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DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2008
Columna
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Un día rectangular

Si existen los días redondos, deberán existir los triangulares, cuadrados o rectangulares, pentagonales, hexagonales... Si un día redondo es uno de esos extraños días en los que todo te sale bien, un día cuadrado no será del todo un mal día, pero será un día con aristas. Pero, como el cuadrado supone mayor cantidad de perfección que el rectángulo, estaré más cerca de la realidad si afirmo que ayer tuve un día rectangular. Los cuatro ángulos de 90 grados corresponden a determinados momentos que me pusieron en serios apuros, pero no tanto como para hacerme caer en el desaliento. Al final, superadas las dificultades, conseguí llegar a la meta, lo que, simbólicamente, era cerrar el polígono.

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La etapa comenzó de modo esperanzador. De aperitivo, teníamos que ascender hasta el túnel de Vielha. Los ánimos estuvieron calmados casi hasta la boca de la galería. El agujero animó a los valientes. Atravesamos el túnel (5 kilómetros en ligero ascenso) a velocidad creciente: a la entrada, 31 km/h; a la salida, ¡60! Ésa fue la primera arista. Las sensaciones no fueron buenas. El rectángulo cogía forma.

La segunda arista fue en la subida al puerto de L'Espina y en su descenso, que era por la cara del de Fades. En el continuo sube y baja que une estos dos collados se fraguó la fuga buena. Las sensaciones fueron aún peores. Así que me vi obligado a descolgarme. Pero había que dar el ciento por ciento para volver al pelotón. No hacerlo significaba el billete para casa. Y eso era lo último.

Después de una larga agonía por un desfiladero, salimos a la carretera general que asciende a La Foradada. Al comienzo del puerto, estábamos a 20 segundos del pelotón. En el último kilómetro, la diferencia se mantenía. Tercera arista, arista agónica.

Lo peor estaba por llegar: el puerto del Serrablo. Perdí de nuevo contacto con el grupo en la subida, pero me mantenía a una distancia prudencial. El descenso sería mi aliado. No me puse nervioso. Comenzó la bajada. Recuperaba terreno, pero apareció lo inesperado: ¡calambres! Mis músculos se tensaban involuntariamente y tenía que dejar de pedalear. Dudé de mi capacidad para terminar. Pero pasaron y superé penosamente la última arista. Ya sólo quedaba continuar hasta el final para completar un duro día rectangular.

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