 12. Lo inauguró el 23 de septiembre la presidenta Aguirre con la pretensión de que sea "un referente internacional", pero los espectadores no podrán disfrutarlo hasta 2009. La expectación del público, sobre todo del vecindario de Chamberí, se materializó en 300 visitas en las primeras tres horas del miércoles y 700 el jueves. A las once de la mañana, mientras azafatas y vigilantes se ponían en posición de anfitriones, ya había cola en Cea Bermúdez, 1.

Folleto en mano, los visitantes subían directamente a la última planta, donde se comunican los dos grandes teatros (uno con 851 asientos de aforo y otro con 722). Una docena de estudiantes de arquitectura coincidió con un grupo de madrugadores (maduros y jubilados). No se toparon el primer día con el arquitecto firmante, Navarro Baldeweg, ni con el director artístico Albert Boadella, que se habían paseado discretos, cual fantasmas de la ópera.

"Cuando vengamos, tenemos que pedir entradas del patio de butacas. Aquí no se ve ná", decía un visitante a su mujer. Se referían a la zona de palcos y a la primera fila del anfiteatro, con una barandilla a la altura de los ojos. "Es que los españoles somos bajitos", bromeaba un hombre. Y todo por "el metro diez", la normativa de las barandillas, según explicaban Ricardo, Nieves y Nayra, tres amigos arquitectos ("en paro desde hace tres días"). "Tuvimos suerte de ver las tripas cuando lo estaban construyendo", comentaban, y querían curiosear "esos suelos especiales, de amortiguación, que dicen que han costado una pasta", en las salas de danza. Isabel -"para contárselo a una amiga bailarina"- también quería ir a esas salas (con techos de hasta nueve metros), que son el tercer teatro del canal, sumado al central (rojo y redondo) y el configurable. "Esta es la sala que mola", avisaba una niña a sus amigas. Y es que el configurable -una estancia rectangular, con luces verdes, paredes de madera verde, estructura industrial; gradas, sillas y suelo plegables- daba la impresión más obvia del siglo XXI: "Parece una discoteca, es como una cancha de baloncesto, es un escenario como para las cosas de La Fura...", eran expresiones de los visitantes, que contemplaron cómo funcionaba la maquinaria del configurable, mientras los técnicos la probaban.

"La visita es incompleta", decía Lola, socióloga. "Me hubiera gustado ver el patio de butacas" (que no se podía visitar). María y Alicia, pianistas las dos, se preguntaban cómo sería la acústica y querían "cotillear, no imaginar cómo es", la parte de bambalinas, oculta tras el telón. A pesar de las limitaciones, algunos abrían puertas, en plan vodevil, y se colaban donde podían.

"A ver a cuánto ponen las entradas y a ver a quién invitan, que mira la millonada que se han gastado", comentaba una mujer. "Ya lo sacarán los periódicos", terciaba otra.

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Sobre la firma

Rosa Rivas
Periodista vinculada a EL PAÍS desde 1981. Premio Nacional de Gastronomía 2010. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense. Master en Periodismo Audiovisual por Boston University gracias a una Beca Fulbright. Autora del libro 'Felicidad. Carme Ruscalleda'. Ha colaborado con RTVE, Canal +, CBS Boston y FoolMagazine.

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