_
_
_
_
_
Reportaje:La primera gran protesta ante la crisis

Atado a un camión que va hacia el abismo

Los transportistas justifican la huelga por su desesperada situación económica

Antonio Jiménez Barca

El momento decisivo de la huelga llegó el miércoles por la mañana cuando el centenar de camioneros que bloqueaban la Nacional I desde hacía dos días y que habían convertido Madrid en una ratonera desabastecida escucharon los gritos de los compañeros de la primera fila:

-¡A los camiones! ¡Subid a los camiones! Cerrad las ventanas. Poned los seguros. ¡Vienen los antidisturbios a echarnos! ¡Atentos a la emisora!

Ángel y José, camioneros de Madrid, obedecen al momento. Se encierran cada uno en su cabina. Se disponen, algo nerviosos, a esperar instrucciones de José Belmonte, El Gitano, el carismático camionero de Morata de Tajuña que se ha erigido como líder del grupo. Ángel acaricia a su perra Suri, que duerme al fondo de la cabina. José, con bigote, calvo, mira por el retrovisor: un grupo de policías antidisturbios con cascos y porras se despliega junto a los camiones, decidido a despejar la carretera y a liberar Madrid de la tenaza. Ángel, cada vez tenso, escucha la emisora, donde los camioneros de la cabeza de la fila informan al resto:

"Están deteniendo a Belmonte", gritaba la emisora de los camioneros
"Si encontrara a alguien, le vendía mi camión", dice un transportista
Más información
La huelga allana el camino a la crisis

-¡Están deteniendo a gente! ¡Se llevan a Belmonte!

-¡Se llevan a Belmonte!

-¡No lo vamos a consentir! ¡Si hace falta saltamos el control y nos vamos todos a la M-30 y paramos Madrid! ¡Con nuestra herramienta de trabajo, con nuestros cojones!

Pero nadie se mueve. Ángel indica a José que baje un momento la ventana. Y le grita:

-Esto se pone chungo.

Ángel Álvarez, de 40 años, y José González, de 47, son amigos, crecieron en el mismo barrio de San Blas, en la periferia de Madrid, y hace un par de años decidieron aprovechar juntos el arreón económico para hacerse autónomos y socios a la vez: se hipotecaron y compraron un camión cada uno. Se dedican a transportar tierras y materiales para obras. Hasta ese momento, se ganaron la vida como camioneros de carretera, llevando portacoches cargados de turismos por toda Europa. Ganaban cerca de 2.500 euros al mes. José comenta que con la avalancha de obras públicas y con el sector de la construcción en ebullición en Madrid, pensó que había llegado el momento de dejar de viajar. Cada camión les costó 60.000 euros. José, que tenía pagada su casa, la puso como aval para el préstamo; Ángel, que vive de alquiler, presentó la de sus padres. Se asignaron un sueldo, esperando reinvertir los beneficios. Al principio les fue bien...

Un policía antidisturbios abre y cierra el puño y Ángel le observa detenidamente.

-¡Compañeros! -sigue diciendo alguien por la emisora- Los policías han detenido ya a casi treinta, entre ellos Belmonte. ¿Qué hacemos?

-Pues que nos detengan, no vamos a abandonar a los compañeros. ¡Fuenteovejuna, joder!

-¡Si sueltan a Belmonte y a los demás nos vamos, nos vamos pacíficamente, pero todos!

La asociación a la que pertenece este grupo de camioneros se denomina Plataforma por la Defensa del Transporte de Carretera. El Gobierno no les reconoce ninguna representación, nadie sabe qué porcentaje del sector aglutina (ni siquiera ellos, que aventuran un exagerado 33%). Se formó espontáneamente en Galicia y se ha ramificado por toda España a base de teléfonos móviles.

Constituyen la agrupación más desorganizada, atomizada y rebelde de todas las asociaciones de transportistas de España. No han aceptado el acuerdo que el Ministerio de Fomento firmó con otras asociaciones. Piden que el Gobierno regule el sector de forma que se garantice que no trabajarán bajo coste. Algo que el ministerio considera imposible y descabellado en una economía de libre mercado. Todavía hoy siguen en huelga. Aunque el miércoles renunciaron a bloquear carreteras. En su seno incluyen grupúsculos violentos, dispuestos a salir de noche con navajas para pinchar ruedas de camiones que no secunden el paro.

Ángel y José no son violentos. Acudieron a la Nacional I, a la llamada de sus compañeros porque, según dicen, no pueden más. Las obras públicas han desaparecido, la construcción se ha desplomado. Se han rebajado el sueldo que se pusieron años atrás. Ganan unos 800 euros al mes. Pero necesitan facturar tres y cuatro veces más para cubrir los gastos de la letra del camión y del combustible, que ha subido un 33% en seis meses.

José, que tiene tres hijos, de 18, 11 y 6 años, asegura que si alguien le comprara ahora mismo la sociedad, se la vendía por el importe de las deudas. "Y me quedaba limpio y me buscaba la vida por ahí", añade. Ahora piensa en trabajar los fines de semana; Ángel también.

No son los únicos en esta caravana vigilada por los antidisturbios que lo están pasando mal. Pedro Pablo Calderón tiene 47 años, una hija de 16 y el teléfono cortado por falta de pago. Este mes ha ganado 660 euros. Al lado se encuentra Francisco Javier Cicuéndez, de 33 años. Paga 1.700 euros de letra de un camión que no utiliza casi por la falta de trabajo. Ningún banco le avala ya. En diciembre nacerá su segundo hijo. Su hermano, José Antonio, aún se encuentra peor. Está separado, tiene dos hijos, y entre la letra del piso, la del camión, y la pensión, debe pagar al mes cerca de 6.000 euros.

"Ya he ido al banco varias veces con el camión para decirle que ahí lo tiene, que no lo quiero", cuenta. Cada vez que le llega un ingreso se apresura a llenar el tanque de gasóleo a fin de que el banco o la Visa no se lo succione. Es un experto en diferir pagos, en caminar por la cuerda floja financiera.

El miércoles, todos estaban encerrados en su camión, desmoralizados por un futuro económico más que sombrío, observados por los antidisturbios, atentos a los comentarios de la emisora:

-¡Que suelten a Belmonte y a los otros y nos vamos!

-¡Eso, que los suelten! ¡Fuenteovejuna!

-Dice la policía que si no nos vamos ahora nos detienen a todos. Y la detención significa multa y tres meses sin carné.

Sobrevino un silencio brutal. Llegó el momento decisivo. Irse y dejar la carretera libre o quedarse y jugársela y compartir el destino de los compañeros detenidos.

-Yo no puedo aguantar tres meses sin trabajar.

-Ya hemos demostrado lo que somos.

-Lucharemos mejor por Belmonte y los otros si estamos libres y los camiones aparcados.

Salieron uno a uno, por separado, siguiendo dócilmente las órdenes de un antidisturbios que ejercía de guardia urbano.

Desde entonces, los miembros de esta asociación que nadie sabe a cuántos camioneros reúne, integrada por los más desesperados, capaces de bloquear España, siguen en huelga. Por ahora, con los camiones aparcados.

José González, con su mujer Eva y sus tres hijos, en su casa de Madrid.
José González, con su mujer Eva y sus tres hijos, en su casa de Madrid.GORKA LEJARCEGI

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_