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Reportaje:

Las bestias bajan un año más en Sabucedo

Los aloitadores reúnen cerca de 400 caballos para celebrar, bajo la lluvia, la rapa más brava

"¡Cuidado, las bestias de Sabucedo ya están aquí!". La frase de una joven de A Estrada, que se agarraba con ambas manos al asiento del coche, refleja bien el embrujo que los caballos salvajes de Sabucedo causan en las gentes del entorno. La frase venía a colación por la presencia, a pie de carretera, de una manada de equinos. Será porque buena parte de los caballos salvajes de Terra de Montes son "del Santo", quizás de ahí les venga su aura sobrenatural. Se les denomina así porque son descendientes de aquellos dos ejemplares que, según la leyenda, fueron donados a la iglesia en ofrenda a San Lorenzo, patrón de Sabucedo, por dos vecinas que sobrevivieron a la peste en el siglo XVI. El párroco los dejó en libertad y cada año se les cortaban las crines.

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Aún hoy, esa vinculación con la iglesia, que no es la de antaño, sigue vigente porque entre todas las manadas que participan del curro, la más querida es titularidad del Arzobispado de Santiago. Sus caballos se distinguen del resto porque tienen la punta de las orejas cortada, aunque ahora les ponen unas etiquetas de plástico para diferenciarlos de los particulares. "A mí me importan más los caballos del Santo que los míos", dice Roi, uno de los aloitadores más jaleados durante la rapa. El valor sentimental reside en que "son de todo el pueblo, los cuidamos entre todos". Hhay quien les tacha de maltratar a los animales. "No es verdad, precisamente los agarradores son los que suben durante todo el año al monte para cuidarlos y vigilar que estén bien", dice Clara, la novia de Roi.

Durante los curros, los tratantes cierran también alguna compra. Clara prefiere "no hablar de eso". "Es triste para nosotros, dos semanas después del curro algunas yeguas aún bajan hasta el pueblo en busca de sus crías, pero hay que mantener un control sobre las manadas". De ahí que sean machos los que se suelen vender a precios irrisorios. "Por unos 60 euros te puedes llevar un potro", comenta un vecino de Sabucedo ante la incredulidad de una pareja de Jerez, donde una cría no baja de los 1.200 euros. Los andaluces, Ana y Antonio, han querido conocer de cerca el ritual de la Rapa das Bestas. A las 6.30 de la mañana del sábado entran en la capilla de Sabucedo para presenciar la misa que inicia el ritual. Junto a la iglesia unas 200 personas esperan para subir al monte. El cielo no promete y las primeras gotas empiezan a caer. "El curro se hace igual pero con este tiempo la rapa es más peligrosa, aunque más espectacular", explica Clara. Son dos horas de caminata hasta el alto del monte Peón donde hombres y mujeres van y vienen para recoger las manadas, dispersas en unos 45 kilómetros cuadrados.

Por fin, cerca de las dos de la tarde, llega la recua más esperada, la del monte Cábado. El mismo donde se iniciaron los incendios hace ahora dos años. Allí pereció un semental mítico en Sabucedo. Lo encontraron solo, en la roca más alta del monte. Paradójicamente, la colina es ahora la que más alimento tiene y de donde baja el grupo más importante que pone punto final al cierre, con cerca de 400 cabezas.

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Se inicia el descenso al pueblo. En el curro nuevo, a modo de anfiteatro, miles de espectadores urgen la llegada de los caballos. Se ven las primeras muestras de bravura entre sementales que, a dos patas, abren sus bocas en señal de amenaza mientras el público se levanta para jalear y aplaudir. El nerviosismo se desborda cuando entran los más de 20 aloitadores y separan a los potros de los adultos. Los niños del pueblo también ayudan. Una vez retiradas las crías, los adultos regresan para someter a las bestias. Un joven recibe una coz en la cabeza y sale en camilla ante un público que se ha quedado mudo.

La lucha cuerpo a cuerpo no permite que todos los jóvenes salgan bien parados aunque en esta edición no ha habido que lamentar heridos graves. La bravura de los hombres se mide con el poder de las bestias sin cuerdas ni palos. Un año más, la que es Fiesta de Interés Turístico Internacional desborda adrenalina en un espectáculo sin trampa ni cartón que los ecologistas siguen criticando.

LALO R. VILAR

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