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Reportaje:

"Como una película de Tarantino"

Dos testigos evocan las escalofriantes escenas del crimen de las policías

Han pasado ya casi cuatro años y los testigos que descubrieron los cadáveres de las dos policías de L'Hospitalet aún recuerdan con detalle aquellas escenas escalofriantes. Ayer tuvieron que evocarlas ante el tribunal de la Sección Sexta de la Audiencia de Barcelona que juzga el caso.

"Era como en las películas de Quentin Tarantino", relató Agustín Ruiz Caballero, el sargento de los bomberos que en la mañana del 5 de octubre de 2004 acudió a la vivienda de Rambla de la Marina. Cuando entró en el piso creyó que se trataba de "una miseria" de incendio que apagarían en segundos, hasta que oyó un grito. Era un bombero, que acababa de descubrir el cadáver de Aurora Rodríguez, de 28 años.

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"Aquello era algo fuera de lo normal. Estaba atada de pies y manos, encima de la cama, en posición decúbito prono", explicó. Un charco de sangre rodeaba el cadáver, "con la boca llena de ropa" para impedir que llamara la atención de los vecinos. La mujer había sido violada y después recibió "despiadadamente", en palabras de la fiscal, cuatro puñaladas que recorrieron la médula espinal, todas ellas mortales, en especial la que le afectó a la cavidad torácica.

El sargento de los bomberos, que también es médico, pensó en un principio que la muerte había sido por asfixia, pues junto al cuerpo ardía sin ninguna virulencia una montaña de ropa y papeles, hasta que se acercó al cadáver y comprobó que el cine más macabro se había hecho realidad.

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Estando en aquella habitación oyó un segundo grito. Acababa de descubrirse el cadáver de Silvia Nogaledo, de 22 años. "¡Aquí hay otra!, ¡aquí hay otra!", gritó otro bombero. "El espectáculo era similar", explicó el sargento. La víctima estaba amordazada, atada de pies y manos a la pata de la cama y su agresor le había clavado cinco puñaladas en la región mamaria izquierda. "Brutal y despiadadamente", dice la fiscal.

La muerte también fue instantánea y, como en el caso anterior, el cadáver estaba en posición decúbito prono. Con el pantalón y la ropa interior sesgada y un objeto clavado en el ano.

El mosso d'esquadra que actuó como instructor del atestado tampoco pudo esconder al tribunal el impacto que le produjeron aquellas escenas. "Daba la impresión de que el piso era una sala de torturas", dijo ayer.

En una declaración que no dejó ningún cabo suelto y con absoluta precisión, el policía fue desgranando todas las pruebas incriminatorias contra Pedro Jiménez, al mismo tiempo que iba diluyendo la débil coartada que ofreció el acusado el día anterior para exculparse él e inculpar a unos traficantes de droga de poca monta.

Así se supo ayer que el tal Alex a quien Jiménez acusó de ser el autor del doble crimen no es sino un preso de Brians con el que había discutido en una ocasión. Su nombre es Alexandre Borisou y ayer testificó a petición de la defensa para explicar que no conoce de nada a Mustafá Deroui, la persona con la que supuestamente se concertó para enviar a Jiménez al piso de las dos policías a buscar un paquete de droga, según la versión del acusado. Jiménez dijo que se encontró con Alex en la escalera el día del crimen, pero la realidad es que Borisou estaba en prisión en aquella fecha.

En un cadáver se hallaron restos de semen de Jiménez, en el cinturón que ataba a una de las víctimas también se encontraron sus huellas y la factura del teléfono móvil que compró el día anterior también se halló en la vivienda de las víctimas. Las zapatillas deportivas con restos de sangre de una víctima que se encontraron en la cisterna de un lavabo del bar La Oca de Barcelona dejan unas huellas que también coinciden con las encontradas en aquella vivienda. Y, además, Pedro Jiménez fue grabado por las cámaras de seguridad de la estación del metro de Bellvitge sobre las seis de la mañana y cuatro horas después.

Ninguno de los 17 teléfonos investigados por la policía acerca de los posibles sospechosos o encubridores comunicó tampoco con el teléfono que había comprado Jiménez. En las horas previas al crimen sólo realizó una llamada a un teléfono erótico, a las 3.41 horas, y a las 6.14 horas otra llamada errónea a un tendero preguntando por el sacerdote de la cárcel Modelo, Andreu Oliveras, que actuó de mediador para que Jiménez pudiera encontrar trabajo.

La fiscalía le pide penas que suman 103 años de cárcel, el máximo que permite el Código Penal para todos los delitos de los que se le acusa: doble asesinato, agresión sexual, incendio, allanamiento de morada, robo, profanación del cadáver y quebrantamiento de condena.

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